La misericordia de Dios es un tema fundamental en la fe cristiana. Proviene de las palabras latinas "miserere", que significa tener compasión, y "cor", que significa corazón. Ser misericordioso es tener un corazón compasivo. La misericordia, junto con el gozo y la paz, son efectos del perdón; es decir, del amor.
Dios es Amor, como nos recuerda san Juan (1Jn 4,8 y 4,16). Por amor creó el universo; por amor suscitó la vida; por amor ha permitido la existencia del hombre. Sin embargo, el amor de Dios tropezó con el gran misterio del pecado. Un pecado que penetró en el mundo y que fue acompañado por el drama de la muerte (Rm 5,12).
La historia humana quedó herida por dolores casi infinitos: guerras e injusticias, hambres y violaciones, abusos de niños y esclavitud, infidelidades matrimoniales y desprecio a los ancianos, explotación de los obreros y asesinatos masivos por motivos raciales o ideológicos. Una historia teñida de sangre, de pecado. Una historia que también es el campo de la acción de un Dios que es capaz de superar el mal con la misericordia, el pecado con el perdón, la caída con la gracia, el fango con la limpieza, la sangre con el vino de bodas.
Sólo Dios puede devolver la dignidad a quienes tienen las manos y el corazón manchados por infinitas miserias, simplemente porque ama, porque su amor es más fuerte que el pecado. Dios eligió por amor a un pueblo, Israel, como señal de su deseo de salvación universal, movido por una misericordia infinita. Envió profetas y señales de esperanza. Repitió una y otra vez que la misericordia era más fuerte que el pecado.
La experiencia del perdón levanta al hombre herido, limpia sus heridas con aceite y vino, lo monta en su cabalgadura, lo conduce para ser curado en un mesón. Como enseñaban los Santos Padres, Jesús es el buen samaritano que toma sobre sí a la humanidad entera; que me recoge a mí, cuando estoy tirado en el camino, herido por mis faltas, para curarme, para traerme a casa.
Enseñar y predicar la misericordia divina ha sido uno de los legados que nos dejó el Papa Juan Pablo II. Especialmente en la encíclica "Dives in misericordia" (Dios rico en misericordia), donde explicó la relación que existe entre el pecado y la grandeza del perdón divino. Juan Pablo II quiso divulgar la devoción a la divina misericordia que fue manifestada a santa Faustina Kowalska. Una devoción que está completamente orientada a descubrir, agradecer y celebrar la infinita misericordia de Dios revelada en Jesucristo.
Creo en la misericordia divina, en el Dios que perdona y que rescata, que desciende a nuestro lado y nos purifica profundamente. Creo en el Dios que nos recuerda su amor: "Era yo, yo mismo el que tenía que limpiar tus rebeldías por amor de mí y no recordar tus pecados" (Is 43,25). Creo en el Dios que dijo en la cruz "Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen" (Lc 23,34), y que celebra un banquete infinito cada vez que un hijo vuelve, arrepentido, a casa (Lc 15). Creo en el Dios que, a pesar de la dureza de los hombres, a pesar de los errores de algunos bautizados, sigue presente en su Iglesia, ofrece sin cansarse su perdón, levanta a los caídos, perdona los pecados.
La misericordia de Dios se manifiesta en la Palabra de Dios, en la Liturgia, en la Eucaristía, en la Confesión y en la Oración.
Lugares de encuentro con La Divina Misericordia
3.1- Meditación orante de la Palabra de Dios
Toda la Escritura divina es un libro y este libro es Cristo, porque toda la Escritura divina habla de Cristo, y toda la Escritura divina se cumple en Cristo. De ahí que el Magisterio de la Iglesia nos recomienda la lectura asidua de la Palabra de Dios, ya que en ella Dios conversa con nosotros. Si, por nuestro bien debemos conocerla, meditarla, vivirla y anunciarla, a la luz de la Tradición de la Iglesia y del Magisterio.
3.2- Celebración de la Liturgia
En la Liturgia está presente Cristo, quien uniéndonos por el Bautismo a su Cuerpo, que es la Iglesia, nos permite ofrecerlo y ofrecernos juntamente con Él, para participar, con la fuerza del Espíritu Santo, en su alabanza y adoración al Padre, fortaleciéndonos en la unidad, y llenándonos del poder transformador de Dios para ser signo e instrumento de salvación para toda la humanidad.
3.3- La Eucaristía, sacramento de misericordia
El que come Mi carne y bebe Mi sangre, tiene vida eterna (Jn 6, 54). Por eso, el propio Jesús exhortaba a santa Faustina: No dejes la Santa Comunión, a no ser que sepas bien de haber caído gravemente… Debes saber que Me entristeces mucho, cuando no Me recibes en la Santa Comunión. Mi gran deleite es unirme con las almas.
3.4- La Confesión: experiencia de misericordia
El pecado nos degrada, nos aleja de Dios y de los hermanos, y nos arrebata la vida. Pero Dios, que nos sigue amando, nos busca y nos ofrece en el Sacramento de la Penitencia el perdón que nos reconcilia con Él y con la Iglesia.
3.5- La oración
Necesitamos orar para pedir ayuda, dar gracias, alabar, adorar, contemplar, y escuchar a Dios, abriéndole el corazón a Él y al prójimo. ¡En la oración, es Dios quien nos busca para saciar nuestra sed de una vida plena y eternamente feliz!
¿Dónde encontrarnos con la misericordia de Dios? La misericordia de Dios se encuentra en la Palabra de Dios, en la Liturgia, en la Eucaristía, en la Confesión y en la Oración.
Dios es Misericordia, lo repetimos constantemente en el "Credo". Creemos en la Misericordia Divina, en el Dios que perdona y que rescata.
A ese Dios misericordioso le digo, desde lo más profundo de mi corazón, que sea siempre alabado y bendecido, que camine siempre a nuestro lado, que venza con su amor nuestro pecado.
"Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo quien, por su gran misericordia, mediante la Resurrección de Jesucristo de entre los muertos, nos ha reengendrado a una esperanza viva, a una herencia incorruptible, inmaculada e inmarcesible, reservada en los cielos para vosotros, a quienes el poder de Dios, por medio de la fe, protege para la salvación, dispuesta ya a ser revelada en el último momento" (1Pe 1,3-5).