Los Misterios Gloriosos: La Unión del Cielo con la Tierra
Los Misterios Gloriosos es una oración que une el cielo con la tierra, uniendo la vida de la Santísima Trinidad con la historia de la humanidad. Estos misterios gloriosos forman parte de una serie de cuatro misterios que nos recuerdan la vida, la muerte y la resurrección de Jesucristo. Después de los Misterios Gozosos, que narran el nacimiento y la infancia de Jesús, y los Misterios Luminosos, que hablan de la vida pública de Nuestro Señor, se encuentran los Misterios Dolorosos, que nos recuerdan la Pasión y Muerte de Jesucristo. Finalmente, los Misterios Gloriosos nos llevan desde la resurrección de Jesucristo hasta la coronación de la Santísima Virgen María, madre de Dios.
Resurrección
La resurrección es el momento en que Jesucristo venció la muerte y se levantó de entre los muertos. Según el Evangelio de Lucas, «el primer día de la semana, muy de mañana, fueron al sepulcro llevando los aromas que habían preparado. Pero encontraron que la piedra había sido retirada del sepulcro, y entraron, pero no hallaron el cuerpo del Señor Jesús. No sabían que pensar de esto, cuando se presentaron ante ellas dos hombres con vestidos resplandecientes. Ellas, despavoridas, miraban al suelo, y ellos les dijeron: "¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo? No está aquí, ha resucitado"» (Lc 24, 1-6).
La resurrección es el momento en que se confirma la enseñanza de Jesucristo y la validez de la predicación de la Iglesia. Según la primera Carta a los Corintios, «si no resucitó Cristo, vana es nuestra predicación, vana también vuestra fe» (1Cor 15, 14). Además, según el Catecismo de la Iglesia Católica, «la resurrección constituye ante todo la confirmación de todo lo que Cristo hizo y enseñó» (CIC, 651).
Ascensión del Señor al Cielo
Después de la resurrección, Jesucristo ascendió al cielo y se sentó a la derecha de Dios, según el Evangelio de Marcos. «El Señor Jesús, después de hablarles, ascendió al cielo y se sentó a la derecha de Dios» (Mc 16, 19). Según el Catecismo de la Iglesia Católica, «esta última etapa permanece estrechamente unida a la primera, es decir, a la bajada desde el cielo realizada en la Encarnación. Sólo el que "salió del Padre" puede volver al Padre: Cristo» (CIC, 661).
La Venida del Espíritu Santo
Tras la ascensión de Jesucristo, el Espíritu Santo desciende sobre la Iglesia en el día de Pentecostés. Según el Evangelio de los Hechos de los Apóstoles, «de repente vino del cielo un ruido como el de una ráfaga de viento impetuoso, que llenó toda la casa en la que se encontraban. Se les aparecieron unas lenguas como de fuego que se repartieron y se posaron sobre cada uno de ellos; quedaron todos llenos del Espíritu Santo y se pusieron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía expresarse» (Hch 2, 1-4).
Según el Catecismo de la Iglesia Católica, «Espíritu Santo», tal es el nombre propio de Aquél que adoramos y glorificamos con el Padre y el Hijo. La Iglesia ha recibido este nombre del Señor y lo profesa en el Bautismo de sus nuevos hijos» (CIC, 691).
La Asunción de María al Cielo
La Asunción de María al cielo es un misterio que nos recuerda la vida y la muerte de la Santísima Virgen. Según el Evangelio de Lucas, «toda la generación me llamará bienaventurada porque el Señor ha hecho obras grandes en mí» (Lc 1, 48-49).
Según el Catecismo de la Iglesia Católica, «la Santísima Virgen María, cumplido el curso de su vida terrena, fue llevada en cuerpo y alma a la gloria del cielo, en donde ella participa ya en la gloria de la resurrección de su Hijo, anticipando la resurrección de todos los miembros de su Cuerpo» (CIC, 974).
La Coronación de María como Reina y Señora de Todo lo Creado
La coronación de María como Reina y Señora de todo lo creado es un misterio que nos recuerda la dignidad y la importancia de la Santísima Virgen en la economía de la salvación. Según el Apocalipsis de Juan, «una gran señal apareció en el cielo: una mujer, vestida de sol, con la luna bajo sus pies, y una corona de doce estrellas sobre su cabeza» (Ap 12, 1).
Según el Catecismo de la Iglesia Católica, «finalmente, la Virgen inmaculada, preservada libre de toda mancha de pecado original, terminado el curso de su vida en la tierra, fue llevada a la gloria del cielo y elevada al trono por el Señor como Reina del universo, para ser conformada más plenamente a su Hijo, Señor de los Señores y vencedor del pecado y de la muerte» (CIC, 966).