santos

Santos Proto y Jacinto, mártires

11 de septiembre

La «Depositio Martyrum», que data de la mitad del siglo cuarto, menciona a estos mártires. Ambos fueron enterrados en el cementerio de Basilia o de San Hermes, en la antigua Vía Salaria. Allí mismo, hacia el año de 1845, el padre José Archi, S.J., encontró intacta la tumba de san Jacinto. Era un nicho cerrado con una losa en donde estaba grabada la siguiente inscripción: DP III IDUS SEPTEBR / YACINTHUS / MARTYR: Jacinto, el mártir. Sepultado el 11 de septiembre. Dentro estaban los restos del mártir, huesos calcinados y vestigios de telas finas. Era evidente que había muerto quemado. Las preciosas reliquias fueran trasladadas a la iglesia del Colegio Urbano en 1849. Cerca del lugar del primer hallazgo, se encontró un pedazo de una inscripción posterior, con estas palabras: SEPULCRUM PROTI M.: la Tumba de Proto (Mártir), estaba vacía y se supone que las reliquias del santo fueron trasladadas a la ciudad por el Papa León IV al mediar el siglo noveno y, a partir de entonces, fragmentos de aquellos restos fueron llevados a diversas partes. En un epitafio del Papa San Dámaso se hace referencia a esos mártires como a hermanos.

La seguridad de que san Jacinto sufrió el martirio, fue honrosamente sepultado y se encontraron sus restos, está en contradicción con las vagas y fantásticas suposiciones de las «actas» contenidas en las de santa Eugenia y que, evidentemente, son ficticias. Dicen que la cristiana Eugenia, hija del prefecto de Egipto, un pagano, huyó del hogar paterno con Proto y con Jacinto, dos de sus fieles esclavos. Después de diversas aventuras, Eugenia y sus compañeros convirtieron a la fe a toda la familia de la joven y a muchas otras gentes, como por ejemplo, una noble dama romana llamada Basilia, que abrazó la fe gracias a los esfuerzos de Proto y de Jacinto. Estos dos y Basilia, fueron martirizados juntos y murieron decapitados.

En Comentario sobre el Martirologium Hieronymianum, pp. 501-502, Delehaye hace un sencillo y completo relato sobre los hechos con todas las referencias necesarias; su obra Origines du culte des martyrs (1933, pp. 72, 272); y sus Études sur le légendier romain (1936), pp. 174-175, 183-184. Ver también a J. Marchi, en Monumenti primitivi, vol. I, pp. 238 y ss., 264 y ss.