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San Antonino de Florencia, obispo

Antonino Pierozzi

San Antonino es, sin duda, el prelado que mejor supo ganarse el cariño y la veneración de los florentinos, entre todos los obispos que han gobernado esa diócesis en el curso de los siglos. Su padre, llamado Nicolás Pierozzi, era un ciudadano de buena familia que ejercía el cargo de notario de la República: El santo recibió, en el bautismo, el nombre de Antonio; pero sus compañeros le llamaron desde niño «Antonino», por su bondad y corta estatura. Antonino era un muchacho serio y muy amante de la oración. Asistía frecuentemente a los sermones del beato Juan Dominici, que era entonces prior de Santa María Novella; a los quince años, pidió la admisión en la Orden de Santo Domingo. El beato Juan, juzgándole demasiado débil para ese género de vida, trató de desalentarle, mandándole que aprendiese de memoria el «Decretum Gratiani». Un año más tarde, recitó todo el decreto y fue admitido al punto. Antonino fue el primer postulante que tomó el hábito en el nuevo convento que el beato Juan había construido en Fiésole. Fue enviado al noviciado de Cortona, donde tuvo por maestro de novicios al beato Lorenzo de Ripafratta y, por compañeros, al beato Pedro Capucci y al famosísimo artista beato Angélico da Fiésole. Pronto demostró Antonino sus excepcionales dotes de hombre de estudios y de gobierno. Era todavía muy joven, cuando fue elegido superior del gran convento de la Minerva en Roma; después fue, sucesivamente, prior en Nápoles, Gaeta, Cortona, Siena, Fiésole y Florencia. Como superior de las congregaciones reformadas de Nápoles y Toscana y, como superior a cargo de la Provincia Romana, Antonino puso celosamente en vigor las medidas que el beato Juan Dominici había dictado para restaurar la primitiva observancia. Asimismo, en 1436, fundó en Florencia el famoso convento de San Marcos; los silvestrinos habían ocupado antes esos edificios, pero San Antonino los reconstruyó prácticamente, según los planos de Michelozzi y encargó a Fra Angélico que los decorase con frescos. Cosme de Medicis, por su parte, reconstruyó con gran magnificencia la iglesia adyacente (del siglo XIII) y la puso a disposición de los dominicos.

Además del desempeño de sus deberes oficiales, san Antonino predicaba frecuentemente, y las obras que escribió le hicieron muy famoso. Recibía consultas de Roma y de toda la cristiandad, particularmente sobre puntos de derecho canónico. El papa Eugenio IV le invitó al Concilio de Florencia; el santo asistió a todas las sesiones. Se hallaba ocupado en la reforma de los conventos de la provincia de Nápoles cuando se enteró, con gran pena, de que el papa le había nombrado arzobispo de Florencia. En vano alegó su incapacidad, su mala salud y su avanzada edad; Eugenio IV se mostró inflexible. San Antonino fue consagrado en marzo de 1446, con gran júbilo por parte de los florentinos. El santo practicó estrictamente las reglas de su orden, en cuanto se lo permitían sus deberes. En su casa reinaba la mayor sencillez. Su servidumbre constaba únicamente de seis criados; no tenía vajilla de plata ni caballos. Una vez vendió la única mula que poseía, pero algún ciudadano rico la compró y la regaló al santo quien, desde entonces, renovó con frecuencia el procedimiento. San Antonino recibía, diariamente, a cuantos deseaban verle, pero protegía de modo especial a los pobres, a cuya disposición estaban su bolsa y su despensa. Cuando ambas se agotaban, el santo arzobispo vendía los muebles de su casa y sus propios vestidos. Para socorrer a los pobres vergonzantes, fundó una asociación consagrada a San Martín y pudo ayudar así a miles de familias.

Aunque era de temperamento bondadoso, sabía mostrarse firme y decidido cuando las circunstancias lo exigían. Acabó con los juegos de azar en su diócesis, se opuso vigorosamente a la usura y la magia y ejecutó toda clase de reformas. Además de predicar todos los domingos y fiestas, visitaba una vez al año su diócesis, viajando siempre a pie. Su fama de prudencia e integridad era tal, que cuantos ejercían alguna autoridad, así clérigos como laicos, le consultaban incesantemente. Sus sabias respuestas le merecieron el título de «el consejero». Cuando Eugenio IV se hallaba en su lecho de muerte, mandó llamar a san Antonino a Roma, recibió de sus manos los últimos sacramentos y murió en sus brazos. Nicolás V le consultaba en materias de Iglesia y Estado, prohibió que se pudiese apelar a Roma sobre las decisiones del arzobispo y declaró que éste era tan digno del honor de los altares como san Bernardino de Siena, a quien iba a canonizar. Pío II escogió a san Antonino para que formase parte de la comisión encargada de la reforma de la corte pontificia. El santo no era menos estimado por el gobierno de Florencia, que le confió importantes embajadas y le hubiese enviado de representante ante el emperador, si la enfermedad no hubiera impedido al santo salir de Florencia.

Durante una severa epidemia de peste, que duró más de un año, el santo arzobispo trabajó incansablemente para asistir a los enfermos y, con su ejemplo, movió al clero a hacer lo propio. Muchos de los frailes de Santa María Novella, Fiésole y San Marcos, murieron en la epidemia. Como de costumbre, al flagelo siguió el hambre. El santo se privó entonces hasta de lo más necesario y consiguió la ayuda del papa Nicolás V, quien era incapaz de negarle algo. A partir de 1453, Florencia se vio asolada durante dos años por frecuentes terremotos y una tempestad destruyó un barrio de la ciudad. San Antonino sostuvo a las víctimas, reconstruyó las ruinas y dio la mano a todos. También curó a muchos enfermos, pues toda la ciudad sabía que estaba dotado con el don de hacer milagros. Cosme de Medicis afirmó públicamente que la preservación de la ciudad, de los peligros que la amenazaban, se debía en gran parte a los méritos y oraciones de su santo arzobispo. San Antonino fue oficialmente canonizado en 1523.

En Acta Sanctorum, mayo, vol. I, hay una biografía de san Antonino, escrita por Francisco de Castiglione, que fue miembro de su casa, y además un suplemento de Leonardo de Seruberti y algunos extractos del proceso de canonización. Existen muchas otras fuentes, como las crónicas, correspondencias y diarios de la época; naturalmente casi ninguna de esas fuentes era accesible en el siglo XVII. Sin duda quien mejor ha aprovechado dichos materiales es el P. Raoul Morgay en su voluminosa obra Saint Antonin (1914). Se trata de una excelente biografía, que incluye muchos de los detalles que el notario de san Antonino, Baldovino Baldovini, dejó escritos en un documento descubierto recientemente. Quien desee una bibliografía de las obras más antiguas vea Taurisano, Catalogas Hagiographicus O.P. San Antonino tiene importancia como moralista práctico. El P. Bede Jarrett, en Social Theories of the Middle Ages (1926), arroja cierta luz sobre la doctrina moral y social del santo; ver Medieval Socialism (1913) y St. Antonino and Medieval Economics, del mismo autor.