¡Cuánto amo tu ley, Señor, cuánto amo tu ley,
cuánto amo tu ley, Señor, cuánto amo tu ley!
El Señor es mi herencia: yo he decidido cumplir tus palabras.
Para mi vale más la ley de tus labios que todo el oro y la plata.
Que tu misericordia me consuele, de acuerdo a la promesa que me hiciste,
que llegue hasta mí tu compasión, y viviré, porque tu ley es mi alegría.
Yo amo tus mandamientos y los prefiero al oro más fino.
Por eso me guío por tus preceptos y aborrezco el camino engañoso.
Tus prescripciones son admirables: por eso las observo.
La explicación de tu palabra ilumina y da inteligencia al ignorante.