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Santos Marcos Chong Ui-bae y Alejo U Se-yong, mártires

11 de marzo

Su espíritu, dispuesto más a la verdad que a ofuscarse en sus propias ideas captó inmediatamente la autenticidad de la fe, y así escribió: «creía yo que un cristiano jamás podría ser un hombre de bien, por el contrario, veo que, para llegar a ser un verdadero hombre de bien, es necesario ser cristiano».

En 1845 llega Mons. Ferreol a Corea (junto con Andrés Kim), nombrado en Roma obispo coadjutor de Corea sin que se supiera si en Corea quedaba o no algún obispo vivo. A su llegada, encuentra en Marcos una fe viva, instruida y probada, por lo que le nombra catequista principal de Seúl, ministerio en el que se desempeña hasta su muerte, en 1866.

San Simeón Berneux tenía por Marcos una gran veneración, y acerca de él escribió: «ved a este anciano, sus días son plenos y su vida es recta. Quisiera alcanzar en el cielo un lugar tan bello como el suyo.». Marcos estaba cualquier hora del día y de la noche dispuesto al servicio cristiano, a la catequesis tal como la entendían y practicaban estos santos mártires: no sólo enseñar la fe, también cuidar a los enfermos, preparar a la recepción de los sacramentos, ayudar en los problemas de la vida, edificar a todos. Cuando estalló la persecución, hizo escapar a su sobrino Pablo Phi, pero no quiso esconderse, porque consideraba que luego de la detención del obispo, era más necesario que nunca permanecer en su puesto, disponible para los cristianos.

Una vez apresado, sufrió los consabidos suplicios, sin embargo con él los espías se ensañaron especialmente, sabiendo que era uno de los cabecillas de la comunidad de Seúl; querían hacerlo denunciar a sus correligionarios, y él les daba nombres... de cristianos que ya habían muerto, mientras les decía «ya que para vosotros ser cristiano es un crimen digno de muerte, yo cometo ese crimen, debéis hacerme morir.» Fue decapitado y su cuerpo expuesto, según ley, durante tres días, su cabeza fue suspendida de la barba, ya que era calvo. Su mujer retiró los restos y le dio honrosa sepultura.

 

Alejo U Se-yong había nacido en 1845 en Seoheung, Hwanghae-do (Corea del Norte), era el tercer hijo de un matrimonio en el que el padre era un erudito, y viendo el talento de su hijo se encargó de darle una especial educación. Tenía 18 años cuando oyó hablar por primera vez de la fe cristiana a un catequista llamado Juan Kim. El mensaje le conmocionó, y adhirió de corazón. Declaró a su padre su deseo de ir a la capital y recibir el bautismo, pero no recibió por esto sino reproches y malos tratos; escapó de su casa y fue a Seúl para ser bautizado por Mons. Berneux. El obispo captó las raras cualidades espirituales del catecúmeno, así como la sinceridad de su conversión, pero temiendo que la presión familiar llegara a ser una gran tentación para el joven, bautiza a sus compañeros de viaje, pero le niega de momento a él la entrada a la fe. Lo asigna a Marcos, y pocos días más tarde, la opinión favorable del catequista hace que el obispo revise su posición. Alejo es finalmente bautizado. «Recuerda -dice el obispo al neófito- al volver a la casa paterna, que te has convertido en hijo de Dios, no te mantengas al servicio del diablo, y trata de participar a tus padres en tu felicidad.»

Sin embargo la vuelta no fue feliz: cada día habría de sufrir violencia -incluso física- y reproches por parte de los suyos, hasta que enfrentó a su padre y le dijo: «Yo no puedo negar la religión del Señor del cielo. Usted dice que yo soy su deshonra, que le lleno de amargura cada momento de su vida; deme entonces permiso para irme». Contra lo esperado, el padre lo deja libre de abandonar la casa, y vuelve a Seúl, donde Marcos lo acoge.

Pasa en casa del catequista un año, en retiro absoluto, copiando libros para ganarse el sustento, y orando permanentemente por la conversión de su familia.

Sus plegarias fueron al fin escuchadas. Se entera por dos cristianos de su provincia que su padre está dispuesto a recibirlo. Vuelve con su familia, y una vez allí su padre le dice: «Tú sabes que el rey y los grandes del reino que persiguen a los cristianos y los consideran dignos de muerte; que el que abraza esta doctrina se deshonra, omitiendo las prácticas religiosas y, especialmente, los sacrificios a los antepasados. Por otro lado, yo creo que tienes un espíritu lo suficientemente claro como para no ser engañado por un grave error, y el suficiente corazón como para no hacer llorar intencionalmente a tu anciano padre y a toda tu familia. hazme conocer los secretos de esta religión, sin ocultarme nada.» Alejo, eufórico, inició de inmediato la explicación de las grandes verdades del cristianismo, y con la ayuda de la gracia, después de unas pocas semanas, su padre, su familia y muchos de su casa, veinte personas en total, recibieron el bautismo.

La familia de Alejo no pudo ya permanecer en su provincia, emigraron al distrito de Non-sai a fin de poder practicar libremente la religión. El padre de Alejo murió pocos meses después, con admirables sentimientos de fe.

Cuando se declara la persecución, en 1866, Alejo fue arrestado junto con otros seis cristianos. Recibe toda clase de torturas, y cuando llega al segundo interrogatorio, con todo el cuerpo destrozado, pronuncia una palabra de apostasía. Es puesto en libertad, pero inmediatamente se arrepiente, llora desconsoladamente su caída, pide públicamente perdón, con una sincera contrición. Va a Seúl para poder confesarse, y cuando llega a casa de Marcos encuentra que está rodeada de guardias. Allí se declara públicamente cristiano, es arrestado, condenado a muerte, y recibe el premio celestial a su testimonio, junto con Marcos.

Resumido del vivo relato de Dallet, Histoire de l'Église en Corée. pág. 543-545.