Fundamento bíblico de los misterios gozosos
Los misterios gozosos son parte de la oración católica del Rosario, en concreto la primera de las cuatro series de cinco misterios y tratan el anuncio y la infancia de Jesús. Después de los mismos, se rezan los misterios luminosos de la vida pública de Cristo, los misterios dolorosos de la Pasión y los misterios gloriosos de los sucesos ocurridos desde la Resurrección.
Los misterios Gozosos se rezan los lunes y los sábados.
Se incluye la designación en latín entre paréntesis después del nombre de cada misterio.
se caracteriza efectivamente por el gozo que produce el acontecimiento de la encarnación. (…). Meditar los misterios gozosos significa adentrarse en los motivos últimos de la alegría cristiana y en su sentido más profundo. Significa fijar la mirada sobre lo concreto del misterio de la Encarnación y sobre el sombrío preanuncio del misterio del dolor salvífico». (Juan Pablo II. Carta Apost. «Rosarium Virginis Mariae»)
*Primer misterio*
La Encarnación del Hijo de Dios
El ángel, entrando en la presencia de María, le dijo: Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo…Concebirás en tu viente y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. María contestó: Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra” (cf.Lc 1,2 26-38).
Contemplación
El primer punto luminoso para unir el cielo y la tierra. El primero de la serie de acontecimientos que son los más grandes de los siglos.
El Hijo de Dios, Verbo del Padre, “por quien fueron hechas todas las cosas” en la creación, toma naturaleza humana en este misterio. Se hace hombre Él mismo para poder ser redentor del hombre y de la humanidad entera, y su salvador.
María Inmaculada, flor de la creación, la más bella y fragante, respondiendo al ángel: “He aquí la esclava del Señor”, acepta el honor de la maternidad divina que se cumple en ella al instante. Y nosotros, llamados en nuestro padre Adán hijos adoptivos de Dios, privados luego, volvemos hoy a ser hermanos, hijos adoptivos de Dios, recuperada la adopción por la redención que comienza ahora. Al pie de la cruz seremos con Jesús, que es concebido en su seno, hijos de María. Desde hoy será ella Madre de Dios y luego madre nuestra.
¡Oh sublimidad!, ¡oh ternura de este misterio!
Reflexión
Reflexionando sobre esto, nuestro primer deber inolvidable es dar gracias a Dios, porque se ha dignado venir a salvarnos. Por esto se ha hecho hombre, hermano nuestro. Igual a nosotros en cuanto a nacer de una mujer, de la que nos ha hecho hijos de adopción al pie de la cruz. Hijos adoptivos de su Padre celestial, ha querido que lo seamos igualmente de su misma madre.
Intención
Sea la intención de nuestra oración, al contemplar este primer misterio que se nos ofrece a la meditación, además de dar gracias continuamente, un esfuerzo, en verdad sincero y leal, de humildad, de pureza, de caridad, virtudes de las que nos da tan alto ejemplo la Virgen bendita.
*Segundo Misterio*
La Visitación de Nuestra Señora
“María se puso en camino y fue aprisa a la montaña, y saludó a Isabel. Isabel dijo a voz en grito: ¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! Dichosa tú que has creído. María dijo: Proclama mi alma la grandeza del Señor” (cf Lc 1, 39-56).
Contemplación
Qué suavidad, qué gracia en esta visita de tres meses, que María hizo a su prima. Una y otra, bendecidas con una maternidad que se cumpliría a no tardar. La de la Virgen María, la más sagrada maternidad de cuanto se pueda soñar sobre la tierra. Dulce encanto en las palabras que se dicen como un cántico. De una parte, “bendita tú entre las mujeres”. Y de la otra, “porque ha mirado la humildad de su sierva, por eso me llamarán bienaventurada todas las generaciones”.
Reflexión
Cuanto sucede aquí, en Ain-Karem, en el monte Hebrón, presenta, con luz celeste y al mismo tiempo muy humana, qué relaciones son las que unen entre sí a las buenas familias cristianas, educadas en la antigua escuela del Rosario. Rosario recitado cada noche en casa, en el círculo de los íntimos. Rosario recitado, no en una ni en cien, ni en mil familias, sino por todas y por todos, y en todos los lugares de la tierra, allí donde uno cualquiera de nosotros “sufre, lucha y ora”, fiel a una inspiración de lo alto, como el sacerdocio, la caridad misionera, la prosecución de un ideal de apostolado; o también por fidelidad a uno de aquello motivos, tan legítimos que llegan a ser obligatorios, como el trabajo, el comercio, el servicio militar, el estudio, la enseñanza, o cualquier otra ocupación.
Intención
Bello es confundirse durante las diez avemarías del misterio con tantas y tantas almas, unidas por vínculos de sangre, o domésticos, en una relación que santifica y por lo mismo consolida el amor de las personas amadas: con padres e hijos, hermanos y parientes, vecinos y compatriotas. Todo esto, con la finalidad y el propósito vivido de sostener, aumentar y hacer más viva la presencia de la caridad con todos, cuyo ejercicio proporciona la alegría más profunda y es el mayor honor de la vida.
*Tercer Misterio*
El nacimiento de Jesús en Belén
Contemplación
“Mientras estaban en Belén, le llegó a María el tiempo del parto y dio a luz a su Hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no tenían sitio en la posada. Un ángel se apareció a unos pastores y les dijo: Hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor” (cf. Lc 2, 1-14).
A su tiempo, según ley de la naturaleza humana asumida por el Verbo de Dios, hecho hombre, sale del tabernáculo santo, el seno inmaculado de María. Hace su primera aparición al mundo en un pesebre. Allí las bestias rumian el heno. Y todo es en derredor silencio, pobreza, sencillez, inocencia. Voces de ángeles surcan el aire anunciando la paz. Aquella paz de la que es portador para el universo el niño que acaba de nacer. Los primeros adoradores son María su madre, y San José, el padre adoptivo. Luego, pastores que han bajado del monte, invitados por voces de ángeles. Vendrá más tarde una caravana de gente ilustre, precedida desde lejos por una estrella, y ofrecerá regalos valiosos, llenos de simbolismo, de interés. En la noche de Belén todo habla de universalidad.
Reflexión
En este misterio no quede una sola rodilla sin doblarse ante la cuna, en gesto de adoración. Nadie se quede sin ver los ojos del divino Niño que miran lejos, como queriendo ver, uno a uno, todos los pueblos de la tierra. Van pasando uno a uno ante su presencia, como en una revista, y los reconoce a todos: hebreos, romanos, griegos, chinos, indios, pueblos de África, de cualquier región de la tierra, o época de la historia. Las regiones más distantes y desérticas, las más remotas e inexploradas; los tiempos pasados, el presente, y los tiempos por venir.
Intención
Al Santo Padre, en el transcurso de las diez Avemarías, le gusta encomendar a Jesús que nace, el incontable número de niños -¡cuántos son!, muchedumbre interminable- que han nacido en las últimas veinticuatro horas, de día o de noche, de la raza que sean, aquí y allí, un poco por toda la tierra. ¡Cuántos son! Todos ellos pertenecen, de derecho, bautizados o no, a Jesús, el niño que acaba de nacer en Belén. Están llamados al reconocimiento de su dominio, que es el mayor y más dulce que pueda darse en el corazón del hombre, o en las historia del mundo: único dominio digno de Dios y de los hombres. Reino de luz y de paz, el reino que pedimos en el Padrenuestro.
*Cuarto Misterio*
La presentación de Jesús en el templo
“Los padres de Jesús lo llevaron a Jerusalén para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley del Señor. Simeón lo tomó en brazos y dijo: “Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador” (cf. Lc 2, 22-40).
Contemplación
Jesús, en brazos de su madre, es presentado al sacerdote, y extiende sus brazos hacia delante. Es el encuentro de los dos Testamentos. Él, gloria del pueblo elegido, hijo de María, está dispuesto a ser “luz y revelación de las gentes”. Está presente y ofrece también san José, que participa por igual en el rito de las ofrendas legales de rigor.
Reflexión e intención
De manera diferente, pero semejante en cuanto al sentido de la ofrenda, el episodio se renueva continuamente en la Iglesia, o por mejor decir, es algo constante en ella. Será muy grato contemplar, durante las diez Avemarías, el campo que germina, la cosecha que se alza. “Mirad los campos que ya están amarillos para la siega”. Me refiero a la alegre esperanza que se ve nacer del sacerdocio, de sus cooperadores y cooperadoras, tan numerosos en el reino de Dios, y sin embargo no suficientes aún. Jóvenes del seminario, de las casas religiosas, seminarios de misiones, y aun en las universidades católicas. ¿Por qué no aquí, si son cristianos, llamados también ellos a ser apóstoles? Y la alegre esperanza de tantas iniciativas de apostolado de los seglares, imprescindibles en el mañana. Apostolado que, no obstante las dificultades y pruebas de su expansión, ofrece, y jamás dejará de ofrecer, un espectáculo tan conmovedor que arranca palabras de alegría y admiración.
“Luz y revelación de las gentes”, gloria de pueblo elegido.
*Quinto Misterio*
El niño Jesús perdido y hallado en el templo
“Cuando Jesús cumplió doce años, subieron sus padres con él a Jerusalén por las fiestas de Pascua. Cuando terminó, se volvieron; pero el niño Jesús se quedó en Jerusalén. A los tres días, lo encontraron en el templo, sentado en medio de los maestros”. (cf. Lc 2, 41-52).
Contemplación
Jesús tiene ya doce años. María y José lo acompañan a Jerusalén para la oración ritual. Inesperadamente, se oculta a sus ojos, tan vigilantes y amorosos. Gran preocupación y una búsqueda que se prolonga en vano durante tres días. A la pena sucede la alegría de encontrarlo precisamente en los atrios que rodean el templo. Habla con los doctores de la Ley. San Lucas lo presenta con palabras expresivas y con precisión muy cuidada. Lo encontraron, dice, sentado en medio de los doctores, “escuchando y preguntándoles”. Un encuentro con los doctores importaba entonces mucho, lo encerraba todo: conocimiento, sabiduría, normas de vida práctica, a la luz del Antiguo Testamento.
Reflexión
El deber de la inteligencia humana es el mismo en todo tiempo: recoger la sabiduría del pasado, transmitir la buena doctrina, hacer avanzar, con firmeza y humildad, la investigación científica. Nosotros morimos uno tras otro. Vamos hacia Dios. La humanidad, en cambio, mira al porvenir.
Cristo no está jamás ausente, ni del conocimiento sobrenatural, ni en el ámbito del natural. Está siempre en el juego, en su puesto. “Uno solo es vuestro maestro, Cristo”.
Intención
Ésta, que es la quinta decena, última de los misterios gozosos, reservémosla, con una intención especialísima, a favor de todos aquellos que han sido llamados por Dios –por su capacidad natural, por circunstancias de la vida, por voluntad de sus superiores- al servicio de la verdad: en la investigación o la enseñanza, difundiendo el saber antiguo, o las técnicas nuevas, mediante libros o técnicas audiovisuales. Todos ellos están llamados a imitar a Jesucristo: los intelectuales, profesores, periodistas. Todos, especialmente los periodistas, a quienes incumbe diariamente la tarea peculiarísima de hacer honor a la verdad, deben transmitirla con religiosa escrupulosidad, con agudo buen sentido, sin distorsionarla ni desfigurarla con fantasías.
Si, sí, recemos por todos ellos: recemos por ellos, sean sacerdotes o seglares; para que sepan escuchar la verdad; y cuánta pureza de corazón se necesita para que sepan comprenderla; y cuánta humildad íntima de pensamiento es necesaria para que sepan defenderla, ya que desde entonces se hace inevitable la obediencia, que fue la fuerza de Jesús, y es la fuerza de los santos. Sólo la obediencia obtiene la paz, es decir, la victoria.