La pureza exige el <i>pudor</i>, que, preservando la intimidad de la persona, expresa la delicadeza de la castidad y regula las miradas y gestos, en conformidad con la dignidad de las personas y con la relación que existe entre ellas. El pudor libera del difundido erotismo y mantiene alejado de cuanto favorece la curiosidad morbosa. Requiere también una <i>purificación del ambiente social</i>, mediante la lucha constante contra la permisividad de las costumbres, basada en un erróneo concepto de la libertad humana.