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Santa Rebeca de Himlaya ar-Rayyas, virgen

Rafqa, Rafca

Rafca (en español, Rebeca) Nació en Himlaya, a 30 kms de Beirut y a 5 kms de Bikfaya, el 28 de junio 1832, en la vigilia de San Pedro y San Pablo, y fue llamada Petra. Cuando la niña tenía siete años, murió su madre, y su padre, Murad, la envió a Damasco, a casa de unos amigos, la familia EL-Badwi. Volvió a los 14 años al Líbano, y algunos años más tarde, en 1859, ayudada por el padre Joseph El-Gemayel entró en la congregación de Las Mariamitas en Bikfaya. Enseñó por un año en el Deir El Qamar, otro año en Byblos, y siete en el pueblo de Maad (1864- 1871) en la región de Byblos. 

El primer domingo de octubre, fiesta del Santo Rosario de 1885, Rafqa rezaba delante del Ssmo. Sacramento dirigiéndose al Señor: «¿Por qué Dios mío te alejaste de mí y me abandonaste? ¿Por qué no me has visitado con una enfermedad? ¿Te habrás olvidado de tu esclava?» Esa misma noche, cuando se disponía a dormir sintío un tremendo dolor de cabeza que se prolongaba hasta los ojos. Un médico en Tripoli le hizo una punción introduciéndole una sonda de un oído a otro, y Rafqa repetía: «En comunión con los sufrimientos de Cristo». Le operaron un ojo, pero ella rechazó que la anestesiaran, para ofrecer ese dolor en comunión con la Pasión de Cristo. Un médico militar en Batroun, habiéndola examinado dijo: «El dolor de ojos que esta pobre monja padece es indescriptible y es imposible su curación ya que le afectó el nervio óptico». Cuando el dolor se agudizaba ella repetía: «¡Por la gloria de Dios, en comunión con la pasión de Cristo, con la corona de espinas en tu cabeza, Oh mi Señor!».

En el monasterio de San Simón el Qarn, la hermana Úrsula Doumit, originaria de Maad, enfermó de reumatismo articular y los médicos le prescribieron que viviera en el litoral. Esta hermana tenía a su vez un hermano sacerdote, el padre Ignacio, que fundó un monasterio para monjes en Jrabta, en el distrito de Batroun; el padre Jean Basbous donó sus terrenos para la realización de este proyecto. El 3 de noviembre de 1897, el patriarca Juan El-Hage autorizó la transferencia de seis monjas que querían vivir una vida en comunidad bajo la protección de San José, del monasterio de San Simón el Qarn el nuevo monasterio de San José el Dahr, Jrabta. Una de ellas era la hermana Rafqa, ya que las hermanas estaban muy unidas a ella, como hijas a su madre.

Al cabo de dos años de la llegada al monasterio de San José, Rafqa quedó totalmente ciega. La ceguera se continuó con un dolor atroz en los dedos de los pies, cuyas articulaciones se dislocaron, por lo que tuvo que guarda cama. Se le descoyuntó la cadera derecha, y los huesos salidos de su cavidad se hundieron y se perdieron en el cuerpo. Y lo mismo pasó con la rótula y la rodilla derecha. La cadera y la pierna izquierda se desencajaron también y los huesos salidos le desgarraron la piel. Se le abrió una enorme cavidad en el omóplato izquierdo. La clavícula derecha también le rasgó la piel. El hombro y el brazo se le paralizaron, y se le hizo un hoyo profundo entre los hombros, provocándole una herida que sangró durante cinco años. Le quedó el cuerpo enjuto y tieso, y adelgazó a tal punto que parecía un esquelto descarnado, con todos los miembros dislocados y desarticulados, no tenía ningún miembro sano excepto las articulaciones de las manos, que utilizaba para tejer calcetines de lana.

Según la opinión de los médicos, Rafqa padecía de Tuberculosis osteo-articular, que la dejó por siete años en cama, acostada solamente del lado derecho, sin que su hombro tocara las sábanas, con la cabeza apoyada en la almohada. Cuando tenían que ordenar su cama, o llevarla a la Iglesia, se necesitaban cuatro monjas. La cargaban con precaución en la sábana, no se atrevían a ponerla en el suelo por temor a que sus miembros se separaran o se desmoronaran.

Era la mañana del jueves en la fiesta del Ssmo. Sacramento, Rafqa le dijo a su superiora: «Si pudiera asistir a la misa, en este día de tan noble fiesta», las hermanas trataron de llevarla asiendo las cuatro puntas de la sábana, pero al tratar de levantarla le dolió la cadera izquierda, entonces la dejaron en su cama. Cuando la misa empezó y las monjas estaban en el oratorio, Rafqa entró arrastrándose en la iglesia. Las monjas se sorprendieron y se emocionaron, la superiora se levantó para ayudarla pero Rafqa le hizo una señal con la cabeza de que la dejaran entrar sola. Más tarde la madre superiora le preguntó cómo había hecho para desplazarse hasta el templo, a lo que Rafqa repondió: «No se nada; le pedí a Jesús que me ayudara, y de repente sentí que los pies se resbalaban de la cama, pude bajarme y llegar hasta allí».

Rafqa vivió 82 años, de cuales fueron 29 de sufrimientos, y todos de un profundo amor a Cristo. El 22 de marzo de 1914, Rafqa le dijo a su superiora: «Me gustaría despedirme de mis hermanas y oir sus voces antes de morir». La mañana del 23 de marzo de 1914 pidió la Santa Comunión diciendo «Déjenme llevar conmigo mi provisión», y sus últimas palabras fueron «Oh Jesús! Oh María! Oh San José!, les entrego mi corazón y mi alma; en vuestras manos pongo mi espiritu». La enterraron en el cementerio del conven­to, de donde salió una fuerte luz proveniente de su tumba durante tres dias consecutivos. Dios por su intercesión obró multitud de milagros, y la tierra de su tumba se convirtió en un manantial de gracia, bendiciones y curaciones para todos los creyentes.

Tomado, con algunos cambios y adaptaciones, del sitio oficial que el monasterio de la santa le ha dedicado: Saint Rafqa.