La Obra de San Pablo en la Iglesia Católica
Una Revelación Divina
Tras los libros de carácter histórico-narrativo -Evangelios y Hechos de los Apóstoles- el canon del Nuevo Testamento presenta los escritos sagrados que exponen la saludable fuerza de la obra divina de Cristo y aplican su doctrina a las circunstancias de los cristianos en la sociedad en que viven.
Conocemos bien la figura de San Pablo por sus cartas y por el libro de los Hechos de los Apóstoles. Natural de Tarso recibió una amplia formación en el judaísmo y en el helenismo. De temperamento apasionado, entregó por completo su vida al servicio de sus convicciones, primero fariseas, después cristianas.
Y sin subir a Jerusalén a ver a los apóstoles, mis predecesores, me retiré a Arabia, y de nuevo volví a Damasco. (Gálatas 1:17)
Seguidamente, acudió a visitar a los Apóstoles en Jerusalén. Hacia el año 43-44 marchó a Tarso y más tarde a Antioquía de Siria anunciando el Evangelio y dando testimonio de su fe cristiana. Desde esta ciudad, durante los años 45 a 58, llevó a cabo tres grandes viajes apostólicos por Chipre, Asia Menor y Grecia, estando también presente en el Concilio de Jerusalén hacia el año 49/50.
La Misión de San Pablo
En el año 58 fue arrestado en Jerusalén y conducido a Cesarea Marítima desde donde fue conducido prisionero hacia Roma. Llegó a la ciudad eterna en la primavera del 61 y tras unos dos años de cautividad parece que realizó otros viajes a Asia Menor, Creta, Macedonia y muy probablemente también a Hispania. En el año 64 ó 67 muere mártir en Roma.
San Pablo fue elegido por Dios para anunciar la salvación de Cristo a los gentiles. Lo que escribe en sus cartas no es un sistema de ideas o un cuerpo teológico ordenadamente construido, sino la vivencia del misterio de Cristo, que él quiere difundir por todo el mundo y que expone a las comunidades o personas a las que escribe.
El Evangelio de San Pablo
Para esa finalidad se vale de todos los recursos literarios y argumentativos a su alcance. San Pablo sólo tiene un propósito: anunciar el Evangelio de Jesucristo que es:
No me avergüenzo del Evangelio, porque es una fuerza de Dios para la salvación de todo el que cree, del judío en primer lugar y también del griego. (Romanos 1:16)
El Epistolario de San Pablo
El epistolario paulino se suele agrupar del siguiente modo: las cartas más antiguas (1 y 2 Tesalonicenses); las que presentan una unidad de estilo y doctrina, que reflejan la situación del Apóstol en los años 57-58, llamadas «grandes cartas» (Romanos, Gálatas, 1 y 2 Corintios); las que fueron escritas estando San Pablo en cautividad (Efesios, Filipenses, Colosenses y Filemón); y, finalmente, las enviadas a dirigentes o «pastores» de iglesias concretas, llamadas por ello «cartas pastorales» (1 y 2 Timoteo y Tito).
La Carta a los Romanos
San Pablo, durante su tercer viaje apostólico (años 53-58), escribió a los Gálatas y a la comunidad de Corinto. Las dos cartas a los corintios habían dado sus frutos; la comunidad gozaba de salud y fervor espirituales. Las noticias de las demás iglesias locales fundadas por el Apóstol indicaban que todo marchaba bien con la gracia del Espíritu.
En vista de ello, Pablo proyecta extender su labor apostólica hasta Hispania:
Cuando haya terminado esto, y les haya entregado este fruto, marcharé hacia Hispania, y de paso estaré con vosotros. (Romanos 15:28)
La Importancia de la Carta a los Romanos
Este escrito, el más largo de todo el epistolario paulino -más que una carta es un tratado doctrinal- ha sido considerado también el más importante. En él expone el Apóstol puntos capitales de la doctrina acerca de la obra redentora de Cristo y sobre la vida cristiana. Profundiza y amplía lo dicho en la Carta a los Gálatas, y presenta de forma más sistemática tanto la acción de Jesucristo Salvador en el creyente como las consecuencias que de ello se siguen.
La Salvación y la Vida Cristiana
La comunidad cristiana de Roma estaba formada por judíos y gentiles convertidos. Era importante para San Pablo exponer los efectos de la salvación de Cristo a estos dos grupos de fieles, mostrándoles que ya no había diferencias entre ellos. Tras un largo saludo, en el que presenta a Jesucristo (1,1-17), se extiende en una visión de la humanidad irredenta, alejada y enemistada con Dios después de la caída de Adán.
Al contemplar la degradación moral de los gentiles y los pecados semejantes de los judíos, manifiesta la absoluta necesidad de la Redención de Cristo para alcanzar el perdón y la gracia de Dios (1,18-4,25). Cuatro conceptos conviene tener en cuenta para entender lo que sigue: el pecado y la muerte (5,12-21), la carne y la Ley (7,1-25).
El hombre irredento, sometido a esas cuatro fuerzas, sólo podrá librarse de ellas por la obra de la Redención llevada a cabo por Cristo Jesús. La salvación proviene únicamente de Dios a través de Jesucristo Nuestro Señor, y a ella hay que adherirse por la fe, don gratuito de Dios, no efecto de las obras. Pero una vez alcanzada la fe -mediante el Bautismo que injerta al cristiano en Cristo-, los cristianos pueden y deben hacer el bien, con la gracia del Espíritu Santo que habita en ellos y completa la obra de la justificación realizada por Cristo, haciéndoles santos, e hijos adoptivos del Padre (8,1-39).
Conclusión
La Carta a los Romanos representa un momento cumbre de la Revelación divina que nos llega a través del Apóstol. El resto de las cartas que en el Nuevo Testamento vienen a continuación de ésta nos ofrecen la posibilidad de profundizar en aspectos concretos de la doctrina contenida en este escrito.