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Los mártires del Quiché

El 23 de abril de 2021, tres sacerdotes pertenecientes a los Misioneros del Sagrado Corazón (MSC) y siete catequistas fueron beatificados en Quiché, Guatemala. Los sacerdotes religiosos fueron: P. José María Gran Cirera, P. Juan Alonso Fernández y el P. Faustino Villanueva. Los siete laicos eran: Rosalío Benito, Reyes Us, Domingo del Barrio, Nicolás Castro, Tomás Ramírez, Miguel Tiú y Juan Barrera Méndez, que entonces solo tenía doce años. Los diez mártires fueron torturados y asesinados por las fuerzas de seguridad y los escuadrones de la muerte a principios de los años ochenta. Otros cuatro mártires que murieron alrededor de este período fueron beatificados anteriormente. Entre ellos se encontraban el P. Tulio Marcello Maruzzo - un franciscano italiano, el P. Stanley Rother, sacerdote diocesano de los EE. UU., Hno. James Miller, un hermano de La Salle también de EE. UU. También hubo otros sacerdotes que fueron asesinados: el P. Eufemio López, P. Walter Voorkdeckers (CICM), P. Carlos Gálvez Galindo, P. Carlos Morales López (OP), Augusto Ramirez Monasterio (OFM). Otros dos sacerdotes fueron secuestrados y desaparecidos: el P. Carlos Alonso (SJ) y el P. Conrado dela Cruz (de Filipinas). El obispo Juan Gerardi, ex obispo de Quiché, fue asesinado en 1998 por oficiales del ejército. Su martirio aún tiene que ser reconocido por Roma.

¿Cuáles fueron las circunstancias históricas y la base del reconocimiento de la Iglesia de su martirio?

En 1952, el presidente Jacobo Arbenz de Guatemala llevó a cabo un programa de reforma agraria que enfureció a la United Fruit Company (UFC), de propiedad estadounidense, que controlaba el cuarenta y dos por ciento de la tierra del país. Al etiquetar al gobierno de Guatemala como una amenaza comunista, la UFC participó en una campaña de cabildeo que convenció al presidente Dwight Eisenhower a actuar. El secretario de Estado de los Estados Unidos, John Foster Dulles, y su hermano Allen Dulles, jefe de la CIA que tenían vínculos anteriores con UFC, diseñaron el plan Operación PBSuccess (nombre en código) para derrocar a Arbenz. Desde 1954, después del golpe de estado instigado por la CIA hacia el gobierno elegido democráticamente, Guatemala fue gobernada por sucesivos regímenes militares durante cuatro décadas, contando con el apoyo de la élite terrateniente y los Estados Unidos de América. En los esfuerzos por acabar con la resistencia, se cometieron innumerables atrocidades y violaciones de los derechos humanos. Más de doscientas mil personas murieron y cuarenta mil fueron secuestradas y desaparecidas: "los desaparecidos". La mayoría de las víctimas fueron indígenas mayas, que en su mayoría eran pobres y desposeídos. Más tarde, una Comisión de las Naciones Unidas declararía este momento como un genocidio perpetrado por los regímenes dictatoriales de derecha, especialmente bajo Efraín Ríos Montt.

 

Durante la década de 1980, el ejército guatemalteco asumió un poder gubernamental casi absoluto y trató de eliminar a los enemigos que percibía como amenaza en todas las instituciones sociopolíticas de la nación, incluidas las clases políticas, sociales e intelectuales. Fuerzas de seguridad y escuadrones de la muerte financiados, entrenados y equipados por Estados Unidos, llevaron a cabo estas ejecuciones extrajudiciales. La administración Reagan incrementó su apoyo al régimen dictatorial a pesar de las restricciones impuestas durante la administración Carter.

El período transcurrido bajo el mandato de Ríos Montt fue el más sangriento por las masacres generalizadas llevadas a cabo contra los indios mayas que el régimen militar consideraba como la base popular del movimiento de resistencia. Entre las víctimas de la represión figuraban activistas, políticos de izquierda, sindicalistas, personalidades del mundo académico, periodistas, estudiantes, refugiados repatriados, niños de la calle y agentes religiosos.

En medio de esta situación, muchos sacerdotes, religiosas y religiosos, y laicos expresaban su solidaridad con los pobres y denunciaban las injusticias y la violencia. Y la Iglesia era objeto de persecución por el papel que desempeñaba en la defensa de la dignidad y los derechos de los pobres. Los que cumplían fielmente la misión de la Iglesia de promover la justicia y la paz tuvieron que sufrir. Muchos eran secuestrados y desaparecían. Otros fueron asesinados. En su mensaje del 21 de marzo de 2021 los obispos de Guatemala explicaron así el motivo de su beatificación:

En una entrevista con Vatican News, el obispo Rosolino Bianchetti de la diócesis de Quiché describió así lo que hacían estos mártires:

Tradicionalmente, el martirio se relacionaba con el "odium fidei", el odio de la fe. Esto ocurrió en los tres primeros siglos, en los siglos XVII y XVIII durante la expansión misionera en Asia, y a principios del siglo XX durante la Guerra Civil Española y la Segunda Guerra Mundial. En el caso de Guatemala, el martirio fue la consecuencia de la práctica de la fe, de una fe que no se expresaba solo en la profesión de determinadas creencias sino también en la práctica liberadora que buscaba la justicia y era solidaria con los pobres y oprimidos. No se trataba de una praxis política sino de acciones proféticas como expresión del discipulado cristiano. El martirio era la consecuencia del cumplimiento de la misión profética. Un tipo de martirio semejante al de San Oscar Romero y de otros mártires no declarados de América Latina y de otras partes.

El reconocimiento de los mártires de Guatemala por parte del Papa Francisco y de la Iglesia universal es, pues, muy significativo y tiene que celebrarse como una evolución del concepto de martirio. Es también un reconocimiento de la contribución de la iglesia local en Guatemala a la promoción del desarrollo humano integral, la justicia y la paz, auténtica expresión de la fe cristiana.

En medio del conflicto armado los obispos católicos promovían pacíficamente conversaciones de paz en las que abordaban las raíces de la violencia, que eran las desigualdades políticas, sociales y económicas. Apoyaron la iniciativa de la Federación Luterana Mundial de reunir en Oslo, Noruega, a los líderes militares, gubernamerntales y guerrilleros para negociar y estipular un acuerdo de paz en diciembre de 1996.

En el marco del proceso de paz en curso, los obispos católicos iniciaron el "Proyecto de recuperación de la memoria histórica" que permitió a los sobrevivientes quebrar el silencio provocado por el temor y aportar sus testimonios, denunciar los crímenes de guerra e identificar a los perpetradores. El obispo Juan Gerardi, que presentó las conclusiones del Proyecto REMHI el 24 de abril de 1998, fue asesinado dos días después. Tres miembros de los militares fueron condenados, pero los mandantes no han rendido cuentas. Hasta ahora no se ha reconocido el martirio del obispo Gerardi que fue el principal Defensor de los Mayas y trabajó incansablemente por la justicia, la paz y el respeto de los derechos humanos.

La beatificación es, pues, una confirmación del testimonio no solo de los mártires sino de toda la Iglesia en Guatemala que atravesó un período de persecución. Los mártires representan a toda la iglesia sufriente y especialmente al pueblo de Guatemala - especialmente los campesinos y los mayas que constituyen la mayoría. Además de celebrar su beatificación y esperar su canonización, deberíamos seguir recordando a otros innumerables que sufrieron y murieron, y a los que sobrevivieron - especialmente religiosas y religiosos. Entre ellos, la Hna. Dianna Ortiz, una Ursulina americana que fue secuestrada y torturada, pero sobrevivió y denunció la complicidad del gobierno de los Estados Unidos que apoyó a los regímenes militares guatemaltecos. Aunque no hayan sido reconocidos oficialmente como mártires, a su manera dan testimonio de la verdad y de su fe. Después de todo, la palabra martirio viene del griego "marturein", que significa "dar testimonio".

No basta celebrar la beatificación de los mártires y recordar a tantos otros que sufrieron y murieron. Tenemos que dar testimonio de la verdad y lograr que los perpetradores de las injusticias y la violencia rindan cuenta de ello para que podamos decir "Nunca más". Dos días antes de ser asesinado, el obispo Juan Gerardi dijo:

Casi veinticinco años después de la muerte de Gerardi y del acuerdo de paz, la mayoría del pueblo de Guatemala sigue padeciendo una situación generalizada de pobreza y desigualdad. Muchos están emigrando a los Estados Unidos en busca de una vida mejor. Pero las fronteras están cerradas para ellos. Muchos de los responsables de la violencia y la injusticia todavía no han rendido cuentas. Aunque el Presidente Clinton admitió la complicidad de los gobiernos anteriores de los Estados Unidos y se excusó públicamente por ello cuando visitó Guatemala, los Estados Unidos no hicieron mucho para reparar los daños causados en Guatemala y en el resto de América Latina. El acto más profético de la Iglesia católica en los Estados Unidos, así como de las órdenes religiosas, es honrar la memoria de los mártires y hacer que el gobierno tome conciencia de su obligación moral de recompensar a los países que solían considerar su patio trasero. Las iglesias locales así como las comunidades religiosas de América Central tienen la obligación no solo de alegrarse de la beatificación de los mártires sino también de exigir una rendición de cuentas y de seguir siendo testigos proféticos y trabajando por la justicia, la paz y la integridad de la creación.

Por P. Amado L. Picardal, CSsR, Co-Secretario Ejecutivo, Comisión de Justicia, Paz e Integridad de la Creación, Uniones de Superiores Generales (USG-UISG)

 

Puede consultarse también la biografía y el decreto de martirio en el sitio de la Congregación para las Causas de los Santos