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Beata María Crescencia Pérez, religiosa

María Angélica Pérez

La beata María Crescencia (nombre civil María Angélica Pérez) nació en San Martín Provincia de Buenos Aires el 17 de Agosto de 1897, y murió un 20 de mayo de 1932 en Vallenar, Chile.

Era hija de Agustín Pérez y Ema Rodriguez, inmigrantes gallegos casados en la provincia de Córdoba (Argentina) en 1889. Luego de algunos traslados en busca de prosperidad, se asentaron en San Martín, Buenos Aires. Familia rica en fe y en hijos: Emilio, Antonio, nuestra María Angélica, Agustín, Aída, María Luisa y José María. Pero la joven madre se enferma y las criaturas asustadas la sentían toser en forma continua. Entonces el médico le dice que si no la llevan a un clima más templado, no le aseguraba que pudiese sobrevivir. Y parten hacia Pergamino.

Los niños crecieron con profundas convicciones religiosas, aunque al templo iban ocasionalmente porque estaban a tres horas de distancia:

«Vivíamos nuestra pobreza con alegría; cada pequeño suceso nos entusiasmaba. No conocíamos demasiado, no añorábamos la falta de tantas cosas… El ejemplo de nuestros padres simples y fuertes, ricos en fe y en amor, nos hacía crecer laboriosos. Tío José, hermano de mamá nos ayudaba, indicándonos una u otra posibilidad de trabajo, sugiriéndonos un patrón dispuesto a acogernos…»

La mayor parte del ciclo primario lo cursó en el Hogar de Jesús, de Pergamino. También allí se recibió de maestra de Labores.

Su vocación religiosa, que había ido creciendo a lo largo de todos estos años, tomó un curso definitivo cuando el 31 de diciembre de 1915 ingresó en el Noviciado de las Hermanas del Huerto, en Buenos Aires. Recibió el hábito el 2 de septiembre de 1918, justo cuando moría su padre, don Agustín Pérez.

Según sus testigos, la virtud sobresaliente de María Crescencia fue la humildad. Esta le permitió vivir las grandes exigencias de la Caridad fraterna y de la perfecta vida en común, con íntima y serena alegría. Era feliz de poder hacer la voluntad de Dios.

Los primeros años de su vida religiosa los dedicó a la niñez. Se desempeñó como maestra de Labores y Catequesis, en primer lugar en la Escuela Taller adjunto a la Casa Provincial y después en el Colegio del Huerto de Buenos Aires, en calle Rincón.

Una segunda etapa de su vida tuvo como destinatarios a los enfermos. Comenzó esta misión en el Sanatorio Marítimo de Mar del Plata (Solarium), lugar dedicado exclusivamente a la internación y atención de niños afectados de tuberculosis ósea.

Allí permaneció tres años. Como su frágil salud comenzó a declinar rápida y seriamente, sus superiores decidieron enviarla a un lugar donde el clima le ayudase a recuperarse. Eligieron para ello Vallenar, en la República de Chile, donde las Hermanas del Huerto atendían en el Hospital desde 1915. En el año 1928, la Hermana María Crescencia visitó por última vez Pergamino para despedirse para siempre de los suyos. Poco después acompañada por la Madre Provincial viajó a Chile, donde transcurrió la última etapa de su vida, ya que cuatro años después de su llegada entregó su alma a Dios.

Vallenar, de aproximadamente 6.000 habitantes en aquel momento, seis años antes había sufrido un terrible y devastador terremoto, que destruyó casi la totalidad de las casas de la población.

A partir de este hecho doloroso, Vallenar entró en un largo proceso de reconstrucción, que se prolongó durante muchos años.

La gran pobreza en que vivían, el dolor de tantas familias sin techo, la soledad del lugar y las enormes distancias de otros pueblos, hicieron que se cumpliese claramente el deseo del fundador: «Lleven siempre la pobreza consigo y vayan donde por las dificultades del lugar y por la falta de medios otras Hermanas no pueden ir«.

A pesar de lo mucho que le costó dejar su patria, su familia y su comunidad, María Crescencia vio claramente la voluntad de Dios en las palabras de su Superiora: «Por cumplir la voluntad de Dios iría al fin del mundo». Vivió en Vallenar entregada totalmente al servicio de sus Hermanos enfermos, dentro de la alegría de a vida comunitaria y creciendo incesantemente en el Amor de Dios a quien había consagrado su vida, hasta llegar a decir: «Señor, que te ame tanto como te amas a ti mismo».

Ante el progreso y gravedad de su enfermedad, fue internada durante tres meses en un hospital cercano a Vallenar, totalmente aislada para evitar el contagio. Pero las últimas semanas de su vida la pasó nuevamente en Vallenar, en su comunidad.

Ya agonizante, recibió con verdadera piedad el Santo Viático, rodeada de su Superiora y Hermana y mientras rezaba con los presentes las oraciones de los agonizantes, se incorporó e inclinándose profundamente delante del cuadro del Sagrado Corazón de Jesús, repitió las palabras que el mismo Jesús le enseñaba: «Corazón de Jesús, por los sufrimientos de tu divino corazón, ten misericordia de nosotros».

Luego prorrumpió en una ferviente plegaria: «Corazón de Jesús bendíceme y bendice a estas mis Hermanas, dales fuerza para combatir con valor y procurar la salvación de las almas en estos tiempos difíciles. Bendice nuestro Instituto, del cual he recibido tanto bien y en el cual en estos momentos me considero la criatura más feliz del mundo. Te pido Corazón Santísimo de Jesús que mandes muchas y buenas vocaciones a nuestro Instituto, oh Corazón de Jesús: te pido una especial bendición para Chile y ya que es tu voluntad que me muera aquí contenta, te ofrezco este sacrificio por la paz y tranquilidad de esta nación.»

Parece que el Corazón de Jesús le hacía ver el premio que le tenía preparado, porque ella continuó: «¿Cuándo, Señor, he merecido eso? ¿Qué son los sufrimientos de este mundo comparados con la felicidad del cielo? Dios mío, yo no soy más que una miserable criatura, la ínfima de todas, soy menos que un gusano de la tierra, ¿de dónde a mí tanta felicidad? Corazón de Jesús yo no merezco todo eso. Todo es obra de tu Corazón. Jesús Mío., quisiera amarte tanto como te amas a ti mismo».

Su deseo de unirse a Jesús era vehemente, por eso exclamó: "No me detengan mas... No me detengan mas... Sí, que todos vayan al Corazón Santísimo de Jesús. Allí encontrarán la salvación de su alma".

Finalmente dijo sonriendo: «Padre... en tus manos encomiendo mi espíritu». Así murió santamente, el 20 de mayo de 1932

En 1983 se trasladó su cuerpo al panteón de las Hermanas en Pergamino hasta el 26 de julio de 1986 en que, con motivo de la apertura del proceso diocesano en orden a su beatificación, se lo trasladó a la Capilla del Colegio del Huerto. Fue beatificada el 17 de noviembre de 2012.

Extractado del sitio que su congregación dedica a la beata: www.hermanacrescencia.com.ar