Que misión tan bella es ser apóstol,
seguir al Señor a donde Él vaya,
anunciar con gozo su Evangelio,
ser para los hombres forjadores de su paz.
Tanto nos amó que al despedirse,
en la Santa Cena aquella tarde,
nos dio como Pan su propio Cuerpo
y su Sangre como Vino de fraternidad.
Tanto nos amó que en el Calvario,
al ver a su Madre, a Juan le dio
a María como nuestra madre,
madre de los hombres,
madre del Hijo de Dios.
Tanto nos amó que un Viernes Santo
clavado en la cruz Cristo murió.
En su muerte Él nos dio la Vida,
vida de alegría, vida de hijos de Dios.