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Beato Francisco Monzón Romeo, presbítero y mártir

29 de agosto

Nace en Híjar, Teruel, el 29 de marzo de 1912, en el seno de una familia hondamente cristiana. Con once años ingresa en la Escuela Apostólica de Calanda porque deseaba ser dominico. El 3 de octubre de 1928 toma el hábito en la Orden de Predicadores. Acabado el noviciado hizo la profesión religiosa y comenzó los estudios de filosofía y teología, iniciándolos en Valencia, para luego pasar a Salamanca, donde se ordena sacerdote el 3 de mayo de 1936. Como todos los jóvenes ordenados por entonces, Francisco era consciente de las dificultades por las que pasaba la Iglesia y el clima de hostilidad que se había desatado contra ella, pero él tenía un gran espíritu misionero y ofreció su joven vida al apostolado y la difusión de la palabra divina. Llegado el verano le conceden unos días de permiso para pasarlos con sus padres, y estando en su casa le sorprende la revolución del 18 de julio. Decide vagar por los campos para escapar de la persecución, y su hermano Miguel, futuro sacerdote dominico, le llevaba leche todos los días. Empleaba el tiempo en la oración y mostraba una gran paciencia ante la situación tan peligrosa en que se encontraba.

El 24 de agosto llegan a su casa unos milicianos y amenazan a su madre si no les dice dónde está su hijo, sin que ella, pese a las amenazas, se lo diga. Vuelven más tarde y le aseguran que a su hijo no le pasará nada, y entonces el padre les acompaña adonde está el religioso, que es detenido. Los días que pasa en la cárcel se prepara al martirio viendo que éste sería su final: se entregó por entero a la oración y se puso por completo a disposición de la voluntad de Dios. En la tarde del día 29 el detenido es obligado a subir a un coche y al llegar a la altura del campo de fútbol le mandaron bajar del coche y mientras lo hacía le dispararon en la cabeza. Seguidamente lo enterraron en una fosa común, no dejando que sus familiares le hicieran un entierro individual. Más tarde sus restos pudieron recuperarse y se encuentran en Zaragoza. Cuando lo sacaron en el coche dijo: «Dios mío, Jesucristo derramó su sangre por mí, y ahora yo la derramaré por él». Este joven sacerdote fue glorificado el 11 de marzo de 2001 por el papa Juan Pablo II.