santos

Beato Juan Felton, mártir

8 de agosto

EL 25 de febrero de 1570, san Pío V publicó la bula «Regnans in excelsis» contra la reina Isabel, quien a la sazón era todavía católica en apariencia. La bula excomulgaba a Isabel, la declaraba privada del trono y absolvía a los católicos del juramento de fidelidad, porque la reina se había proclamado jefe de la Iglesia en Inglaterra, había dado asilo a varios herejes, aprimido a los católicos e impulsado a sus súbditos a la herejía y al repudio de la Santa Sede. El 25 de mayo por la mañana, los habitantes de Londres encontraron un copia de la bula de excomunión de Isabel, clavada sobre la puerta en la casa del obispo de la ciudad, contigua a la catedral de San Pablo. El autor de la hazaña era Juan Felton, un caballero originario de Norfolk, que vivía en Southwark.

Pronto fue descubierto. En efecto, habiéndose encontrado otra copia de la bula en casa de un abogado católico muy conocido, en Lincoln's Inn, se le sometió a la tortura y confesó que Juan Felton le había dado el ejemplar. Inmediatamente fue capturado Felton en Bermondsey. Pero, aunque confesó al punto su culpa, no fue juzgado sino tres meses después. En el ínterin, estuvo en la prisión de Newgate y en la Torre de Londres, donde fue tres veces sometido a la tortura del potro para que delatase a los conspiradores españoles, si acaso los conocía. Pero Felton no era un conspirador político: su intento era dar a conocer, como cristiano, una bula legítima del Sumo Pontífice contra los crímenes de la reina. El juicio se llevó a cabo en Guildhall el 4 de agosto. Juan, se declaró culpable y proclamó abiertamente la soberanía de la Santa Sede. Cuatro días más tarde se le arrastró hasta el atrio de San Pablo. El cadalso estaba situado frente a la puerta en que había clavado la bula. Al ver el cadalso, el beato tuvo un espasmo de terror, pero logró vencerlo mediante vigoroso esfuerzo de su voluntad. Señalando la puerta de la catedral, dijo: «Ahí clavé la bula del Sumo Pontífice contra la pretendida reina y ahí quiero morir por la fe católica».

Después, se quitó del dedo un valioso anillo y le envió a la reina, como prueba de buena voluntad. En seguida se arrodilló, recitó el Miserere y encomendó su alma a Dios. El verdugo, apiadándose de él, tenía la intención de dejarle morir en la horca; pero la autoridad ordenó que se cortase la cuerda antes de la muerte de Juan y se le arrancase el corazón. La hija del beato, la señora de Salisbury, le oyó pronunciar dos veces en ese momento el nombre de Jesús. La esposa de Juan Felton había sido amiga personal de la reina. Después de la ejecución de su esposo, Isabel le concedió permiso de tener un capellán en su casa. Como existen otros casos análogos a éste, es verosímil pensar que Isabel lo hizo así realmente. Tomás Felton, el hijo de Juan, que era entonces un niño de dos años, había de seguirle en el martirio dieciocho años más tarde.

Juan fue beatificado por el decreto de 1886, aunque no nominalmente. No vamos a discutir aquí la cuestión de la bula «Regnans in excelsis», pero indicaremos, que el beato Juan murió por haber divulgado un documento canónico de la Santa Sede contra un perseguidor y fautor de herejías, es decir, por haber defendido la jurisdicción pontificia. La cuestión de la oportunidad y justicia de dicha bula no modifica los hechos. Los papas, aun los papas santos, pueden equivocarse en sus opiniones. La opinión que prevalece actualmente es que la bula «Regnans in excelsis» fue un intento de poner en práctica la facultad de deponer a los soberanos, que los papas ya no podían ejercer. Por lo demás, lo mejor será citar las palabras de otro Papa, también llamado Pío, a la Academia de la Religión católica, en 1871: «Aunque algunos papas ejercieron el poder de deponer a los soberanos en circunstancias extremas, lo hicieron siguiendo las leyes de la época y con el acuerdo de los países católicos, los cuales profesaban tal reverencia al poder judicial del Papa, que lo extendían hasta a los príncipes y las naciones. Actualmente, las circunstancias son totalmente distintas ... A nadie se le ocurre pensar que la Santa Sede posee el poder de deponer a los soberanos .. Y al Sumo Pontífice menos que a nadie».

Hay un relato muy completo en B. Camm, Lives of the English Martyrs, vol. II (1905), pp. 1-13.