El bautismo
Según las sectas en general, el bautismo que se administra en la Iglesia Católica no tiene ninguna validez, porque los niños no tienen fe ni tienen algún pecado; además no se hace por inmersión. Según algunos grupos, la misma fórmula trinitaria está equivocada.
Naturalmente, se trata de pretextos y nada más, como en los demás aspectos de la fe. Lo que se pretende es acomplejar a los católicos impreparados para atraerlos hacia sus grupos.
Para nosotros la respuesta es muy sencilla. Una vez aclarado que la Iglesia Católica es la única Iglesia que fundó Cristo y llegará hasta el fin del mundo, es imposible que esta Iglesia se haya equivocado desde un principio en un asunto de tanta importancia. ¿Acaso Dios habrá ocultado la verdad a su Iglesia durante tantos siglos, para después revelársela a unos grupos separados? Claro que no.
De todos modos, veamos todo con calma.
Adultos y niños
He aquí algunos textos fundamentales:
Vayan por todo el mundo y prediquen la Buena Nueva a toda la creación. El que crea y se bautice, se salvará. El que no crea, se condenará (Mc 16,15-16)
Vayan y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos. Bautícenlos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enséñenles a cumplir todo lo que yo les he encomendado (Mt 28,19-20).
El que no renace del agua y del Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios. Lo que nace de la carne es carne. Y lo que nace del Espíritu, es Espíritu (Jn 3,5-6).
En estos textos vemos una diferencia entre San Marcos, San Mateo y San Juan. San Marcos dice que primero hay que creer y después recibir el bautismo. San Mateo y San Juan hablan en una manera más general. San Mateo dice que hay que bautizar y después enseñar. San Juan dice que es necesario nacer dos veces para entrar en el Reino de Dios: la primera mediante la carne y la segunda mediante el Espíritu.
¿Por qué esta diferencia? Porque el Evangelio de San Marcos presenta la primera etapa del cristianismo, cuando se estaba empezando y naturalmente había que predicar primero y después bautizar a los que creían. No existía el problema de los hijos de los cristianos, porque todavía no había cristianos. Este Evangelio es el reflejo de la primera predicación, que encontramos en el Libro de los Hechos de los Apóstoles:
Conviértanse y háganse bautizar cada uno de ustedes en el nombre de Jesucristo, para que sus pecados sean perdonados (Hech 2,38).
Teniendo la obligación de predicar, los apóstoles tenían que empezar por los adultos. En efecto, no se puede predicar a los niños. Pero, una vez que se convertían los papás, ¿había que bautizar sólo a ellos, dejando sin bautismo a sus hijos? No. Había que bautizar a todos. En el mismo libro de los Hechos de los Apóstoles, que presenta la labor evangelizadora de éstos durante la primera etapa de cristianismo, encontramos algo que nos ayuda a comprender este problema.
Ellos le respondieron: «Ten fe en el Señor Jesús y te salvarás tú y tu familia». Y le anunciaron la Palabra del Señor y a todos los de su casa. Luego el carcelero, llevándolo consigo, les lavó las heridas, e inmediatamente se hizo bautizar él con toda su familia(Hech 16,31-33).
Ella y los de su familia recibieron el bautismo (Hech 16,15).
Aquí no se dice que se bautizaron sólo los adultos. Se bautizaron todos los miembros de la familia, sin ninguna excepción. Hay que recordar que por familia se entendían los papás, los hijos, los servidores y los esclavos, con sus respectivos hijos.
Por esta razón vemos que en San Mateo y San Juan no se dice que hay que escuchar la predicación primero y después recibir el bautismo. En San Mateo vemos que hay que bautizar e instruir, en San Juan que es necesario nacer dos veces: mediante la carne y mediante el Espíritu, sin hacer distinción de niños o adultos.
Pecado original
Cuando Adán y Eva, nuestros primeros padres, pecaron, perdieron la amistad de Dios, que tenían que comunicar a sus descendientes. Este pecado se llama «original» y se transmite a todos como herencia.
En el pecado me concibió mi madre(Sal 51,5 o 51,7).
Un solo hombre desobedeció y todos llegaron a ser pecadores (Rom 5,19).
Pues bien, mediante el bautismo se borra esta mancha de pecado. Si uno es adulto, se le borran todos los pecados: original y actuales; si uno es niño, se le borra solamente el pecado original.
Espíritu Santo
Aparte de quitar el pecado original, el bautismo da el Espíritu Santo. De otra manera Jesús no hubiera recibido el bautismo, puesto que no tenía ningún pecado. Por lo tanto, el bautismo sirve también para los niños porque les da el Espíritu Santo.
Pues yo los bauticé con agua pero él los bautizará en el Espíritu Santo(Mc 1,8).
Cuando salió del agua, los Cielos se rasgaron para él y vio al Espíritu Santo que bajaba sobre él, como paloma (Mc 1,10).
Ingreso en la Iglesia
Además, el bautismo sirve también como puerta para entrar en la Iglesia, el nuevo pueblo de Dios. De otra manera, ¿por qué San Pedro ordenó que se bautizara Cornelio con su familia, si ya había recibido el Espíritu Santo y por lo mismo ya sus pecados habían quedado perdonados? Mediante el bautismo, entraron a formar parte de la Iglesia.
Entonces Pedro tomó la palabra y dijo: «¿Quién podría negar el agua del bautismo a quienes han recibido el Espíritu Santo, igual que nosotros?». Y mandó bautizarlos en el nombre de Jesucristo (Hech 10,47-48).
Otro punto importante: si la Iglesia es el Nuevo Pueblo de Dios, tendrá de todo: grandes y pequeños. No importa si estos entienden o no. Por eso se bautiza a los niños, para que también ellos puedan formar parte de la Iglesia, el Nuevo Pueblo de Dios.
Lo mismo sucedía en el Antiguo Testamento. ¿Cómo un individuo entraba a formar parte del Antiguo Pueblo de Israel? Mediante la circuncisión. Y esta se realizaba a los ocho días de haber nacido (Gen 17,2), como hicieron con el mismo Jesús (Lc2,21).
Así que no tiene ningún sentido lo que dicen los miembros de algunas sectas: «El bautismo de los niños no vale, porque los niños no entienden». Todo lo que se hace a los niños vale. Vale la medicina que se les da, el idioma que se les enseña y la vida de Dios que se les comunica mediante el bautismo.
¿Bautismo en el río?
El verdadero bautismo es en el Espíritu Santo.
Yo los bautizo con agua, pero él los bautizará en el Espíritu Santo (Mc 1, 8).
El mismo Jesús fue bautizado en el Espíritu Santo, fuera del agua.
Al salir del agua, Jesús tuvo esta visión: los cielos se rasgaban y el Espíritu Santo bajaba sobre él como paloma (Mc 1,10).
La paloma, el agua o el fuego son símbolos del Espíritu Santo. Los mismos apóstoles fueron bautizados el día de Pentecostés en el Cenáculo, sin la presencia del agua. El Espíritu Santo fue simbolizado por el fuego (Hech2,1-4).
Así que están equivocados los que dicen que el bautismo tiene que ser administrado en un río. De hecho el día de Pentecostés fueron bautizadas 3000 personas en Jerusalén, y sabemos que en Jerusalén no hay ningún río (Hech 2,41). También podemos recordar el bautismo del eunuco de la reina de Etiopía, que se realizó en un lugar donde no había río, sino algo como charco o pozo (Hech 8,36-38). Igualmente en el caso de Cornelio (Hech 10,47-48) y del carcelero (Hech16,33).
Lo importante es bautizar. La manera práctica de realizar el bautismo depende del tiempo y del lugar. La misma Biblia presenta distintas maneras de bautizar y el Derecho Canónico las confirma: «El bautismo se ha de administrar por inmersión o infusión, de acuerdo con las normas de la Conferencia Episcopal» (c. 854).
Fórmula del bautismo
Antes que nada, es importante entender qué quiere decir bautizar alguien «en el nombre de». Quiere decir hacerlo renacer a una vida nueva «injertándolo en». Pues bien, al principio se quiso subrayar el papel central de Cristo en la obra de la salvación. Por eso se bautizaba en su nombre. Pero, poco a poco se fue descubriendo el papel más amplio de toda la Trinidad con relación a esta obra. Y se llegó a la «fórmula trinitaria»:
Vayan y hagan discípulos a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo (Mt 28, 19).
En realidad, las expresiones que encontramos antes, no son verdaderas «fórmulas bautismales», puesto que varían una de otra. Aquí están:
• Hech 2, 38: En el nombre de Jesucristo.
• Hech 8, 16: En el nombre de Jesús.
• Hech 10, 48: En el nombre del Señor Jesús.
• Hech 19, 5: En el nombre del Señor Jesús.
Posiblemente al principio se bautizaba sin pronunciar ninguna palabra. Los mismos apóstoles, el día de Pentecostés, fueron bautizados con el símbolo del fuego y sin que se pronunciaran ninguna palabra. Probablemente lo mismo sucedió con las tres mil personas que fueron bautizadas por los apóstoles el mismo día (Hech 2, 41) y con el eunuco bautizado por Felipe (Hech 8, 38).
Poco a poco se fueron añadiendo algunas palabras al rito exterior, hasta llegar a la fórmula definitiva, que encontramos en Mt 28, 19. Y todo esto bajo la guía del Espíritu Santo, siempre presente y activo en la Iglesia. Pues bien, ¿qué hay de reprochable en todo esto? Es el desarrollo normal de cualquier organización o ser viviente.
Algunos grupos cristianos, desde principios del siglo pasado, empezaron a bautizar «en el nombre de Jesucristo», aduciendo como razón el hecho que se trata de una fórmula más antigua. No me parece un argumento válido. ¿Qué sucedería si en su congregación alguien no aceptara una norma actual por obedecer a otra más antigua? Y con relación a nuestro desarrollo personal, ¿qué sería de nosotros si quisiéramos pensar y actuar como cuando éramos niños? Entonces, la vida ideal sería la vida intrauterina.
Lo mismo pasa con relación a la fórmula del bautismo y a tantos otros aspectos de la vida de la Iglesia. Lo que importa saber es que Cristo fundó una Iglesia con la misión de llevar adelante su obra. Esta Iglesia, asistida por el Espíritu Santo, como podemos comprobar en el libro de los Hechos de los Apóstoles, poco a poco se fue estructurando y organizando para llevar adelante su misión.
En el caso concreto del bautismo, además, se trata de un proceso aprobado y sancionado mediante un texto claro, presente en un libro canónico. ¿Qué más quieren? ¿O se sienten superiores a la Iglesia fundada por Cristo, que a lo largo de casi veinte siglos utilizó la fórmula trinitaria, o al mismo San Mateo, que la vio bien y la reportó en su Evangelio? ¿Por qué no utilizan el mismo principio con relación a la Biblia, queriendo vivir como en los tiempos más antiguos, cuando aún no estaba puesta por escrito?
Por otro lado, algunos grupos, que rechazan la fórmula trinitaria, de plano ni creen en la Trinidad. En este caso, ¿para qué discutir tanto? Se trataría de puras palabras y nada más, puesto que para ellos el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo constituyen una misma persona con distintos nombres. A este propósito, véase «Sólo Jesús» .
Padrinos
Con el afán de buscar siempre más pretextos para atacar a la Iglesia, hay gente que dice: «¿Dónde la Biblia habla de «padrinos»? ¿Qué significa «padrino»? ¿Por qué los católicos usan «padrinos» en el Bautismo?»
He aquí una breve respuesta al respecto. Padrino quiere decir «Segundo Padre». Los padrinos se toman el compromiso de ayudar a los papás en la educación cristiana de los ahijados. Faltando los padres, intervienen los padrinos. Pues bien, ¿Qué hay de reprochable en todo esto? ¿Acaso hay que hacer todo y sólo lo que está escrito en la Biblia?
Una vez más: Jesús ordenó bautizar. Según los lugares y los tiempos, se establecen las modalidades concretas para realizar el bautismo: en el río, en una alberca, echando un poco de agua sobre la cabeza, con padrinos, pastores o maestros, etc.
Testimonio de la Tradición
Respecto al bautismo de los niños, así escribía S. Ireneo (140-205):
«Jesucristo vino a salvar a todos los que por su medio nacen de nuevo para Dios: infantes, niños, adolescentes, jóvenes y viejos» (Contra los Herejes, libro 2, Capítulo 22).
Orígenes (180-255) afirmaba que el bautismo de los niños fue instituido por los apóstoles (Carta a los Romanos, libro 5, Cáp. 9).
El Concilio de Cartago del año 253 ordenó que se bautizaran los recién nacidos lo antes posible.
Con relación a la manera de administrar el bautismo, la Didajé o Enseñanza de los Doce Apóstoles, que se escribió contemporáneamente al Nuevo Testamento (año 70-100 después de Jesucristo), dice:
«Bauticen en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo, en agua viva. Si no tienes agua viva, bautiza con otra agua. Si no puedes hacerlo con agua fría, hazlo con agua tibia. Derrama tres veces agua sobre la cabeza en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo» (capítulo 7).
Video del tema 63 parte 2
El Bautismo de niños en los padres de la Iglesia y la historia
Por José Miguel Arráiz
Introducción
El bautismo de niños es una práctica inmemorial de la Iglesia que fue instituida por los apóstoles. En esta ocasión deseo estudiar los testimonios que nos ha dejado la Iglesia a lo largo de la historia a favor de este sacramento, en el cual somos sepultados con Cristo en su muerte, a fin de que, al igual que Cristo fue resucitado de entre los muertos por medio de la gloria del Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva. Tratare también brevemente cuales han sido las herejías que a lo largo de los siglos han colocado obstáculos para que los niños sean regenerados al nacer del agua y del espíritu y su evolución a través de la historia.
El bautismo de niños en los padres de la Iglesia en los siglos I al IV
En los primeros cuatro siglos de la era cristiana se encuentra completa unanimidad al respecto (siendo Tertuliano prácticamente la única excepción). Hay numerosos testimonios de padres de la Iglesia que hablan de la importancia del bautismo de niños. Hubo por su puesto quien optaba por retrasarlo, pero por motivos inmorales, como era el de no abandonar la vida pecaminosa y obtener el perdón de los pecados justo al momento de la muerte (bastante insensato dado que nadie sabe en qué momento va a morir o si va a tener la oportunidad de bautizarse), o incluso librarse de las penitencias que tendrían que hacer en caso de volver a caer en pecado luego de bautizarse.
Ireneo de Lyon (130 – 202 d.C.)
Se hace eco de la fe de la Iglesia primitiva que profesaba que todo hombre nace en la carne, y por tanto debe nacer del agua y del espíritu, lo cual interpreta inequívocamente como el bautismo, con el cual se obtenía también la remisión de los pecados.
“ No fue por nada que Naamán ya viejo, enfermo de lepra, fue purificado al ser bautizado, sino para indicarnos a nosotros, que, como leprosos en el pecado, somos limpiados, por medio del agua sagrada y la invocación del Señor, de muestras transgresiones, siendo espiritualmente regenerados como bebes recién nacidos, aun cuando el Señor ha declarado: «El que no naciere de nuevo a través del agua y el Espíritu, no entrará en el reino de los cielos»”[1]
A lo largo de los escritos de este y otros padres se verá como en ningún momento restringen la gracia y los dones de Dios a nadie, ya sean bebes, adolecentes, o adultos. En el siguiente texto aunque no se encuentra una referencia explícita al bautismo de infantes, si encontramos la creencia de que Dios puede derramar su gracia y santificar a todos, independientemente que tengan edad para creer o no (rechazando con más de un milenio de antelación los argumentos utilizados por anabaptistas).
“Porque vino a salvar a todos: y digo a todos, es decir a cuantos por él renacen para Dios, sean bebés, niños, adolescentes, jóvenes o adultos. Por eso quiso pasar por todas las edades: para hacerse bebé con los bebés a fin de santificar a los bebés; niño con los niños, a fin de santificar a los de su edad, dándoles ejemplo de piedad, y siendo para ellos modelo de justicia y obediencia; se hizo joven con los jóvenes, para dar a los jóvenes ejemplo y santificarlos para el Señor”[2]
Orígenes (185 – 254 d.C.)

El testimonio de Orígenes es de capital importancia, no solo porque al igual que otros padres nos explica el porqué es necesario bautizar los niños, sino por su testimonio explícito de que esta fue una costumbre que la Iglesia recibió de los apóstoles directamente. Orígenes confirma de antemano con su pluma lo que ya la arqueología comprobaría al encontrar evidencias de bautismos de infantes por parte de la Iglesia primitiva.
“La Iglesia ha recibido de los Apóstoles la costumbre de administrar el bautismo incluso a los niños. Pues aquellos a quienes fueron confiados los secretos de los misterios divinos sabían muy bien que todos llevan la mancha del pecado original, que debe ser lavado por el agua y el espíritu”[3]
“Si los niños son bautizados “para la remisión de pecados” cabe preguntarse ¿de qué pecados se trata? ¿Cuándo pudieron pecar ellos? ¿Cómo se puede aceptar semejante testimonio para el bautismo de niños si no se admite que “nadie está exento de pecado, aún cuando su vida en la tierra no haya durado más que un solo día”?. Las manchas del nacimiento son borradas por el misterio del bautismo. Se bautiza a los niños porque “si no se nace del agua y del espíritu, es imposible entrar al reino de los cielos”[4]
“Había muchos leprosos en Israel en los días del profeta Eliseo, pero ninguno de ellos fue curado, solo Naamán el sirio, que no pertenecía al pueblo de Israel. Consideren el gran número de leprosos que había hasta ese momento “en Israel según la carne”. Vean, por otro lado, al Eliseo espiritual, nuestro Seños y Salvador, que purifica en el misterio bautismal a los hombres cubiertos por las manchas de lepra y les dirige estas palabras: “Levántate, vete al Jordán, lávate y tu carne quedará limpia”. Naamán se levantó, se fue y al bañarse se cumplió el misterio del bautismo, “su carne quedó igual a la carne de un niño”. ¿De qué niño? De aquel que “en el baño de la regeneración” nace en Cristo Jesús”[5]
“Si te gusta oír lo que otros santos dijeron acerca del nacimiento físico, escucha a David, cuando dice: “Fui formado, así reza el texto, en maldad, y mi madre me concibió en pecado”; demuestra que toda alma que nace en la carne lleva la mancha de la iniquidad y del pecado. Esta es la razón de aquella sentencia que hemos citado más arriba: Nadie está limpio de pecado, ni siquiera el niño que sólo tiene un día. A todo esto se puede añadir una consideración sobre el motivo que tiene la Iglesia para la costumbre de bautizar aun a los niños, siendo así que este sacramento de la Iglesia es para remisión de los pecados. Ciertamente que, si no hubiera en los niños nada que requiriera la remisión y el perdón, la gracia del bautismo parecería innecesaria”[6]
Hipólito de Roma (? – 235 d.C.)

Un testimonio de singular importancia lo tenemos también gracias a la Tradición apostólica, el cual es uno de las más antiguas e importantes constituciones eclesiásticas de la antigüedad (fue escrita hacia el año 215). En ella encontramos instrucciones específicas sobre la administración del bautismo en donde consta la práctica de bautizar niños y como en virtud de la fe de los padres podían ser bautizados.
“Al cantar el gallo, se comenzará a rezar sobre el agua. Ya sea el agua que fluye en la fuente o que fluye de lo alto. Se hará así salvo que exista una necesidad. Pero si hay una necesidad permanente y urgente, se utilizará el agua que se encuentre. Se desvestirán, y se bautizarán los niños en primer término. Todos los que puedan hablar por sí mismos, hablarán. En cuanto a los que no puedan, sus padres hablarán por ellos, o alguno de su familia. Se bautizará enseguida a los hombres y finalmente a las mujeres…
El obispo al imponerle las manos dirá la invocación: “Señor Dios, que los has hecho dignos de obtener la remisión de los pecados por medio del baño de la regeneración, hazlos dignos de recibir el Espíritu Santo y envía sobre ellos tu gracia, para que te sirvan siguiendo tu voluntad; a ti la gloria, Padre, Hijo y Espíritu Santo, en la Santa Iglesia, ahora y por los siglos, Amen”[7]
Cipriano de Cartago (200 – 258 d.C.)

Se tiene evidencia de que durante su vida hubo quien pretendió retrasar el bautismo de infantes hasta luego del octavo día de nacido, en semejanza de la circuncisión, por lo que se hace necesario que Cipriano, a su nombre y al de 66 obispos, le envíe una carta a Fido testimoniando la fe de la Iglesia acerca de que el bautismo de niños no tiene que ser retrasado y que los infantes pueden ser bautizados en cualquier momento. La carta completa está disponible en la Web en el volumen V de Ante-Nicene Fathers de Schaff (protestante) como en la New Advent Encyclopedia[8]
“Pero en relación con el caso de los niños, en el cual dices que no deben ser bautizados en el segundo o tercer día después de su nacimiento, y que la antigua ley de la circuncisión debe considerarse, por lo cual piensas que alguien que acaba de nacer debe no ser bautizado y santificado dentro de los ocho días, todos nosotros pensamos de manera muy diferente en nuestro Concilio. Porque en este curso que pensabas tomar, nadie está de acuerdo, sino que todos juzgamos que la misericordia y gracia de Dios no debe ser negada a ningún nacido de hombre. Porque como dice el Señor en su Evangelio: «El Hijo del hombre no ha venido a destruir la vida de los hombres, sino a salvarlas», en la medida que podamos, debemos procurar que, si es posible, ningún alma se pierda…
Por otra parte, la fe en la Escritura divina nos declara que todos, ya sean niños o mayores, tenemos la misma igualdad en los divinos dones…
Razón por la cual creemos que nadie debe ser impedido de obtener la gracia de la ley, por la ley en la que fue ordenado, y que la circuncisión espiritual no debe ser obstaculizada por la circuncisión carnal, sino que absolutamente todos los hombres tiene que ser admitidos a la gracia de Cristo, ya que también Pedro en los Hechos de los Apóstoles, habla y dice: «El Señor me ha dicho que yo no debería llamar a ningún hombre común o inmundo.» Pero si nada podría obstaculizar la obtención de la gracia a los hombres, y el más atroz de los pecados y no puede poner obstáculos a los que son mayores. Pero si hasta a los más grandes pecadores, y los que habían pecado en contra de Dios, cuando creen, se les concede la remisión de los pecados y nadie se ve impedido del bautismo y de la gracia, ¿cuánto más deberíamos obstaculizar un bebé?, ¿que, siendo recién nacido, no ha pecado, salvo en que, habiendo nacido de la carne de Adán, ha contraído el contagio de la muerte antigua en su nacimiento? …
Y por lo tanto, querido hermano, esta era nuestra opinión en el Concilio, que por nosotros, nadie debe impedirse el bautismo y la gracia de Dios, que es misericordioso y amable y cariñoso para con todos. Que, puesto que es lo observado y mantenido respecto a todos, nos parece que debe respetarse aún más en el caso de los lactantes…”[9]
Es importante notar que aquí lo que Fido y posiblemente otros presbíteros pretendían hacer no es negar el bautismo a los niños, tal como un gran sector del protestantismo hace hoy, sino simplemente retrasarlo para luego del octavo día de nacido.
Gregorio de Nacianceno (329 – 390 d.C.)

Escribió un bello sermón sobre el bautismo donde se testimonia la fe de la Iglesia primitiva en que si bien para el adulto es necesaria la fe para recibir el sacramento, no es así para el niño (quien lo recibe en virtud de la fe de los padres), por tanto no hay excusa alguna para postergar el bautismo, ni siquiera en el caso de los niños.
“11. Hagámonos bautizar para vencer. Tomemos nuestra parte de esas aguas, más detergentes que el hisopo, más puras que la sangre de las víctimas impuestas por la Ley, más sagradas que las cenizas de la becerra, cuya aspersión podía ser suficiente para dar a las faltas comunes una provisoria purificación corporal, pero no una completa remisión del pecado: ¿Hubiera sido necesario, sin ello, renovar la purificación de aquellos que la habían recibido una vez?
Hagámonos bautizar hoy, para no estar obligados a hacerlo mañana. No retardemos el beneficio como si nos ocasionase algún problema. No esperemos haber pecado más para ser, mediante él, perdonados en mayor medida. Eso sería hacer una indigna especulación comercial a propósito de Cristo. Tomar una carga mayor de la que podemos llevar es correr el riesgo de perder en un naufragio, navío, cuerpo y bienes, o sea todo el fruto de la gracia que no se ha sabido aprovechar…
17… Incluso los niños: no dejéis tiempo a la malicia para apoderarse de ellos, santificadlos cuando todavía son inocentes, consagradlos al Espíritu cuando todavía no hayan sacado los dientes. ¡Qué pusilanimidad y qué falta de fe la de las madres que temen al carácter bautismal por la debilidad de su naturaleza! Antes de haberlo traído al mundo, Ana dedicó a Samuel a Dios, e, inmediatamente después de su nacimiento, lo consagró; desde entonces, lo llevó vestido con un hábito sacerdotal sin ningún temor de los hombres, a causa de su confianza en Dios.
No hay necesidad, entonces, de amuletos ni encantamientos, medios de los que se sirve el maligno para insinuarse en los espíritus demasiado ligeros y tornar en su beneficio el temor religioso hacia Dios: oponedle la Trinidad, grande y hermoso talismán…”[10]
Recomienda como opinión personal que si no están en peligro de morir esperar a los 3 años hasta que puedan recitar someramente los misterios de la fe, aunque señala que no es requisito para poder recibir el sacramento:
“26. Todo esto está bien dicho para aquellos que solicitan por sí mismos el bautismo, pero ¿qué podemos decir de los niños, todavía de poca edad, que son incapaces de darse cuenta del peligro en que están y de la gracia del sacramento? ¿Se los bautizará también?
Ciertamente, en caso de peligro inmediato es mejor bautizarlos sin su consentimiento que dejarlos morir sin haber recibido el sello de la iniciación. Estamos obligados a decir lo mismo que respecto a la práctica de la circuncisión, la que se realizaba en el octavo día prefigurando el bautismo y que también se ejercitaba sobre niños desprovistos de razón. De la misma manera se realizaba la unción sobre los travesaños de la puerta y que, aun cuando se tratara de cosas inanimadas, protegía a los primogénitos.
¿Respecto a los demás niños? He aquí mi opinión: esperad a que lleguen a la edad de tres años, de modo que sean capaces de comprender y expresar someramente los misterios; a pesar de la imperfección de su inteligencia, reciben la señal, y su cuerpo, lo mismo que su alma, se encuentra santificado por el gran sacramento de la iniciación. Ellos deberán rendir cuenta de sus actos en el momento preciso en que, en plena posesión de la razón, lleguen al conocimiento completo del Misterio, pues no serán responsables de las faltas que les haga cometer la ignorancia propia de su edad. Además, de todos modos les resulta ventajoso poseer la muralla del bautismo para protegerse de los peligrosos ataques que caen sobre nosotros y sobrepasan nuestras fuerzas.
27. Pero, se dirá, Cristo, que es Dios, se hizo bautizar a los treinta años y tú nos empujas a precipitarnos al bautismo. Afirmar de ese modo su divinidad, es lo que resuelve la objeción. Él, la pureza misma, no necesitaba purificación, pero se hizo purificar por vosotros como por vosotros se hizo carne, pues Dios no tiene cuerpo. Además, él no corría ningún peligro por retardar su bautismo, pues podía regular a voluntad su sufrimiento como había regulado su nacimiento. Para vosotros, por el contrario, no sería pequeño el peligro, en caso de abandonar el mundo sin haber recibido, a vuestro nacimiento, más que una vida perecedera, sin estar revestidos de incorruptibilidad”[11]
Juan Crisóstomo (347 – 407 d.C.)
“¡Dios sea loado! El, que produce tales maravillas. ¿Ves cuan múltiple es la gracia del bautismo? Algunos sólo ven en ella la remisión de los pecados, mientras que nosotros podemos alinear diez dones de honor. Por esta razón bautizamos también a los niños de poca edad, cuando todavía no han comenzado a pecar, para que reciban la santidad, la justicia, la filiación, la herencia, la fraternidad de Cristo, para que se conviertan en miembros y morada del Espíritu Santo”[12]
Basilio el Grande (330 – 379 d.C.)
“Hay un tiempo conveniente para cada cosa: un tiempo para el sueño y otro para la vigilia, un tiempo para la guerra y un tiempo para la paz. Sin embargo, el tiempo del bautismo absorbe toda la vida del hombre. Si no es posible al cuerpo vivir sin respirar, mucho menos lo será para el alma subsistir sin conocer a su creador.
La ignorancia de Dios es la muerte del alma. Aquel que no ha sido bautizado tampoco ha sido iluminado. Así como sin luz, la vista no puede examinar aquello que le interesa, del mismo modo, el alma no puede contemplar a Dios. Además, todo tiempo es favorable para lograr la salvación por medio del bautismo, ya se trate de la noche o del día, de una hora o de un menor espacio de tiempo, por muy breve que sea. Seguramente, la fecha que se aproxima, es, en mayor medida, la más apropiada. ¿Qué época podría ser, en efecto, más adecuada para el bautismo que el día de Pascua? Pues ese día conmemora la resurrección, y el bautismo es una fuente de energía para lograr la resurrección.
Por esta razón, la Iglesia convoca desde hace mucho tiempo a sus “niños de pecho,” en una sublime proclamación, a fin de que aquellos a quienes ella dio a luz en el dolor, colocándolos en el mundo después de haberlos alimentado con la leche de la enseñanza de la catequesis, gusten del alimento sólido de sus dogmas”[13]
El pelagianismo, primera herejía en rechazar el bautismo de niños
Pero fue en el siglo V donde apareció la primera herejía que negaría la necesidad del bautismo incluyendo el bautismo de infantes; su autor fue Pelagio, un monje influenciado por las doctrinas paganas (especialmente del estoicismo). Minimizaba la eficacia de la gracia y consideraba que la voluntad, con su libre albedrio, puede alcanzar por sí sola la santidad. Para los pelagianos no existía ningún pecado original, pensaban que Adán no fue creado inmortal por lo que hubiera muerto aunque no hubiera pecado, y que los niños se encuentran en el mismo estado de Adán antes de su caída, por lo que no contraían ningún pecado original. Al negar el pecado original por consecuencia veía el bautismo de niños como innecesario.
Luego de hacerse monje Pelagio viaja a Roma antes del año 400. Luego de que Roma fuera conquistada y saqueada por los godos parte para Cartago y luego a Jerusalén acompañado de Celestio, otro partidario del pelagianismo quien le ayuda de forma eficiente a propagar sus doctrinas.
Dieciocho obispos incluyendo a Juliano de Eclana se adhirieron al pelagianismo, mientras San Agustín combate la herejía tenazmente. Los obispos pelagianos son privados de sus sedes y son condenados por los concilios africanos de Cartago y Milevis (años 411, 412 y 416) los cuales sentencian:
“Igualmente plugo que quienquiera niegue que los niños recién nacidos del seno de sus madres, no han de ser bautizados o dice que, efectivamente, son bautizados para remisión de los pecados, pero que de Adán nada traen del pecado original que haya de expiarse por el lavatorio de la regeneración; de donde consiguientemente se sigue que en ellos la fórmula del bautismo “para la remisión de los pecados”, ha de entenderse no verdadera, sino falsa, sea anatema. Porque lo que dice el Apóstol: Por un solo hombre entró el pecado en el mundo y por el pecado la muerte y así a todos los hombres pasó, por cuanto en aquél todos pecaron [cf. Rom. 5, 12], no de otro modo ha de entenderse que como siempre lo entendió la Iglesia Católica por el mundo difundida. Porque por esta regla de la fe, aun los niños pequeños que todavía no pudieron cometer ningún pecado por sí mismos, son verdaderamente bautizados para la remisión de los pecados, a fin de que por la regeneración se limpie en ellos lo que por la generación contrajeron”[14]
Sin embargo, los pelagianos se niegan a someterse a los concilios. Los concilios escriben al Papa para que apruebe las decisiones de estos concilios locales, lo cual hace el Papa Inocencio I. San Agustín con la sentencia de la Sede Apostólica (Roma) da el caso por terminado, sin embargo luego de la muerte del Papa Inocencio, Celestio hace ante el Papa Zósimo una confesión de fe que estuvo a punto de confundirle, pero este confirma las sentencias de su predecesor. Posteriormente el concilio de Éfeso en el año 431 volvió a condenar al pelagianismo que intentaba propagarse ahora por Inglaterra.