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Beata Matilde del Sagrado Corazón Téllez Robles, virgen y fundadora

17 de diciembre

Matilde Téllez Robles nace en Robledillo de la Vera (Cáceres - España) el 30 de mayo de 1841, en un día de plenitud primaveral inundado por la luz de la solemnidad litúrgica de Pentecostés. Recibe las aguas bautismales en la iglesia parroquial al día siguiente de su nacimiento. Era la segunda de los cuatro hijos de Félix Téllez Gómez y de su esposa Basilea Robles Ruiz. En noviembre de 1841, el padre, por su profesión de notario, se establece con su familia en Béjar (Salamanca), ciudad notable por su industria textil.

En esta ciudad va creciendo la pequeña Matilde; recibe una formación cultural básica, propia de su clase social media, y una esmerada formación religiosa, iniciada en el ambiente profundamente cristiano de su hogar. Guiada por su madre, ya desde pequeña comienza a amar intensamente al Señor y a ejercitarse en la práctica de la oración y en las virtudes, con una tierna devoción a la Virgen y una gran compasión por los necesitados y los pecadores.

Todavía muy joven, Matilde hace su opción radical y definitiva por Cristo, decidiendo entregarse de lleno a Él y a buscar corazones que le amen. Su madre la apoyará siempre en este empeño, pero su padre, la obliga a alternar en la vida de sociedad, limitándole además el tiempo que pasa en la iglesia. Ella, obediente, se adorna y alterna luciendo su gracia juvenil. Pero aún así, su inclinación por las cosas de Dios es manifiesta, y, al fin, D. Félix, vencido por la constancia de su hija, la deja en libertad para que siga el camino por ella elegido.

Matilde continúa intensificando su vida espiritual; su devoción a la Virgen la lleva a una profunda intimidad con Jesús Eucaristía, a quien ama apasionadamente. Aun «¡en medio del invierno ardía al acercarme a un sagrario!», nos dice en sus escritos. A los 23 años es elegida presidenta de la asociación de Hijas de María, recién establecida en Béjar, y poco después la nombran enfermera investigadora de las Conferencias de San Vicente de Paúl. Ella, en su ardiente deseo de ganar corazones para Jesús, exclama ante el sagrario: «¡Mi dueño, Jesús amante! El mundo está lleno de necesidades. Todos tienen corazón. Yo voy a por los que pueda. Yo te los traeré».

Conjugando la contemplación con la acción, Matilde se lanza por largos años a una intensa actividad apostólica con niñas y jóvenes, pobres y enfermos; trabaja con las Hijas de María, da catequesis, atiende la escuela dominical, prepara para el matrimonio cristiano y acompaña a jóvenes vocacionadas; recorre alegre la ciudad en todas las direcciones para llevar consuelo y ayuda a cualquier enfermo o necesitado, «visitando a su amante Jesús en la persona de sus pobres».

Desde joven siente la llamada a la vida religiosa y ya entonces recibe ante el sagrario la inspiración de fundar un Instituto religioso. Así se lo comunica al Papa Pío IX en carta del 4 de mayo de 1874. Pero su padre vuelve a probar a su hija impidiéndole realizar su vocación, a causa del clima político anticlerical de aquella época en España. Matilde entre tanto sufre en silencio, ora y espera, alentada por su director espiritual, D. Manuel de la Oliva, sacerdote filipense, hasta que por fin su padre le concede la ansiada autorización. Ella exulta de gozo en acción de gracias a Dios y rápidamente lo prepara todo para iniciar la fundación con siete jóvenes de las hijas de María, que se han comprometido a seguirla en la vida religiosa.

El 19 de marzo de 1875, solemnidad de San José, deben reunirse todas para la celebración eucarística en la Parroquia de Santa María y desde allí marchar a la casa preparada para iniciar la vida religiosa. Pero de las siete jóvenes comprometidas sólo una se presenta: María Briz. Ante esta gran prueba, Matilde no se desalienta. Fortalecidas con el pan de la Eucaristía, ella y su única compañera se dirigen gozosas, con heroica intrepidez, a la «casita de Nazaret», como Matilde la denomina. En esta casa tratan de imitar a la Sagrada Familia de Nazaret, viviendo con mucho amor y alegría en recogimiento y oración, en humildad y pobreza, sin contar con nada y plenamente confiadas en la Providencia. En la casa no tienen todavía sagrario, pero las acompaña una imagen de la Virgen ante la que oran y a quien se lo consultan todo. Pocos días después, conjugando siempre la contemplación y la acción, reciben un grupo de niñas huérfanas en casa, dan clase a niñas pobres y atienden a los enfermos en sus domicilios. Su testimonio evangélico va atrayendo a algunas jóvenes a unirse a ellas, a pesar de las críticas de quienes consideran la fundación como una locura.

El 23 de abril de 1876, el obispo de Plasencia, D. Pedro Casas y Souto, autoriza provisionalmente la Obra con el título de «Amantes de Jesús e Hijas de María Inmaculada»; y el 20 de enero de 1878 Matilde y María visten el hábito religioso en Plasencia. A últimos de marzo de 1879 la comunidad se traslada de Béjar a Don Benito (Badajoz), donde instalan el noviciado, acogen niñas huérfanas, ponen clase diaria y dominical, atienden a los enfermos en sus casas y ayudan a los pobres. En la comunidad se respira el espíritu de Nazaret y toda la vida de la casa gira en torno al sagrario, ante el cual, turnándose, las Hermanas pasan varias horas todos los días. También la Virgen recibe un culto especial. El 19 de marzo de 1884, el mismo obispo erige canónicamente la Obra como Instituto religioso de derecho diocesano, y el 29 de junio, la Fundadora con otras Hermanas emiten la profesión religiosa.

De su fuerte experiencia eucarística brota su ardor evangelizador y la ardiente caridad que todos admiran. «¡Sea toda la vida un acto de amor!», repite a sus Hermanas. Y así lo ven en ella: es una vida llena de Dios, en continua oración y volcada a la vez en los hermanos. Multiplica sus atenciones maternales con las nuevas comunidades, es la animadora de la Obra, la Regla viviente. Su sencillez, su prudencia, su bondad e inalterable alegría atraen a todos. Pobres y ricos se acercan confiados a ella, pues para todos tiene una atención, un consejo y una sonrisa.

Aunque sólo cuenta 61 años, su organismo está ya muy agotado, a causa de los sufrimientos, del intenso trabajo, de las enfermedades, y presiente gozosa que se acerca la hora de su unión definitiva con el Señor. En efecto, al salir temprano de viaje, el 15 de diciembre de 1902, sufre un fuerte ataque de apoplejía, y en las primeras horas del día 17, rodeada de sus hijas, en medio de una gran paz, vuela a la casa del Padre. Fue beatificada por SS Juan Pablo II el 21 de marzo de 2004.