El Bautismo es el sacramento en el que Dios infunde en el alma, sin ningún mérito nuestro, las virtudes, que son disposiciones habituales y firmes para hacer el bien. Estas virtudes se dividen en teologales y morales. Las teologales tienen como objeto a Dios, mientras que las morales se centran en los actos humanos buenos.
Las virtudes teologales son tres: fe, esperanza y caridad. La fe es la virtud teologal por la cual creemos en Dios, en todo lo que El nos ha revelado y que la Santa Iglesia nos enseña como objeto de fe. La esperanza es la virtud teologal por la cual deseamos y esperamos de Dios, con una firme confianza, la vida eterna y las gracias para merecerla, porque Dios nos lo ha prometido. La caridad es la virtud teologal por la cual amamos a Dios sobre todas las cosas y a nuestro prójimo como a nosotros mismos por amor de Dios, con el amor filial y fraterno que Cristo nos ha mandado.
Las virtudes morales, también llamadas virtudes humanas o cardinales, son cuatro: prudencia, justicia, fortaleza y templanza. La prudencia es la virtud que dispone de razón práctica para discernir, en toda circunstancia, nuestro verdadero bien y elegir los medios justos para realizarlo. La justicia es la virtud que consiste en la constante y firme voluntad de dar a Dios y al prójimo lo que les es debido. La fortaleza es la virtud que asegura la firmeza y la constancia en la práctica del bien, aun en las dificultades. La templanza es la virtud que modera la atracción hacia los placeres sensibles y procura la moderación en el uso de los bienes creados.
Con relación a la virtud teologal de la caridad, o sea, del amor, hay que tener en cuenta que el amor a Dios y el amor al prójimo son una misma y sola cosa de modo que uno depende del otro; por esto, tanto podremos amar al prójimo cuanto amemos a Dios; y, a la vez, tanto amaremos a Dios cuanto de verdad amemos al prójimo.
La virtud se encuentra en el corazón de la persona bautizada, y se manifiesta en la forma en que se relaciona con Dios y con los demás. La virtud es una disposición habitual y firme para hacer el bien, y se cultiva a través de la práctica de las virtudes teologales y morales.