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San Roberto Southwell, presbítero y mártir

21 de febrero

Uno de los dogmas de la crítica literaria es el de que debe estudiarse a los poetas en relación con su tiempo, sus ocupaciones y su marco histórico general. Sin embargo, con frecuencia resulta útil estudiar al escritor a la luz de sus propios escritos únicamente. En todo caso, Roberto Southwell constituye una excepción, pues antes que poeta fue hombre, sacerdote, misionero y mártir. Nació hacia el año 1561, en Horsam Saint Faith, en Norfolk. Su madre era pariente de los Shelley de Sussex, de suerte que un lejano parentesco unía a Southwell con el gran poeta Shelley. Roberto estudió en Douai, donde fue discípulo del famoso teólogo Leonardo Lessio, y allí entró por primera vez en contacto con la Compañía de Jesús. Prosiguió sus estudios en París, bajo la dirección de Tomás Darbyshire, quien había sido archidiácono de Essex en tiempos de María Estuardo. Poco después de cumplir los dieciesiete años, Roberto pidió ser admitido en la Compañía de Jesús. La admisión le fue negada a causa de su juventud; esta contrariedad le movió a escribir el primero de sus poemas que ha llegado hasta nosotros. En el otoño de 1578 fue finalmente admitido en el noviciado de Roma. Más tarde, fue prefecto de estudios del venerable Colegio Inglés y recibió la ordenación sacerdotal en 1584. Dos años después, partió a la misión de Inglaterra en compañía del P. Enrique Garnet.

La carrera de misionero activo del P. Southwell duró seis años. En 1587 era capellán de la condesa Ana de Arundel, en Londres, y esto le permitió entrar en contacto con san Felipe Howard, esposo de la condesa, que estaba prisionero en la Torre de Londres. A pesar de que tomaba todas las precauciones posibles para no darse a conocer, su fama se extendió pronto y su espíritu tranquilo y bondadoso impulsó eficazmente su trabajo apostólico. El santo se mantuvo alejado de todas las intrigas y controversias políticas y eclesiásticas, entregándose por completo a sus deberes sacerdotales. En 1592, denunciado por una joven de la casa en la que se había refugiado, fue detenido por el infame Topcliffe y encerrado en Uxenden Hall, la casa de su captor.

Con el fin de arrancarle denuncias sobre otros católicos, los verdugos sometieron al santo a terribles tormentos, por lo menos en nueve ocasiones, en la misma casa de Topcliffe. Este había dicho a la reina: «Southwell es el prisionero más útil que hayamos capturado, con tal de que sepamos aprovecharle». Después de casi tres años de prisión en Gatehouse y en la Torre dé Londres, el santo apeló a Lord Cecil, exigiéndole que se procediera al juicio o se le dejase en libertad. La apelación surtió efecto, pues fue juzgado y condenado a muerte por el delito de ser sacerdote. El 21 de febrero de 1595 fue colgado, arrastrado y descuartizado en Tyburn; la tortura fue tan cruel, que los asistentes pidieron a gritos que el descuartizamiento no se llevara al cabo, sino después de la muerte. San Roberto no tenía más que treinta y tres años.

Aunque en el caso del santo, el poeta tiene menos importancia que el sacerdote y el misionero, esto no significa que la poesía haya dejado de constituir una parte muy real de su existencia. Sus breves y elegantes poemas líricos, tan intensos y apasionados, revelan las cualidades de su espíritu de un modo discreto y, con frecuencia, emocionante; y nada puede poner más de relieve esas cualidades que el estudio de la vida en que se realizaron y expresaron. Los poemas del santo reflejan en forma muy vivida su valor y su sensibilidad; su fe en Dios y en la belleza de la creación, aun en medio de las peores brutalidades de la época; el extraño contraste de ese hombre santo y apacible obligado a huir de la ley, escondiéndose y disfrazándose, como si fuera un criminal. También reflejan su severo ascetismo y su devoción a una disciplina casi militar, necesaria para llevar a cabo su trabajo misional; su renuncia a todos los placeres del mundo, nacida no de un morboso deseo de castigar a la naturaleza, sino de un anhelo irresistible de sacrificarlo todo para obtener la «perla de gran precio». Es la eterna paradoja cristiana de «no tener nada y poseerlo todo». Y esa paradoja de la verdad cristiana fue la fuente de inspiración de Southwell. En «Nuevo Príncipe, nueva pompa», el poeta nos habla del sistema de valores introducido por el nuevo Príncipe cuya cuna fue un establo. En «Lauda Sion Salvatorem» traduce con gran acierto, en una forma de verso muy difícil, el himno de Santo Tomás de Aquino, con todo su énfasis en la aparente contradicción entre la fe y los sentidos, la razón y la revelación. El temperamento de Southwell estaba admirablemente dotado para sentir la aparente contradicción que se oculta bajo la también aparente sencillez del dogma cristiano, así como la tensión entre esos dos elementos con toda la profundidad de su significado, su riqueza de interpretación y las verdades complementarias a que da lugar.

Es natural que san Roberto haya escrito en la forma popular de su época, ya que, aparte de otras razones que pueden haber existido, el estilo conceptuoso del fin del siglo XVI se prestaba especialmente para expresar las paradojas de la fe y los sentimientos que éstas provocaban en el poeta:
«Vivo, pero mi vida es muerte constante;
Muero, pero mi muerte es vida sin fin;
mi muerte-vida es una negación de mi vida-muerte
y la Vida que me espera coronará mi vida mortal.»

Se ha comparado a Roberto SouthweII con Sir Philip Sidney, por el tono general y el gusto de ambos hacia el estilo conceptuoso. Nada tiene esto de extraño, pues Sidney ejerció una profunda influencia sobre los poetas jóvenes de su época. Pero la semejanza se extiende también a la intensidad y al calor del sentimiento de ambos poetas, si bien las diferencias son todavía más interesantes y reveladoras que la semejanza. Sidney constituye el prototipo del caballero de su época, en tanto que SouthweII era un jesuita perseguido, odiado, acusado de traición. Pese a ello, Sidney y SouthweII se habrían entendido bien porque ambos eran cultos, sensibles, pacíficos y muy íntegros. Como lo dice el P. Garnet: «Nuestro querido P. SouthweII... era prudente, piadoso, amable y de gran atractivo personal»; y en otra parte: «¡Qué hombre tan extraordinario y querido fue el P. SouthweII!» Su poesía es generalmente corta, compacta y muy intensa; bien trabajada y construida, pero no demasiado pulida ni exagerada; abundan las frases felices que emergen del laberinto de las palabras y de las ideas. Sin embargo, sus mejores poemas no son los más complicados; por ejemplo, el famoso «Burning Babe» es de un conceptualismo moderado que permite al lector seguir fácilmente la idea. El más conmovedor de sus poemas, «The Virgin Mary to Christ on the Cross», es sencillo y directo y los pocos juegos de palabras que contiene no son desconcertantes.

Roberto SouthweII fue un poeta lírico. Su emoción, su energía y su pasión, gobernadas por una severa disciplina impuesta a la vez por su vocación y su voluntad, buscaban naturalmente una expresión concisa en unas cuantas líneas pletóricas de significado y sentimiento. Ello hace que sus dos obras más largas sean menos interesantes; nos referimos a «Fourfold Meditation on the Four Last Things» (cuya autenticidad es dudosa) y a «St. Peters Complaint». Pero cualquiera que sea su valor desde el punto de vista poético, lo importante es que sus poemas nos muestran una vez más cuáles eran los intereses del poeta: las amarguras de las cuatro últimas realidades de la vida humana; la forma en que el amor de Dios fue herido por el pecado; el deseo que Dios tiene de que el hombre se arrepienta y lo que espera al que no se arrepiente. En el prefacio a sus poemas SouthweII se lamenta de que tantos de sus contemporános profanen el divino don de la poesía, empleándolo en cosas bajas y manifiesta su intención de servirse de la poesía y del estilo de su época «para capturar a sus contemporáneos en su propia trampa». Esto nos hace comprender que la dedicación con que el santo se consagró al estudio de su lengua durante los años de Roma, no tenía otro objeto que el de combatir al enemigo con sus propias armas. Y el estilo de Roberto SouthweII era un arma excelente, ya que, mientras la poesía profana creaba laberintos de palabras y conceptos simplemente como un juego de ingenio, el conceptualismo de la poesía sagrada, sin perder nada de su valor, se convertía en un medio de expresar las más profundas verdades religiosas, tanto por el carácter paradójico del cristianismo, como por la habilidad de SouthweII para expresar sus verdades.

Los poemas del santo fueron muy populares, pues su forma si no su contenido, cuadraba con el gusto de la época. Por otra parte, los católicos encontraron en ellos una verdadera lectura espiritual, expresada en términos a los que estaban más acostumbrados que nosotros. El santo encontraba la formulación exacta de lo que la vida era para los católicos de entonces: «una zigzagueante carrera hacia un discutible reposo... un laberinto de innumerables caminos». La fragilidad de la felicidad humana y la vanidad de los placeres, sobre lo cual escribía Southwell, eran para los católicos una experiencia cotidiana; por ello, necesitaban que el santo les reconfortara con sus cantos triunfales sobre el cielo, la misericordia y el amor de Dios, el gozo espiritual que se encuentra en el sufrimiento y con sus traducciones de los himnos y reflexiones de la Iglesia sobre la vida del Salvador. Si el santo no tradujo los himnos de la Resurrección, fue precisamente porque su atención se hallaba concentrada en la vida, los sufrimientos y la muerte de Jesucristo, de los que su propia vida y la de todos los católicos ingleses eran un pálido reflejo.

«El amor no entiende las reglas de la razón, sino las del amor. No ve lo que se puede ni lo que se debe hacer, sino únicamente lo que desea hacer. Las dificultades no le amilanan y la imposibilidad no le detiene». Estas palabras del santo en «Mary Magdalen's Funeral Tears» expresan perfectamente la actitud en que vivió y murió, así como la actitud de su poesía, en la que la audacia de su fe y la agudeza de su inteligencia evitan el escollo de convertir la belleza lírica en fanatismo sin amor. Roberto Southwell no nos aconseja que no busquemos flores, sino que las busquemos en el cielo.

La obra de Janelle, Roberth Southwell: the Writer (1935), es el libro básico sobre el santo, por lo que se refiere a su actividad literaria. La mejor edición de las obras de Roberto Southwell es la de Grosart (1872). Ver los artículos del P. Thurston en The Month, febrero y marzo de 1895, septiembre de 1905, y en Catholic Encyclopedia, vol. xiv, pp. 164-165. Challoner, en Memorial of Misionary Priests, describe la escena del cadalso y transcribe dos cartas de Southwell a un amigo de Roma; también presenta la traducción de un manuscrito sobre el juicio del santo, que se conserva en Saint-Omer. En este sitio web es posible leer (y escuchar) algunos de sus poemas (en inglés)