Nuestro Dios es un Dios escondido,
y el profeta Isaías lo afirmó,
pues detrás de las cosas de este mundo
un buen día nuestro Padre se ocultó.
Desde entonces, la clave de la vida,
el modo de calmar la picazón,
es ponerse a jugar a la escondida
y gritarle ¡piedra libre! a nuestro Dios.
¡Piedra libre, piedra libre
para Dios, que oculto está
detrás del amor de madre
que jamás se agotará!
¡Piedra libre, piedra libre
para Dios, que oculto está
tras el rostro de un chiquillo
que inocencia irradiará!
Nuestro Dios tiene buenos escondites.
Para hallarlo, preciso es arriesgar,
alejarse sin miedo de la piedra
y lanzarse a esta aventura sin igual.
Si deseas de un vez quemar las naves,
un secreto te quisiera revelar,
y es que apenas te decides a buscarlo,
a quien buscas lo has encontrado ya.
¡Piedra libre, piedra libre
para Dios, que oculto está
tras los pobres de la tierra
cuya voz su voz será.
¡Piedra libre, piedra libre
para Dios, que oculto está
asomado a tu silencio,
esperando una señal.
Nuestro Dios sigue con su eterno juego
de mostrarse a cada hombre a media luz,
donde algunos perciben solo sombras
otros pescan la silueta de una cruz.
Este mundo, con sus bichos y personas,
con su canto, su alegría y su dolor,
es el gran escenario del encuentro,
el abrazo para siempre del Señor.