En la hora de la muerte, los que están totalmente limpios de pecado van al cielo para siempre. Los que mueren en gracia de Dios, pero con alguna mancha de pecado o deuda por los pecados perdonados, antes van al Purgatorio para purificarse totalmente. Los que mueren en pecado mortal, y por tanto separados de Dios, van al infierno, donde serán castigados eternamente por haber rechazado a Dios.
El juicio particular es el que Dios hace al hombre, inmediatamente después de su muerte, para darle premio o castigo según sus obras.
El cielo consiste en ver, amar y poseer definitivamente a Dios, gozando de su infinito bien y, con El, de todos los demás bienes sin mezcla de mal alguno. Van al cielo los que mueren en gracia de Dios.
La Iglesia llama Purgatorio a la purificación de los que mueren en gracia de Dios, sin haber satisfecho por sus pecados; con un castigo distinto al de los condenados, se prepara para entrar en el cielo. Podemos ayudar a las almas del Purgatorio con oraciones, buenas obras, indulgencias, y especialmente con la Santa Misa.
El Infierno es la privación definitiva de Dios y la condenación por el fuego eterno con el sufrimiento de todo mal sin mezcla de bien alguno, porque no hay amor, sino soledad eterna. Van al Infierno los que mueren en pecado mortal, porque rechazaron la gracia de Dios.
El juicio universal es el juicio público que Jesucristo hará de todos los hombres al fin del mundo.