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Beato Gregorio Celli, religioso presbítero

11 de mayo

El padre de Gregorio dei Celli de Verucchio murió antes de que su hijo cumpliese cuatro años. A partir de ese momento, la madre del niño, que se encargó de su educación, se dedicó a prepararle para el servicio de Dios. Cuando Gregorio cumplió quince años, el joven y su madre decidieron consagrarse a san Agustín y santa Mónica. Gregorio tomó el hábito de los ermitaños de San Agustín, y su madre gastó toda su fortuna en fundar y dotar un convento de la orden en Verucchio. Gregorio vivió diez años en dicho convento, donde edificó a todos por su virtud y convirtió a numerosos pecadores que se habían dejado arrastrar a la herejía. Pero después de la muerte de su madre, los otros religiosos, que envidiaban el éxito de Gregorio o estaban cansados de su austeridad, le expulsaron del convento que había sido construido con su patrimonio.

Viéndose pobre y abandonado, Gregorio acudió a los franciscanos de Monte Carnerio, cerca de Reati, quienes le recibieron tan amablemente, que el joven religioso decidió quedarse con ellos. Gregorio vivió hasta edad muy avanzada, ya que, según se cuenta murió a los 118 años. La leyenda relata que la mula que transportaba su cadáver al cementerio de Reati se desbocó, espoleada por una mano invisible y llevó su carga a Verucchio, donde las campanas se echaron a vuelo solas, a su llegada. Los habitantes de Verucchio invocan particularmente al beato para obtener la lluvia.

El artículo de Acta Sanctorum, mayo, vol I, se basa principalmente en un documento firmado por un notario público de la familia Celli, que el P. H. Torelli, historiador de los Ermitaños de San Agustín, transmitió a los bolandistas. Es necesario decir que ciertas características de ese documento notarial despiertan las sospechas de los críticos. Lo que es indudable es que en 1769 el Papa Clemente XIV confirmó solemnemente el culto del beato Gregorio, a quien se atribuían numerosos milagros.