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San Luis María Grignion de Montfort, presbítero y fundador

28 de abril

San Luis María era el mayor de los ocho hijos de Juan Bautista Grignion, modesto ciudadano de Montfort que pertenecía, entonces, a la diócesis de Saint- Malo. Allí nació el santo en 1673. Después de educarse en el colegio de los jesuitas de Rennes, fue al cumplir veinte años a París, a prepararse para el sacerdocio. Como era demasiado pobre para entrar en el seminario de San Sulpicio, ingresó en otra institución dirigida por el P. de la Barmondiére. A la muerte de éste, pasó a un seminario todavía más estricto, en el que reinaba una gran pobreza. Los mismos seminaristas preparaban por turno la comida, «para tener el gusto de envenenarse a sí mismos», según la irónica expresión de uno de ellos. Luis cayó tan enfermo, que hubo de ser trasladado al hospital. Cuando recobró la salud, consiguió ingresar en el seminario de San Sulpicio, donde permaneció hasta el fin de sus estudios. Un año, tuvo el honor de ser uno de los dos mejores estudiantes que, según la costumbre, visitaban un santuario de Nuestra Señora. La peregrinación de aquel año fue a la catedral de Chartres.

El éxito que obtuvo durante sus años de seminario en la catequesis de los niños más abandonados de la ciudad, no hizo más que confirmar su deseo de consagrarse al apostolado. Después de recibir la ordenación sacerdotal, en 1700, estuvo algún tiempo en Nantes, con un sacerdote que se encargaba de preparar a los jóvenes para diversas clases de apostolado y, al fin, fue nombrado capellán del hospital de Poitiers. Pronto emprendió las reformas que necesitaba aquella institución de caridad y organizó, entre el personal femenino, el núcleo de lo que más tarde había de convertirse en la Compañía de las Hijas de la Divina Sabiduría, cuyas reglas redactó entonces. Pero las reformas que había introducido provocaron una violenta reacción, y el santo tuvo que renunciar a su cargo. Enseguida, se dedicó a predicar misiones entre los pobres que acudían en masa a oírle; pero el obispo de Poitiers, a instancias de los enemigos del siervo de Dios, le prohibió predicar en su diócesis. Sin desalentarse por ello, San Luis emprendió, a pie, el viaje a Roma, donde fue recibido amablemente por el papa Clemente XI; al volver a Francia, llevaba el título de misionero apostólico. Como Poitiers siguió cerrándole las puertas, volvió a su tierra natal de Bretaña, donde emprendió una serie de misiones hasta su muerte.

Cierto que la mayoría de las parroquias le recibían con los brazos abiertos, pero no faltaban quienes le criticaban severamente, hasta el grado de que varias diócesis jansenizantes le cerraron las puertas. El santo exhortaba a sus oyentes a llevarle todos los libros impíos para quemarlos públicamente en una gran hoguera, sobre la que colocaba la efigie de una mujer mundana que representaba al diablo. En otras ocasiones, organizaba la representación de la escena en que agonizaba un pecador, cuya alma se disputaban el diablo y su ángel guardián. El santo representaba el papel del pecador y otros dos sacerdotes, los del diablo y el ángel custodio. A pesar de ello, su predicación no era puramente emocional y conseguía frutos prácticos y duraderos, simbolizados por la restauración de alguna iglesia en ruinas, la erección de gigantescas cruces misionales, limosnas muy generosas y profunda reforma de las costumbres. Casi sesenta años después de la muerte del santo, el párroco de Saint-Lô declaraba que muchos de sus feligreses practicaban todavía las devociones que Luis María había inculcado en una de sus misiones. La principal de ellas era la recitación del rosario, para promover la cual fundó numerosas cofradías. Además, hacía aprender al pueblo oraciones rimadas e himnos que él mismo componía y que se cantan aún en muchas regiones de Francia. A lo que parece, su amor al rosario fue lo que le movió a ingresar en la tercera orden de Santo Domingo.

Pero el esfuerzo de evangelización de san Luis no se limitaba a las misiones, pues era de los que creían que debe predicarse la Palabra de Dios oportuna e inoportunamente (2Tim 4,2). En una ocasión en que navegaba por el río, entre Dinant y Rouen, sus compañeros de travesía empezaron a entonar canciones obscenas; cuando el santo los invitó a rezar el rosario, se burlaron de él, pero al fin, acabaron todos por arrodillarse a rezar y escucharon atentamente el sermón que siguió a las oraciones. En otra ocasión, un baile al aire libre terminó de la misma manera. Pero tal vez el santo obtuvo sus mayores triunfos en La Rochelle, que era el centro del calvinismo, donde predicó una serie de misiones famosas y reconcilió a numerosos protestantes con la Iglesia. San Luis tenía, desde hacía tiempo, el proyecto de fundar una asociación de sacerdotes misioneros; pero sólo pocos años antes de su muerte, logró reunir a los primeros misioneros de la Compañía de María. La súbita enfermedad que le llevó a la tumba le sorprendió cuando predicaba una misión en Saint-Laurent-sur-Sévre. Entregó su alma a Dios en 1716, a los cuarenta y dos años de edad. Además de sus versos e himnos, la más conocida de sus obras es el tratado de «La verdadera devoción a la Santísima Virgen», que se divulgó ampliamente de nuevo con motivo de su canonización, en 1947.

Aparte de las biografías de los contemporáneos, como J. Grandet y el P. de Cloriviére (1775), hay que mencionar la obra de A. Laveille, Le b. L.M. Grignion de Montfort d'aprés des documents inédits (1907). Pero existen muchas otras biografías en francés, como las de G. Bernoville (1946) y la del P. Morineau (1947). Acerca del testamento que dictó el santo poco antes de morir, cf. Analecta Bollandiana, vol. LXVIII (1950), pp. 464-474. En la Biblioteca de ETF se encontrarán obras y referencias al santo, tanto en castellano como en francés.