El pecado es una ofensa a Dios, una falta contra la razón, la verdad y la conciencia recta. Es una falta al amor verdadero que debemos a Dios, a nosotros mismos y al prójimo, a causa de un apego perverso a ciertos bienes que aparecen como atractivos por efectos de la tentación, pero que en verdad son dañinos para el hombre. El Papa Juan Pablo II señala que el pecado, bajo la apariencia de 'bueno' o 'agradable', es siempre un acto suicida.
Es grande la variedad de pecados que se cometen por egoísmo y por falta de visión sobrenatural. Pero Dios misericordioso quiere perdonar los pecados, como se lee en Ezequiel 18,23: > ¿Acaso quiero yo la muerte del impío, - dice el Señor Dios -, y no más bien que se convierta de su mal camino y viva?. El Evangelio nos repite este llamado a la conversión, y Jesús durante su vida perdonó muchas veces a los pecadores y, además, dio su poder divino a los Apóstoles y a sus sucesores para perdonar los pecados.
Si hemos tenido la desgracia de cometer un pecado mortal, debemos pedir de corazón perdón a Dios y reconciliarnos con El cuanto antes, haciendo una buena confesión. La reiteración de pecados, incluso aquellos que no son mortales, engendra vicios, entre los cuales se distinguen los pecados capitales. Es importante reconocer estos patrones y buscar la misericordia de Dios para superarlos y crecer en la virtud.