La Iglesia y el Estado son dos instituciones distintas, cada una con su propia misión y autonomía. La Iglesia no debe mezclarse con el Estado, pero tampoco debe estar separada de él.
La relación entre la Iglesia y el Estado se basa en el respeto mutuo y la autonomía de cada institución. La Iglesia tiene la misión de annonciar el Evangelio y guiar a los fieles en su camino espiritual, mientras que el Estado tiene la responsabilidad de governar y cuidar el bien común de la sociedad.
La Iglesia es autónoma en su misión y en su gobierno, y no debe ser influenciada por el Estado en sus decisiones espirituales. Sin embargo, la Iglesia también tiene la responsabilidad de contribuir al bien común de la sociedad y de colaborar con el Estado en la medida en que sea posible.
La colaboración entre la Iglesia y el Estado es posible y necesaria en muchos ámbitos, como la educación, la salud y la asistencia social. La Iglesia puede ofrecer su experiencia y su compromiso con la justicia social y la caridad, mientras que el Estado puede proporcionar los recursos y la infraestructura necesarios para llevar a cabo estos proyectos.