La vida en la tierra termina con la muerte como consecuencia del pecado original. Según la Escritura, Adán pecó y entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte (Romanos 5, 12). Pero no todo termina con la muerte. El alma, que es inmortal, se separa del cuerpo, pero sigue viviendo y recibe de Dios el premio o castigo merecido por sus obras hechas durante su vida terrena. Al fin del mundo resucitarán nuestros propios cuerpos y se unirán a sus almas. Entonces nuestro Señor Jesucristo vendrá con gloria y majestad a juzgar a todos los hombres, unidas ya las almas a sus propios cuerpos, para nunca más morir.
La muerte es la separación del alma y del cuerpo. Esta separación marca el fin de la vida terrena, pero no el fin de la existencia del ser humano.
La resurrección de la carne se refiere a que, como Cristo resucitó, así también nosotros resucitaremos al fin del mundo, volviendo a unirse nuestras almas con nuestros propios cuerpos, para nunca más morir. Esto se fundamenta en la fe en la resurrección de Jesucristo, quien dijo: > Yo soy la resurrección y la vida (Juan 11, 25).
Nuestro cuerpo resucitará para ser juzgado juntamente con nuestra alma y recibir el premio o castigo eterno según hayan sido las obras que hiciera el hombre con su cuerpo y su alma. Esto subraya la importancia de vivir una vida conforme a los mandamientos de Dios y a la fe en Jesucristo, quien es el camino, la verdad y la vida.