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San Isquirión, mártir

Iscrión

San Dionisio de Alejandría, casi contemporáneo de los hechos (aunque no murió mártir, padeció bajo la misma persecución de Decio), en una larga carta a Fabio, obispo de Antioquía, la llamada «Epístola III», le cuenta diversas historias martiriales, que dan sobrado ejemplo de esta difícil etapa de nuestra fe. En el número 9 de esta carta dice lo siguiente:

Por otra parte, otros en grandes cantidades fueron desgarrados por los paganos a través de ciudades y pueblos. De uno de estos voy a dar alguna mayor explicación, como ejemplo: Isquirión servía a un magistrado gentil en cuestiones de administración. Su patrón le ordenó ofrecer un sacrificio a los dioses, y tras su negativa a hacerlo, lo insultó gravemente. Y como persistió en su negativa, lo injurió aun más; y como aun se mantuviera firme, tomó un palo enorme y lo empujó atravesando sus vísceras y corazón, y lo mató.
¿Mencionaré la multitud de los que debieron vagar en los desiertos y por las montañas, y que fueron cercenados por el hambre y la sed, el frío y la enfermedad, los ladrones y las bestias salvajes? Los sobrevivientes de todo esto son testigos de su elección y su victoria. Una circunstancia, sin embargo, voy a añaddir como ilustración de estos hechos: hubo una persona de edad muy avanzada, de nombre Queremón, obispo del lugar llamado «Ciudad del Nilo» [hoy Dalas en Beni Suef, Egipto. NdT]. Huyó junto con un compañero a las montaña de Arabia, y nunca regresó. Los hermanos no pudieron descubrir nada de ellos, aunque hicieron búsquedas frecuentes; y no sólo no pudieron encontrar a estos hombres, sino tampoco sus cuerpos. Muchos también fueron llevados como esclavos por los bárbaros Sarracenos de las mismas montañas árabes. Algunos de ellos fueron rescatados con dificultad, y sólo mediante el pago de una gran suma de dinero, otros no han sido rescatados hasta hoy.
Y estos hechos los he contado, hermano, no por otro propósito, sino para que sepas cuántos y cuán terribles son los males que han caído sobre nosotros, que los problemas también se entienden mejor si se los ve en aquellos que han tenido más experiencia.

Ésta es la única mención antigua que tenemos a los santos mártires celebrados hoy, pero bien puede verse que la imposibilidad de conocer sus nombres y su número exacto no impide que deban ser legítimamente honrados por la Iglesia e invocados por todos nosotros, como aquellos que, en su anonimato, cumplieron hasta el fin el mandato de Cristo de morir para tener vida, y gozan ahora, en el cielo, de un nombre nuevo mucho más excelente que el que en este mundo se nos ha perdido.

El texto de la carta es traducción del inglés de la colección de «Epístolas y fragmentos de epístolas de san Dionisio», en New Advent. La referencia a san Dionisio como fuente inmediata de estos mártires la obtuve de Butler, aunque no seguí su texto, que no incluye la carta. La imagen utilizada es genérica. Aunque el Martirologio tiene entradas distintas para Isquirión y para Queremón, me pareció preferible una hagiografía de conjunto, ya que forman parte de la misma presentación en la carta de Dionisio.