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Beato Alejandro Dordi, presbítero y mártir

Alessandro Dordi

Se fue a estudiar al Seminario Diocesano de Clusone, luego al de Bérgamo, cuando tenía solamente once años. A los dieciocho, cuando tenía que ingresar a las clases de Teología, pidió pasar a la “Comunidad Misionera de Paradiso”.

Recibió la orden sacerdotal por manos de Mons. Adriano Bernareggi, Obispo de Bérgamo, a os 23 años con otros treinta compañeros, el 12 de junio de 1954.

En la Catedral de Bérgamo recibió su primera consagración y el mismo año, el “mandato misionero”, para ir por el mundo entero y anunciar la “Palabra de Dios”. En la misma Catedral el primero de setiembre de 1991, su modo de actuar y de ser testigo creíble de Jesús, recibió la consagración antes que sus restos mortales fueran llevados a su pueblo natal, donde descansa junto a sus padres y los pequeños hermanos.

Primera etapa de su actividad misionera fue la ciudad de Donada en la provincia de Rovigo, al lado del río Po, entre los campesinos y los que habían tenido sus casas inundadas en 1951.

Después de once años dejó Donada y fue a Suiza como Capellán de los emigrantes. Por catorce años se preocupó en ayudar y acompañar a os 3,500 italianos que trabajaban en Suiza en el departamento de Le Locle, donde él vivía. Durante estos años fue a trabajar en una fábrica de relojes para comprender al obrero que debía cumplir con un trabajo.

Su actividad misionera lo llevaba adelante, sin preocuparse por las noches ni los sábados o domingos.

Pasó 1979 y 1980 en Italia. Quería ir al África, a Burundi, como misionero. Más luego de haber visitado algunos países de América Latina, eligió pasar en el Perú sus últimos años. 

La señora Teresa Castillo de Calderón en su testimonio sobre el martirio, escribe:

“… En la tarde del domingo 25 de agosto de 1991 estaba en la casa, de pronto sonó el timbre de la casa y pude escuchar: “Papá, papá, mataron al Padre Sandro”. Era mi hija que desesperada anunciaba esa dolorosa noticia. Mi esposo salió corriendo y yo también con la esperanza de que no fuese verdad. Llegué a la iglesia y todo era una confusión, nos mirábamos asustados y consternados. Trajeron al Padre Sandro y lo velamos toda la noche. Fueron momentos inenarrables. Después de llevaron al Padre a su tierra y nosotros nos quedamos desamparados….

Él había logrado hacernos cambiar y madurar en la fe. A partir de ese momento la figura del Padre Sandro se agigantó, tuvimos la certeza de que habíamos perdido algo muy valioso y no lo supimos valorar en toda su magnitud.

No era un hombre perfecto. Era como todas las personas, tenía sus gustos, predilecciones, defectos, tal vez temores; pero tenía un gran amor a Nuestro Señor Jesucristo y a la Santa Virgen María. Su amor y su fe lo hacían diferente a todos nosotros.

Tuve la suerte (ahora lo sé) de colaborar con él enseñándole un poco del idioma castellano. Lo empecé a conocer más cuando introdujo en la parroquia la Catequesis Familiar. El interés y la perseverancia que nos demostró para que este programa se llevara a cabo, me sirvió para admirarle muchísimo.

Sus homilías eran algo que a la mayoría de la gente nos aburría y nos incomodaba, porque nos demostraba que no éramos verdaderos cristianos. En las misas de difuntos, matrimonios u otras celebraciones, sus palabras eran más fuertes. Tal vez, hasta ahora haya gente que no comprenda esta manera de hacernos reflexionar en la fe; pero quienes lo fuimos conociendo, sabemos que su manera de ser nos hizo cambiar mucho.

Aprendimos a leer la Palabra de Dios y a reflexionar sobre lo que ella nos enseña. Nos enseña a vivir mejor, a ser constantes y a no desfallecer en las primeras dificultades, a recibir y a dar, a vivir unidos, a rezar en familia.

Con los niños compartió sus mejores momentos. Le gustaba saber de ellos preguntándoles, bromeando y sobre todo sonriendo con ellos, como si él mismo fuera un niño.

Se identificó con los campesinos. Cada domingo iba llevándoles aliento y la palabra de Dios. Asistió a los enfermos y ancianos. Rezó por los difuntos. Organizó la parroquia y siempre marchó adelante dándonos ejemplo de humildad, como también de tenacidad.

¿Por qué lo mataron?

Nadie nos da una respuesta. Ha pasado un año de su muerte y sólo puedo añadir que su presencia espiritual sigue siempre con nosotros y que la respuesta a mis preguntas me la ha dado Dios y la fe. Él nos deja a todos un recuerdo en lo hondo de nuestro corazón que jamás podremos olvidar. Yo sé que él vive, vive, vive”.

Extracto de los escritos biográficos y testimonios que pueden consultarse ampliados en el web.