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Santa Filipina Duchesne, virgen

18 de noviembre

La madre Duchesne introdujo en los Estados Unidos de Norteamérica la Sociedad del Sagrado Corazón fundada por santa Magdalena Sofía Barat; fue beatificada en 1940 y canonizada en 1988. Había nacido en 1769, en Grenoble del Delfinado. Su padre era un próspero comerciante. La niña recibió en el bautismo los nombres de Rosa Filipina. El primer nombre era casi una profecía, pues Santa Rosa de Lima, en la víspera de cuya fiesta había nacido la futura santa, fue la primera canonizada del Nuevo Mundo. La infancia de Rosa Filipina no tuvo nada de especial. Era una niña de carácter fuerte e imperativo (heredado de la familia de su padre), muy seria y muy amante de la historia. Cuando Rosa tenía ocho años, un jesuita que había sido misionero en la Luisiana, relató a la familia muchas historias de indios, lo que despertó en la niña el interés por las misiones. Rosa Filipina asistió a la escuela de las religiosas de la Visitación de Sainte-Marie-d'En-haut. Además, junto con sus primos, los Périer, tenía un tutor particular, de suerte que llegó a ser una mujer extraordinariamente culta. A los diecisiete años, cuando sus padres empezaban a pensar en casarla, la joven anunció su resolución de ingresar en el convento. Al principio, su proyecto encontró cierta oposición; pero finalmente se le permitió entrar en el convento de las visitandinas. Sin embargo, un año y medio más tarde, su padre impidió que hiciese la profesión, no sin razón, pues el futuro religioso de Francia le parecía muy oscuro. Efectivamente, en 1791, les visitandinas de Grenoble fueron expulsadas. Filipina regresó entonces a la casa de su familia, que vivía por esa época en el campo.

Durante los años de la Revolución, Filipina hizo todo lo posible por vivir como religiosa: miraba por su familia, asistía a los enfermos, prestaba ayuda a los confesores de la fe y a los prisioneros y, sobre todo, velaba por la educación de los niños. Cuando la Santa Sede firmó el Concordato con Napoleón en 1801, Filipina pudo comprar los edificios del antiguo convento de Sainte-Marie-d'En-haut. La santa había pensado en restablecer la comunidad de visitandinas de la que había formado parte; pero la tarea resultó no sólo más difícil de lo que había imaginado, sino simplemente imposible. Así pues, el 21 de agosto de 1802, día de la fiesta de Santa Juana Francisca de Chantal, fundadora de las visitandinas, quedó decidido que se renunciaría a la empresa. Unos cuantos días más tarde, Rosa Filipina y otra religiosa quedaron solas en el convento. Naturalmente, no faltaron quienes dijesen que eso era una prueba más de la violencia del carácter de los Duchesne y que Filipina había hecho imposible la vida a las otras religiosas. La santa decidió entonces ofrecer la casa a la Madre Barat, quien poco antes había fundado en Amiens la primera casa de la Sociedad del Sagrado Corazón. La fundadora aceptó la proposición y, el 31 de diciembre de 1804, Filipina y otras cuatro postulantes fueron admitidas en Saint-Marie. Santa Magdalena Sofía Barat fue la maestra de novicias de Filipina. Tal fue el primer contacto de aquellas dos almas, «la una de mármol y la otra de bronce». Filipina hizo la profesión menos de un año después. Los meses de noviciado sirvieron para unir estrechamente a la fundadora y a la aspirante y ayudaron a Filipina a comprender mejor la disciplina religiosa, pues hasta entonces «había campeado demasiado por sus respetos». Tal vez la mayor prueba de Filipina fue renunciar a sus penitencias y mortificaciones personales por orden de su superiora.

A principios de 1806 fue a visitar el convento de Saint-Marie el abad de la Trapa, Dom Agustin de Lestrange, quien tres años antes había enviado a los Estados Unidos los primeros monjes cistercienses. Esa visita inflamó a Filipina en deseos de partir a la misión de América del Norte. En ese momento no existían aún colonos europeos en muchas regiones, la frontera de la civilización avanzaba muy lentamente hacia el oeste, y los indios constituían una parte importante de la población. Aunque la madre Barat no se opuso al plan, debían transcurrir doce años antes de que la madre Duchesne pudiese realizarlo. Durante esos doce años, el instrumento escogido por Dios iba a perfeccionarse, tanto en lo espiritual como en la administración exterior. Finalmente llegó el tiempo fijado por Dios. Mons. Dubourg, obispo de Luisiana, pidió a la madre Barat que le enviase algunas religiosas en cuanto le fuese posible. La santa prometió hacerlo así, pero tal vez habría pospuesto indefinidamente el proyecto, si la madre Duchesne no hubiese intervenido directamente y con mucha energía. Así pues, en marzo de 1818, cinco religiosas del Sagrado Corazón partieron de Burdeos al Nuevo Mundo. La madre Duchesne, contra toda su voluntad, había sido nombrada superiora de la expedición.

Después de un viaje muy pesado, Filipina escribía: «El mareo es una cosa horrible que afecta la cabeza y el estómago e imposibilita cualquier ocupación», la expedición desembarcó en Nueva Orleans el 29 de mayo, día de la fiesta del Sagrado Corazón. Las religiosas navegaron por el Mississippi hasta St Louis, que era entonces una población de 6000 habitantes, en lo que es actualmente el estado de Missouri. Allí las esperaba Mons. Dubourg, quien les dio por casa una cabaña de troncos en Saint Charles. Allí inauguraron las religiosas la primera escuela gratuita para niños pobres al oeste del Mississippi. La población blanca, compuesta por franceses, criollos, ingleses, etc., era católica en su mayoría. Muchos de los habitantes eran bilingües. Las religiosas habían empezado a estudiar el inglés desde que supieron que se las había destinado a los Estados Unidos, pero santa Filipina nunca llegó a dominar bien el idioma. Dos casuales reflexiones suyas, arrojan luz sobre las gentes con las que las religiosas trabajaban: «Algunos de nuestros discípulos tienen más chaquetas que camisetas y pañuelos», «En Portage-des-Sioux, las paredes (de la iglesia) estaban adornadas con imágenes de Baco y de Venus ... , por pura ignorancia». A propósito de los indios, la santa escribía lo siguiente: «Nos habíamos hecho la agradable ilusión de que íbamos a enseñar a salvajes dóciles e inocentes, pero las mujeres son tan perezosas y beben tanto como los hombres». Después de un crudo invierno, el obispo decidió que la comunidad se trasladase a Florissant, más cerca de St Louis. Ahí se establecieron las religiosas dos días antes de la Navidad de 1819. La madre Duchesne escribió un vívido relato sobre los agudos rigores del clima durante el viaje, a los que se añadió la complicación de la fuga de una vaca. La nueva residencia, que era más confortable, se prestaba para abrir un noviciado; pero Mons. Dubourg no se inclinaba mucho a ello, pues consideraba el carácter de los lugareños como demasiado independiente. Sin embargo, el camino se abrió por sí mismo, ya que una postulante, que quería ser hermana lega, se presentó espontáneamente a pedir la admisión. El 22 de noviembre de 1820, María Layton tomó el hábito de las religiosas del Sagrado Corazón y fue la primera religiosa americana de la congregación. Con la inauguración del noviciado y los progresos de la escuela, empezó a abrirse el horizonte. Por otra parte, santa Filipina comprendía cada vez mejor a los extraños habitantes de aquel país. No debemos olvidar que la santa iba a cumplir cincuenta años cuando cruzó el Atlántico ni que era francesa hasta los huesos. Esas gentes la desconcertaban tanto por sus vicios como por sus virtudes y no sin razón se ha dicho que la madre Duchesne «probablemente nunca llegó a poseer un tacto extraordinario en su trato con los no europeos». Como quiera que fuese, la santa se hizo más dulce con la edad, como suele suceder, pero sin perder nada de su antiguo entusiasmo. En efecto, en 1821 escribía a la madre Barat: «Creía yo que estaban ya satisfechas todas mis ambiciones; pero estoy inflamada en deseos de ir al Perú. Pero sin embargo, me he vuelto más razonable que cuando estaba en Francia y acostumbraba molestaros continuamente con mis vanos deseos». Ese mismo año se inauguró en Grand Cóteau, a unos 225 kilómetros de New Orleans, la segunda casa de la congregación. La madre Duchesne decidió visitar dicha fundación y el viaje fue, probablemente, el más duro de todos los que hizo. En efecto, el trayecto de ida duró cuatro semanas y nueve el de vuelta. En el viaje de regreso estalló en el barco una epidemia de fiebre amarilla y la madre fue testigo de la inhumana actitud de los sanos que abandonaban a los enfermos por miedo al contagio. Santa Filipina se encargó de cuidar a un enfermo, al que bautizó antes de morir y eso estuvo a punto de costarle la vida, pues contrajo la enfermedad y fue desembarcada en Natchez, donde no pudo encontrar otro refugio que el lecho de una enferma que acababa de morir de fiebre amarilla.

Cuando volvió a Florissant, las pruebas empezaron a sucederse. Las dificultades materiales, la envidia y las calumnias de los extraños estaban a punto de arruinar la escuela. La santa escribía a la madre Barat: «Lo único que no han dicho de nosotras es que envenenamos a los niños». Finalmente, cuando no quedaban ya más que cinco discípulos, el horizonte empezó a aclararse. Una de las principales causas de las dificultades había sido la partida de Mons. Dubourg hacia el sur de Louisiana. Pero en 1823, el obispo consiguió que los jesuitas trasladasen a Florissant el noviciado de Maryland. Es difícil determinar si, en los años que siguieron, las religiosas debieron más a los jesuitas o estos a las religiosas. En 1826 y 1827 se inauguraron dos nuevas casas: la de Saint Michael, cerca de New Orleans y la de Saint Louis Missouri. Y en 1828, se abrió nuevamente la fundación de Saint Charles. Contando la casa de Bayou-la-Fourche, las religiosas del Sagrado Corazón tenían ya seis comunidades en el valle del Mississippi. En los diez años siguientes no escasearon las pruebas para la santa: menudearon las dificultades, los desengaños y las enfermedades. Pero, a pesar de la creciente fatiga, supo soportarlo todo con confianza en Dios. Finalmente, en 1840 la madre Duchesne consiguió que la relevasen de su cargo, aunque no fue la madre Barat quien le acordó esa gracia. En efecto, la asistenta general de la Sociedad del Sagrado Corazón fue a visitar las fundaciones de los Estados Unidos. Se trataba de la madre Isabel Galitsin, quien, con su carácter fuerte e imperioso (semejante al de la madre Duchesne en su juventud), provocó una reacción bastante violenta entre las religiosas de los Estados Unidos. Santa Filipina no opuso resistencia alguna a los métodos autocráticos de la visitadora, que era veintiocho años más joven que ella, pero, pensando que no había estado a la altura de la misión que se le había confiado, le pidió que la relevase del superiorato. La madre Galitsin accedió al punto, y la madre Duchesne volvió a la casa de St Louis como una religiosa de tantas.

Así pues, a los setenta y un años de edad, pudo por fin consagrar su atención a los indios, por quienes había ido a trabajar al Nuevo Mundo. El famoso jesuita De Smet había pedido a la madre Galitsin que enviase algunas religiosas a fundar una escuela en Sugar Creek, en Kansas, para instruir a los potawatomi. Una de las cuatro religiosas designadas para la misión fue la madre Duchesne, «si acaso puede hacer el viaje». La santa pudo hacerlo, pero sólo pasó un año entre sus amados indios, porque no consiguió aprender su lengua y, aquella vida tan dura era demasiado para sus débiles fuerzas. La madre Duchesne hubiera querido quedarse a convertir a Cristo a los indios de las Rocky Mountains, pero sus superioras le mandaron volver. La santa dijo simplemente: «Dios sabe por qué me retiran de aquí, y eso basta». La madre Duchesne pasó sus últimos años en Saint Charles. No fueron años fáciles. El progreso de la Sociedad del Sagrado Corazón en los Estados Unidos no careció de vicisitudes. Muchas de las casas que la madre Duchesne había fundado, parecían destinadas a desaparecer. Por otra parte, durante dos años se perdió misteriosamente toda la correspondencia entre santa Filipina y la madre Barat. Así pues, la madre Duchesne, que murió el 18 de noviembre de 1852, terminó su vida de apostolado y abnegación en el sufrimiento y la oración. Una de sus contemporáneas escribió: «Fue el san Francisco de Asís de nuestra congregación. Sobre ella y todo lo suyo estaba la señal de la cruz. La madre Duchesne hubiese querido desaparecer totalmente a los ojos de los hombres, y puede decirse que nadie ocupó en el mundo menos sitio que ella. Su aposento era una cueva miserable. En la única ventana varios vidrios rotos habían sido sustituidos por papel; su lecho consistía en un colchón de cinco centímetros de espesor, que tendía sobre el suelo por la noche y guardaba en un armario durante el día; su único cobertor era un viejo trapo negro con una cruz, 'como una sábana mortuoria'». Después de su muerte se le tomó un daguerrotipo, «por si acaso se la canoniza algún día».

El día de la muerte de la madre Duchesne, el P. De Smet escribió: «Tenéis que publicar una hermosa biografía ... Es la mayor santa que ha muerto en Missouri y tal vez en toda la extensión de los Estados Unidos». Mons. Baunard cumplió el deseo del P. De Smet y escribió la «Vida de la Madre Duchesne», que fue traducida al inglés en 1879. Marjory Erskine publicó, en 1926, una biografía titulada Mother Philippine Duchesne. Se trata de una obra muy extensa, basada en gran parte, en la de Baunard pero corregida en ciertos puntos y con materiales nuevos. Véase también The Society of the Sacred Heart in North America, de Luisa Callan (1937) y Redskin Trail de M. K. Richardson (1952).