santos

Santa Eduvigis de Polonia, reina

Hedwig, Jadwiga

Santa Eduviges, reina de Polonia, gozó durante siglos de veneración popular, y de la atribución, en la práctica, del título de beata, hasta que el 8 de junio de 1997 el papa Juan Pablo II la canonizó formalmente.

Eduviges nació en 1371. Era la hija menor de Luis, heredero al trono de Polonia, que ocupaba entonces Casimiro III. Después de la muerte de éste, en 1382, se propuso a Eduviges como un deber religioso el matrimonio con Jagielo, duque de Lituania, que era aún pagano. Desde el punto de vista diplomático, dicho matrimonio parecía ventajoso para Polonia y para la Iglesia, pues el duque prometía abrazar la fe cristiana y aseguraba que todo su pueblo se convertiría con él. Aunque no tenía entonces más que trece años, Eduviges tuvo que elegir, siguiendo únicamente el dictado de su conciencia. Un autor moderno narra así la elección de la princesa:

«Cubierta por un espeso velo negro, Eduviges se dirigió a pie a la catedral de Cracovia, donde se retiró a una de las capillas. Ahí permaneció tres horas, con las manos entrelazadas y los ojos llenos de lágrimas, luchando con la repugnanancia que experimentaba en su interior. Al fin se levantó, con el corazón ligero, dejando al pie de la cruz sus sentimientos, su voluntad y sus esperanzas de felicidad terrena. Había hecho el sacrificio de sí misma y de cuanto tenía, acababa de ofrecerse en perpetuo holocausto a su Redentor crucificado, considerándose muy feliz de que su sacrificio pudiese contribuir a la salvación de las almas por las que Cristo había vertido su preciosa sangre. Antes de salir de la capilla, cubrió con su propio velo el crucifijo, como si quisiese ocultar bajo esa especie de capa mortuoria los últimos brotes de debilidad humana que pudiese haber todavía en su corazón, y estableció una fundación perpetua para renovar esta imagen de la pena de su alma. La fundación existe todavía. El crucifijo se yergue aún en la misma capilla, cubierto con el velo negro de la princesa; generalmente se le llama «el crucifijo de Eduviges».

Jagielo había sido sincero. En el bautismo tomó el nombre de Ladislao. Sobre la conversión del pueblo lituano la leyenda ha bordado historias fantásticas, como la de la destrucción total de los templos paganos y la del bautismo en tropel, en el que los hombres, las mujeres y los niños, divididos en grupos, recibieron el agua bautismal de manos de los obispos y sacerdotes. Los iniciantes de cada grupo fueron bautizados con el mismo nombre.

Durante los años turbulentos que siguieron, Eduviges fue un elemento de estabilidad y equilibrio en el gobierno del reino. Ejerció una influencia benéfica sobre su marido; defendió a sus subditos, que frecuentemente eran víctimas de los errores y el egoísmo de sus jefes; su caridad y su bondad le ganaron el afecto de todo el pueblo; finalmente, Eduviges supo defenderse con dignidad de los injustos accesos de celos de su marido. Sólo en la penitencia parecía olvidar la moderación; pero esto no le impedía el cumplimiento perfecto de sus deberes de esposa y su marido sentía por ella el más profundo afecto, no exento de cierto reverencial temor. Jagielo se mostró espléndido en los preparativos que organizó con motivo del próximo nacimiento del heredero del trono. Aunque en ese momento se hallaba en el frente de batalla, ordenó por medio de una carta que se sacaran las joyas de la corona y los brocados. Eduviges respondió: «Hace mucho tiempo que renuncié definitivamente a las pompas del mundo, y ciertamente no quisiera verlas reaparecer en el lecho en que voy a dar a luz, que para tantas mujeres es el lecho de muerte. No son las perlas y las joyas las que pueden hacerme agradable a Dios, quien se ha dignado librarme de la esterilidad, sino la entrega total a su voluntad y la conciencia de mi propia nada».

Considerando las cosas desde un punto de vista puramente humano, Eduviges cometió algunos excesos en materia de penitencia y oración. La víspera de su gran sacrificio, su matrimonio, pasó la noche entera en oración ante el crucifijo cubierto con su propio velo; sus damas de honor la encontraron delante de él, desmayada o en éxtasis. Poco después, el nacimiento de su hija, que sólo vivió unas cuantas horas, le costó la vida. Se cuenta que en su tumba se obraron numerosos milagros.

A. B. C. Dunbar, Dictionary of Saintly Women, vol. I, pp. 366-369; H. Sienkiewicz, Knights of the Cross, c. IV. Homilía (en castellano) de SS Juan Pablo II pronunciada en Cracovia, en la canonización de la santa. En Acta Apostolicae Sedis, 89 (1997), pag 423 puede leerse el «Decretum super virtutibus», con una pequeña biografía en latín.