santos

Beatas María del Pilar Gullón Yturraga y dos compañeras, mártires

28 de octubre

María Pilar Gullón Yturriaga. Nacida en Madrid (España) el 29 de mayo de 1911. La familia residía en Madrid, donde su padre ejercía como abogado y era diputado del Partido Liberal en las Cortes Nacionales por la circunscripción de Astorga, su lugar de origen y donde, junto a su familia, pasaba largas estancias. La Sierva de Dios se implicó en las tareas del hogar, en la asistencia de los padres ancianos y en la colaboración asidua en la parroquia y en diversos servicios sociales. La familia abandonó Madrid el 16 de julio de 1936 y se trasladó a Astorga. La beata fue asesinada a la edad de 25 años.

Octavia Iglesias Blanco. Nacida en Astorga (España) el 30 de noviembre de 1894, en el seno de una familia acomodada y profundamente cristiana. La beata se dedicó a las tareas del hogar y, en particular, a la asistencia de sus padres. Partió para asistir a los heridos en el frente de guerra en la frontera con la región asturiana. Fue asesinada a la edad de 41 años.

Olga Pérez-Monteserín Núñez. Nacida en París (Francia) el 16 de marzo de 1913, se trasladó con su familia a Astorga en 1920. La beata se dedicaba a las tareas del hogar y, por influencia de su padre, también a las artes plásticas y la pintura. Fue asesinada a la edad de 23 años.

El siguiente es el relato del martirio tal como se recoge en el decreto correspondiente:

En medio de un ambiente antirreligioso muy duro -los sacerdotes fueron perseguidos, las sagradas imágenes quemadas, la iglesia convertida en establo y el Crucifijo arrojado al río- el 8 de octubre de 1936 las beatas llegaron como enfermeras d ela Cruz Roja al hospital del Puerto de Somiedo (Pola de Somiedo-Asturias) y, tras cumplir ocho días de servicio, quisieron continuarlo dada la urgencia de la situación. En la madrugada del martes 27 de octubre, el ejército republicano lanzó un ataque contra el pequeño hospital. A pesar de tener la posibilidad de escapar, Pilar, Octavia y Olga desistieron de intentar escapar y decidieron no abandonar a los heridos, sino seguir asistiéndolos, poniendo en peligro, sin embargo, sus propias vidas; pero los heridos murieron en el lugar y el personal médico fue capturado.

Las beatas fueron apresadas y conducidas tras un largo camino a Pola de Somiedo junto con otros muchos presos, entre ellos el comendador, el capellán y el médico, que fueron asesinados. Aunque pertenecían a la Cruz Roja, fueron entregados al comité de guerra local y luego a los milicianos que, durante toda la noche, las sometieron a hostigamientos y vejaciones, ordenándoles que renunciaran a la fe a cambio de la libertad; pero su clara negativa aumentó la crueldad de la violencia por parte de los milicianos.

A pesar de las torturas y humillaciones, las beatas lo soportaron todo con fuerza sobrenatural y se prepararon para la muerte con espíritu de fe e intensificando su oración: despojadas de todo y llevadas a un prado, a mediodía del 28 fueron fusiladas por tres milicianas, mientras vitoreaban a Cristo Rey. Luego se repartieron las ropas de las beatas, y sus cuerpos fueron tratados de manera ignominiosa y abandonados hasta la noche, cuando fueron enterrados en una fosa común excavada por algunos hombres del país, forzados por los milicianos.

La fama del martirio se extendió inmediatamente en la comunidad eclesial, de modo que el 30 de enero de 1938 sus restos, memoria visible de su entrega, fueron acogidos, como signo del gran valor que tuvo su sacrificio, en la catedral de Astorga, centro de la vida diocesana. El 28 de junio de 1948, a pedido de la Asamblea Nacional de la Cruz Roja, fueron trasladados a un nuevo mausoleo en la capilla de San Juan Bautista de la catedral.