Alcanzar la santidad: un camino posible
Muchos consideran que alcanzar la santidad es imposible, ya que solo Dios es Santo. Sin embargo, se olvida que la santidad es el camino por el cual se debe conducir el hombre para alcanzar el paraíso.
Dios mismo nos pide que seamos santos en varios pasajes de las escrituras:
-Habla a toda la comunidad de los hijos de Israel y diles: "Sed santos, porque Yo, el Señor, vuestro Dios, soy santo" (Levítico 19,2)
Por eso, sed vosotros perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto (Mateo 5,48)
En estos versículos podemos observar que las escrituras nos piden que alcancemos la santidad. ¿O acaso Dios nos pide imposibles burlándose de nosotros? La verdad es que Dios quiere que estemos junto a Él, y la única forma de lograrlo es seguir el sendero que Dios nos ha marcado.
Imitad, por tanto, a Dios, como hijos queridísimos, y caminad en el amor, lo mismo que Cristo nos amó y se entregó por nosotros como oblación y ofrenda de suave olor ante Dios (Efesios 5,1-2)
Como podemos ver en este pasaje, debemos ser imitadores de Dios, debemos serlo en todos los aspectos de nuestra vida. Vemos que como principio debemos basarnos en el amor y todos aquellos dones y virtudes que giran alrededor.
Virtudes para alcanzar la santidad
Por lo tanto, debemos detenernos un momento para estudiar y analizar si se está siguiendo el camino correcto o si no hemos desviado y qué medidas se deben tomar para regresar a él. En esta ocasión, veremos algunas de las virtudes que se deben tener.
Las virtudes tanto teologales como las virtudes morales son fundamentales para vivir a plenitud el plan de Dios para nuestra vida, el cual es alcanzar la santidad.
Virtudes Teologales
Las virtudes teologales, fe, esperanza y caridad, son motores que nos mueven a buscar a Dios de manera extraordinaria, buscando tener un encuentro personal y de forma casi continua. Estas virtudes nos ayudan a depositarnos plenamente en la gracia de Dios y a fijar nuestra vista en el necesitado, ya que somos capaces de encontrar a Dios mismo en cada uno de estos.
1. Virtud de la Fe
El cristiano ante todo es un creyente, que se ha depositado en las manos de aquel que no ve y confía plenamente en Él (Hebreos 11, 1-2). Si nuestra fe está fuerte, si está correctamente alimentada, San Pablo nos lo explica de forma sencilla: "La fe viene de la predicación, y la predicación, a través de la palabra de Cristo (Romanos 10:17)".
La fe cree, y creer es "acto de entendimiento que asiste a las verdades divinas bajo el impulso de la voluntad, movida por la gracia de Dios" (Santo Tomás de Aquino II-II, 2-9)
2. Virtud de la Esperanza
Esta virtud nace de la fe, por eso sin fe no hay esperanza. Esta virtud nos lleva a confiar con certeza de alcanzar la vida eterna. Al punto de considerar poca cosa todas las riquezas de esta tierra comparado con lo que nos espera en la vida eterna. A despojarnos de aquello material que muchas veces nos esclaviza y nos aleja de todo aquello que nos conduce a Dios, y en muchas ocasiones a no ver el sendero que Dios quiere que sigamos.
A medida que crecemos en nuestra fe, nuestra esperanza también crece. San Pablo nos explica que "sin embargo, cuanto era para mí ganancia, por Cristo lo considero como pérdida. Es más, considero que todo es pérdida ante la sublimidad del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor. Por él perdí todas las cosas, y las considero como basura con tal de ganar a Cristo y vivir en él, no por mi justicia, la que procede de la Ley, sino por la que viene de la fe en Cristo, justicia que procede de Dios, por la fe. Y, de este modo, lograr conocerle a él y la fuerza de su resurrección, y participar así de sus padecimientos, asemejándome a él en su muerte, con la esperanza de alcanzar la resurrección de entre los muertos (Filipenses 3:7-11)".
3. Virtud de la Caridad
La virtud de la caridad es la que nos permite amar a Dios y al prójimo de manera total y sin reservas. "Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con toda tu mente. Éste es el mayor y el primer mandamiento. El segundo es como éste: "Amarás a tu prójimo como a ti mismo" (Mateo 22:36-40)".
En esta virtud se le da cumplimiento a este mandamiento nos expone Jesús a ser preguntado cuál es el más importante, cuando nuestro corazón se llena de gozo en el amor completo a Dios en el cual se deja de lado el sentimentalismo y se toma la decisión de vivir por Dios y en Dios, por medio del entregarse totalmente al prójimo y encontrar en estos a un Dios que nos acompaña y nos hace participes de su amor pleno, en el cual se desvive en hacer la voluntad de Dios, en el cual se vive con el corazón en la mano para complacer a Dios antes que a mí mismo, en ese momento se comienza a vivir según Dios, en el cual sacrifico mi comodidad por tal de complacer a Dios haciendo el servicio que se me pide y sin poner excusas para no estar con Él, en ese momento se comienza a vivir en la virtud de la caridad.
Virtudes Morales
Las virtudes morales sobrenaturales son hábitos operativos infundidos por Dios en la potencia del hombre, para que todos los actos cuyo objeto no es Dios mismo se vean iluminados por la fe y movidos por la caridad de modo que se ordenen siempre a Dios. En efecto, la templanza y la prudencia, la justicia y la fortaleza, son las virtudes más provechosas para los hombres en la vida.
1. Virtud de la Prudencia
La prudencia es una virtud que Dios infunde en el entendimiento práctico para que, a la luz de la fe, discierna y mande en cada caso concreto que debe hacerse u omitirse en orden al fin último sobrenatural. Ella decide los medios mejores para un fin. Es la más preciosa de todas las virtudes morales, ya que debe guiar el ejercicio de todas ellas, e incluso la actividad concreta de las virtudes teologales.
Cristo nos quiere "prudentes como serpientes y sencillos como palomas" (San Mateo 10,16 y San Pablo).
2. Virtud de la Justicia
La justicia es una virtud que hace que el cristiano haga el bien, no cualquier bien, sino aquel bien precisamente debido a Dios y al prójimo, y evita el mal. Aquel mal concreto que ofende a Dios o perjudica al hermano. La caridad extiende más o menos su radio de acción según los grados del amor; pero la justicia impone obligaciones estrictas, objetivamente bien delimitadas, aunque subjetivamente pueda en ocasiones haber dudas. Y precisamente porque se trata de obligaciones objetivas y estrictas, pueden ser exigidas por la fuerza.
La virtud de la justicia nos tiene que hacer cumplidores de las normas tanto divinas como del hombre, eso es parte de comenzar a caminar el camino de Dios.
3. Virtud de la Fortaleza
La fortaleza es una virtud infundida por Dios en el apetito arrecible vigorizándole para que no desista de procurar el bien arduo ni siquiera por los mayores peligros. La fortaleza ataca y resiste, cohíbe los temores atando y modera la audacia resistiendo, asiste el apetito arrecible en cuanto está sujeto a la voluntad y asiste también a esta por redundancia, el acto máximo de la virtud de la fortaleza es el martirio por el cual el cristiano confiesa a Cristo con cruz y con muerte.
La fortaleza que es contraria a la pusilanimidad, o a la ambición o a la presunción y a la vanidad, no es indiferencia impasible, ni audacia temeraria es potencia espiritual que da valor, decisión, aguante y constancia. La fortaleza tiene como partes integrantes o como virtudes conexas: la magnanimidad que se atreve a obras grandes, la paciencia, que es la virtud que nos permite soportar las dificultades y las adversidades con tranquilidad y serenidad.
La Fortaleza nos tiene que guiar a poder vivir con valentía el evangelio, sabiendo que es Cristo mismo el que nos apoya y nos bendice en todo momento y en todo lugar.
4. Virtud de la Templanza
La templanza es una virtud sobrenatural infundida por Dios en el apetito concupiscente para moderar su inclinación a los placeres mientras la fortaleza estimula el apetito arrecible para que resista el mal o se esfuerce en conseguir el bien arduo, la Templanza más bien refrena en el hombre a la inclinación al placer sentimental y sensual, modera pero no destruye esa inclinación, en tal caso no sería una virtud sino que la libra tanto de la intemperancia desbordada como de la insensibilidad excesiva.
La templanza es imprescindible para el desarrollo de las virtudes más altas, ya que el hombre no puede ejercitar sus virtudes más altas en tanto sufre el lastre de la sensualidad desordenada. La purificación acética del sentido es fase previa y necesaria para el vuelo del espíritu.
Las virtudes tienen que irse forjando cada día más y más dentro de nuestra vida, dentro de nuestros hábitos y pedir y clamar a Dios que sea Él el que nos conduzca el camino correcto.