Falsas advocaciones de los santos
En este tema veremos que son las advocaciones y también abordaremos la situación de la falsa veneración a los santos.
Las apariciones son hechos sobrenaturales que no dependen de la voluntad humana, sino del designio de Dios.
Tres argumentos, según la Teología Fundamental, hay que esgrimir para discernir si un hecho concreto milagro o aparición es verdadero o falso. Ante todo, el argumento histórico; luego, el filosófico; finalmente, el teológico.
1. ARGUMENTO HISTÓRICO
Ante todo es importante que conste con certeza de la realidad objetiva del hecho que se relata. En el caso de una aparición, preguntaremos: ¿es cierto que se ha aparecido la Virgen? La respuesta nos la dan los testigos de vista que, examinados por separado, darán testimonio de lo que han visto.
En la mayoría de los casos los testigos no han visto a la Virgen, sino al o la vidente en posición extática. Han observado lo que hacía, lo que decía, como había comenzado y acabado el éxtasis, etc. Los jueces les harán infinidad de preguntas, a las que contestarán cada uno como sabe. Del conjunto y cotejo se sacará la conclusión. Si no hay consenso entre los testigos, o bien no hay datos suficientes para juzgar que el hecho fue tal como dicen, o este hecho no tiene nada de sobrenatural, la conclusión es negativa y no hay que pasar adelante. Pero si se da por aceptado el hecho que se narra por lo menos sustancialmente, se procederá al argumento segundo.
2. ARGUMENTO FILOSÓFICO
Se ha de demostrar que aquel hecho no puede explicarse por las leyes naturales, por las fuerzas de la naturaleza creada. Y aquí, como en el caso anterior, se continuará la investigación o se suspenderá según el veredicto sea positivo o negativo.
3. ARGUMENTO TEOLÓGICO
El argumento teológico se basa en la naturaleza de lo sobrenatural. Es sobrenatural todo aquello que supera las fuerzas naturales. No es necesario que supere todo el orden de la naturaleza. Si lo superase, necesariamente aquel hecho sería divino, ya que solamente Dios puede alterar el orden total de leyes que Él ha impuesto al mundo creado. Pero si se trata solamente de algo de la naturaleza, que está por encima del orden que conocemos y que podemos digámoslo así manejar, seres superiores a nosotros lo podrán obrar. Tales son los espíritus creados: ángeles y demonios. Si es un ángel el que ha obrado aquel hecho, es cosa de Dios; pero si lo ha ejecutado un demonio, esto no es de Dios. De aquí la necesidad de examinar las circunstancias y, sobre todo, los efectos, para que se pueda descubrir la intervención o no de la divinidad.
Aplicados estos criterios, podremos saber con la certeza humana de que somos capaces la veracidad o no de la aparición.
Si nos encontramos en el caso de una aparición única (es decir, que se ha realizado una sola vez), en la cual, pongamos por caso, la Virgen comunica un mensaje determinado, y hace allí un milagro patente, bastará esta aparición y será fácil demostrar su veracidad, si se prueba la autenticidad del milagro. Pero si no hay elementos adjuntos que nos permitan comprobar el hecho, no se podrá, obrando con prudencia, asegurar la veracidad de la aparición. Pero, del hecho de no poder probarla, no es lícito sacar la conclusión de que ha sido un engaño.
En la actualidad, nos encontramos con que las apariciones en cuestión duran temporadas largas, con lo que las observaciones son posibles, los exámenes de los videntes en estado de éxtasis se pueden comprobar, los testigos son muchos y muy variados, las circunstancias que rodean el hecho global van variando… Todo esto permite un estudio detenido, en el que todos los fenómenos que se van produciendo, se han de examinar cuidadosamente.
Como paréntesis, estimamos que hay un notable peligro de errar, si quien examina los hechos supuestamente sobrenaturales, se deja guiar por la Parapsicología, asignatura que estudia los fenómenos que salen del orden común de las leyes naturales conocidas.
A todo esto quiero agregar las palabras de SS Francisco en el es de enero del 2017 refiriéndose a este tema, en ellas nos recuerda que Cristo es la revelación de Dios:
Santos y apariciones, bien… Pero el centro de nuestra vida de fe debe ser Cristo.
Este es el centro de nuestra vida: Jesucristo. Jesucristo que se manifiesta, se deja ver, y nosotros somos invitados a conocerlo, a reconocerlo, en la vida, en las muchas circunstancias de la vida, reconocer a Jesús, conocer a Jesús»
Y el Papa ha proseguido planteando lo que algunos podrían comentar.
‘Pero yo, padre, conozco la vida de ese santo, de esa santa o también las apariciones estas y aquellas…’. Esto es bueno, ¡los santos son santos, son grandes! ¡Las apariciones no son todas verdaderas eh! Los santos son importantes, pero el centro es Jesucristo: ¡sin Jesucristo no hay santos! Y he aquí la pregunta: ¿es Jesucristo el centro de mi vida? ¿Cuál es mi relación con Jesucristo?»
“Para asegurarnos de que Jesús es el centro de nuestra vida” hay tres tareas: la primera, es conocer a Jesús, para reconocerlo. En su tiempo, son tantos los que no lo reconocieron: “los doctores de la ley, los sumos sacerdotes, los escribas, los saduceos, algunos fariseos”. Es más, “lo persiguieron, lo mataron”. Urge preguntarse: “A mí, ¿me interesa conocer a Jesús? ¿O quizás me interesa más la telenovela, o los chismes, o las ambiciones o conocer la vida de los demás?”.
“Para conocer a Jesús está la oración, el Espíritu Santo”, pero también está el Evangelio, que ha de ser llevado siempre con sí para leer un pasaje todos los días: “Es el único modo de conocer a Jesús”. Luego, “está el Espíritu Santo que hace su trabajo después. Esta es la semilla. Quien hace germinar y crecer la semilla es el Espíritu Santo”.
La segunda tarea es adorar a Jesús. No sólo pedirle cosas y agradecerle. Y hay dos modos de adorar a Jesús: “la oración de adoración en silencio” y “luego quitar de nuestro corazón las otras cosas que adoramos, que nos interesan más. No, sólo Dios”. “Las otras cosas sirven, sirven si yo soy capaz de adorar sólo a Dios”.
“Hay una pequeña oración que rezamos, el Gloria: ‘Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo’, pero tantas veces la decimos como loros. ¡Pero esta oración es adoración! ‘Gloria’: yo adoro al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Adorar, con pequeñas oraciones, con el silencio ante la grandeza de Dios, adorar a Jesús y decir: ‘Tú eres el único, tú eres el principio y el fin y contigo quiero permanecer toda mi vida, toda la eternidad. Tú eres el único’. Es expulsar de mí las cosas que me impiden adorar a Jesús”.
La tercera tarea es seguir a Jesús, como dice el Evangelio de hoy, en el cual Jesús llama a sus primeros discípulos. Significa colocar a Jesús en el centro de nuestra vida. “Es simple la vida cristiana, es muy simple, pero necesitamos de la gracia del Espíritu Santo para que despierte en nosotros estas ganas de conocer a Jesús, de adorar a Jesús y de seguir a Jesús. Y por eso hemos pedido al Señor, que nos haga conocer qué debemos hacer, y tener la fuerza de hacerlo. Que en la simplicidad de cada día –porque cada día, para ser cristianos no son necesarias cosas extrañas, cosas difíciles, cosas superfluas; no, es simple – que el Señor nos dé la gracia de conocer a Jesús, de adorar a Jesús y de seguir a Jesús”.