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San Melchor García Sampedro, obispo y mártir

28 de julio

La ascensión al trono de Tu-Duc, en 1847, fue saludada con júbilo por los misioneros, por creer que el nuevo rey favorecería al catolicismo. Pero una rebelión del hermano mayor del monarca, con miras a derrocarlo, cambió los planes de Tu-Duc. Atendió los clamores de la opinión pública, que acusaba a los católicos de complicidad en el movimiento, y publicó el decreto de persecución. Sin embargo, durante algunos años, Tu-Duc se mostró relativamente tolerante, quizá por temor a la reacción de Napoleón III. Desgraciadamente, algunas torpezas de los franceses fueron interpretadas por Tu-Duc como prueba de su impotencia y, sin ningún temor, desencadenó en 1857 la persecución más violenta de que se haya tenido noticia en el país.

En el Tonkín central la primera víctima fue el vicario apostólico, Mons. José Díaz Sanjurjo. Le siguió por el camino del martirio su coadjutor, Mons. Melchor García Sampedro. Este había nacido cerca de Cienfuegos, en Asturias, el 29 de abril de 1821. Hizo sus estudios en Oviedo y tuvo en ellos mucho éxito, a pesar de que la pobreza de su familia le obligaba a vivir en condiciones económicas muy estrechas. Después de obtener su bachillerato en teología, fue profesor suplente en la enseñanza de la lógica, pero renunció a su cargo, a pesar de la oposición de sus padres, para entrar al noviciado de los dominicos de Ocaña, en agosto de 1845. Tras de ser ordenado sacerdote en Madrid, tres años después, partió a Manila y, una vez ahí, pidió ser enviado al Tonkín. Llegó a él en febrero de 1849. Pronto fue nombrado protovicario provincial y luego vicario provincial. Fue consagrado obispo el l de septiembre de 1855, cuando los edictos persecutorios se hacían cada vez más duros.

Lo arrestaron a principios de julio de 1858. Veinte días más tarde, el 28 de julio, lo sacaron de la prisión y lo llevaron, cargado de cadenas, al lugar del tormento. Después de arrojarlo por tierra desnudo y descoyuntado, lo ataron fuertemente a una estaca. Los esbirros le cortaron las manos y las piernas, mientras él invocaba sin cesar el nombre de Jesús. Finalmente, le cortaron la cabeza, le arrancaron las entrañas y las arrojaron en una fosa. Sus pobres despojos fueron echados a los elefantes para que los pisotearan. Pero esos animales se rehusaron tan obstinadamente, que los testigos, aterrorizados, avisaron al emperador, quien ordenó dar muerte a las bestias a cañonazos en el mismo lugar de la ejecución. Fue beatificado el 29 de abril de 1951, y canonizado por SS Juan Pablo II, en el grupo de 117 mártires de Vietman, el 19 de junio de 1988.

Extractado del artículo del 20 de agosto, sobre los mártires de Indochina en general.