La Importancia de los Laicos en la Evangelización
La evangelización no puede separarse de la característica bautismal de ser sacerdote, profeta y rey. Jesús nos habla así: «Me ha sido dada toda autoridad en el cielo y en la tierra. Vayan, pues, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos. Bautícenlos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enséñenles a cumplir todo lo que yo les he encomendado» (Mt 28,18-20).
La palabra de Dios nos instruye para reconocer a Jesús como la luz del mundo, según el Evangelio de Juan (8,12). Mediante el fuego del Espíritu Santo, somos reflejo y luz del mundo (Mt 15,14). Debemos ser el buen aroma de Cristo (2 Cor 2,15), dar testimonio y ser testimonio, aunque imperfectos, al dejar que el Espíritu inspire la gracia transformadora.
La importancia de Cristo es que él es el centro de todo el mensaje evangelico. Nos da plenitud del modelo de la palabra de Dios, no un mensaje lejano, frío o imposible. La visión exclusiva de un pueblo, raza o grupo no es la visión que nos da Dios. La palabra de Dios nos muestra una visión universal, una visión de misericordia y amor.
El papel del laico en la evangelización no es nuevo. San Justino decía: «Tenemos la obligación de dar ejemplo con nuestra vida y nuestra doctrina, no sea que hayamos de pagar nosotros el castigo de quienes parecen ignorar nuestra religión, y así pecaron por su ceguera. Pero también vosotros debéis oírnos y juzgar con rectitud porque, en adelante, estando instruidos, no tendréis excusa alguna ante Dios si no obráis justamente» (Dial. 1,5).
La vocación de los laicos al apostolado se encuentra en el Decreto Apostolicam Actuositatem. La Iglesia ha nacido para que todos los hombres sean partícipes de la redención salvadora y se ordene realmente todo el mundo hacia Cristo. Toda la actividad del Cuerpo Místico se llama apostolado, que ejerce la Iglesia por todos sus miembros y de diversas maneras.
Los cristianos seglares obtienen el derecho y la obligación del apostolado por su unión con Cristo Cabeza. Insertos en el bautismo en el Cuerpo Místico de Cristo, robustecidos por la Confirmación en la fortaleza del Espíritu Santo, son destinados al apostolado por el mismo Señor. Son consagrados como sacerdocio real y gente santa para ofrecer hostias espirituales por medio de todas sus obras y dar testimonio de Cristo en todas las partes del mundo.
El apostolado se ejerce en la fe, en la esperanza y en la caridad, que derrama el Espíritu Santo en los corazones de todos los miembros de la Iglesia. La caridad urge a todos los cristianos a procurar la gloria de Dios por el advenimiento de su reino y la vida eterna para todos los hombres.
Para ejercer este apostolado, el Espíritu Santo concede dones peculiares a los fieles para que sean también ellos administradores de la multiforme gracia de Dios. De la recepción de estos carismas procede a cada uno de los creyentes el derecho y la obligación de ejercitarlos para bien de los hombres y edificación de la Iglesia.
La espiritualidad seglar en orden al apostolado debe tomar su nota característica del estado de matrimonio y de familia, de soltería o de viudez, de la condición de enfermedad, de la actividad profesional y social. Los laicos deben esforzarse en asimilar fielmente la característica peculiar de la vida espiritual que les es propia.
El modelo perfecto de esa vida espiritual y apostólica es la Santísima Virgen María, Reina de los Apóstoles. Ella, mientras llevaba en este mundo una vida igual que la de los demás, llena de preocupaciones familiares y de trabajos, estaba constantemente unida con su Hijo y cooperó de un modo singularísimo a la obra del Salvador. Hónrenla todos devotísimamente y encomienden su vida y apostolado a su solicitud de Madre.