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San Lucífero de Cagliari, obispo

20 de mayo

De Lucífero, obispo de Cagliari, conocemos sólo su participación en la controversia arriana. Que fuese de origen africano es una hipótesis propuesta en edad reciente, sin apoyo alguno documental. Encontramos a Lucífero el año 355 como representante de Liberio, obispo de Roma, en el concilio de Milán, que debía examinar de nuevo el caso de Atanasio, perseguido por los arrianos, apoyados por el emperador Constancio. Con esta ocasión escribió a Eusebio de Vercelli una carta, que se conserva, en la que le ruega que tome parte en el concilio. Lucífero fue uno de los contadísimos obispos presentes en Milán, junto con, por ejemplo, san Hilario de Poitiers, que no se doblegó a la voluntad del emperador y se negó a firmar la condenación de Atanasio. Fue, pues, depuesto y exiliado, primero en Germanicia de Siria, luego en Eleuterópolis de Palestina y al fin en la Tebaida de Egipto, donde se encontraba cuando Juliano, con un edicto del 362, autorizó la vuelta de todos los exiliados por Constancio. Mientras Eusebio de Vercelli, compañero de exilio, llegaba a Alejandría para presenciar el concilio convocado por Atanasio, Lucífero prefino trasladarse a Antioquía, donde la comunidad antiarriana se encontraba dividida en dos facciones adversas entre sí. Pero en vez de procurar la reconciliación, Lucífero apoyó enérgicamente a la menor de las dos facciones, que reunía a los sostenedores intransigentes del credo niceno, contra la facción mayoritaria, que apoyaba a Melecio, un antiarriano moderado; no se logró con ello más que recrudecer un cisma, el cisma de Antioquía, que habría de interponerse luego como obstáculo insuperable en los intentos de reunir en un único frente a los antiarrianos de Oriente y de Occidente. Irritado porque Eusebio, llegado a Antioquía, no aprobó su postura y estimando excesivamente blandas las medidas adoptadas por el concilio de Alejandría con los obispos que se habían comprometido en otro tiempo con el arrianismo y querían volver a la fe nicena, Lucífero abandonó el campo y volvió a Occidente.

Según el «Libellus precum», pasó por Nápoles y Roma, pero de él no volvemos a tener noticias. Jerónimo refiere que falleció siendo emperador Valentiniano (364-375). Durante los años de su exilio (355-361), Lucífero dirigió al emperador Constancio cinco virulentos opúsculos: «Que no hay que convenir con los herejes», «Sobre los reyes apóstatas», «A favor de San Atanaslo», «Sobre no perdonar a los que delinquen contra Dios», «Hay que morir por el Hijo de Dios». El partido de los rigoristas de Nicea, llamados en la historia precisamente «Luciferinos», continuó brevemente a la muerte del obispo, liderado por san Gregorio de Elvira, pero nunca llegó a romper formalmente la comunión de la Iglesia, y, aunque la actuación de estos obispos no haya sido de lo más oportuna ni mucho menos eficaz, la tradición los ha mirado con indulgencia, y resaltado la santidad de sus intenciones y sus disposiciones, más que la pobreza de sus resultados.

He aquí un juicio de conjunto sobre Lucífero de Cagliari, por alguien tan autorizado como el patrólogo Di Bernardino: «Hay que reconocer que su actuación hizo más mal que bien a la causa de la ortodoxia nicena. Lucífero, que no se preocupó de apurar mejor los extremos políticos del debate, tampoco se cuidó del aspecto doctrinal: en sus escritos recurren expresiones que muestran su total adhesión al credo niceno y su fe en la divinidad de la Trinidad, mas se trata de expresiones esterotipadas, repetidas una y otra vez, pero nunca objeto de reflexión personal. La obra de Lucífero puede interesar al lingüista, por el gran número de vulgarismos que en ella ha esparcido, o al biblista en busca de citas bíblicas latinas prejeronimianas, que son abundantes, mas el estudioso de historia de la teología no hallará nada de verdadero interés»
Agrego yo, sin embargo, que su persona debe importar, y mucho, a la hagiografía, para combatir esa tan extendida, pero perniciosa, creencia de que la santidad de los santos debe medirse por la eficacia de sus obras, y no por aquello que vedaderamente los convierte en santos, que es su total disposición a la obra de la Gracia en ellos, aunque muchas veces no lleguen a darse cuenta, como le pasó a Lucífero o a tantos otros, cuándo debían obrar de otra manera, para bien de la Iglesia.

El conjunto de este escrito está tomado, incluso literalmente, con escasos cambios, de la Patrología, tomo III, de Angelo di Bernardino (BAC, 1981), pág 76ss; de allí proviene también la cita entrecomillada. Por supuesto, lo he resumido a los aspectos necesiarios a nuestro contexto, puede ser interesante a quien desee ahondar en el tema leer allí el artículo completo, bastante más extenso. No difiere -aunque fue en quien mejor expuesto encontré el problema- de lo que sobre el mismo personaje se dice en la Catholic Encyclopedia, o en la Enciclopedia Rialp (GER). En cuanto a lso santorales disponibles, en «Año Cristiano» (BAC, 2003), la breve noticia no deja nada demasiado claro, y los demás parecen pasar del problema de explicar cómo un casi fundador de secta llega a ser santo, lo que me parece una cuestión de lo más interesante, al igual que la de tantos otros santos cuya obra humana puede decirse que fracasó.