La pequeña semilla que puede cambiar el mundo
Cuando escuchamos la parábola de la semilla de mostaza, podemos ver una analogía con cómo Dios trabaja a través de la fe que sembramos en las personas. De la misma manera que la semilla se convierte en una gran planta, Dios puede hacer que los frutos de nuestro fe y amor hacia Él sean grandes en la vida de las personas.
Dios promueve y fomenta la creencia en su palabra a través de sus creyentes, quienes infunden la vida de Dios y las enseñanzas de Jesucristo en el mundo. Sin embargo, no todos tienen el don de transmitir la palabra de Dios con claridad, por lo que es importante que los creyentes adopten el estudio profundo de las enseñanzas de Jesús y los hábitos que Él empleaba de manera bondadosa y humilde.
La parábola de la semilla de mostaza también nos enseña que sin importar el tamaño del inicio, cuando la intención va de la mano de Dios, se puede convertir en algo grandioso. Muchas personas olvidan que ante cualquier proyecto o acción, es importante encomendarse a Dios porque solo Él tiene la respuesta y puede guiar en paso firme si es conveniente.
Otra parábola les refirió, diciendo: El reino de los cielos es semejante al grano de mostaza, que un hombre tomó y sembró en su campo; el cual a la verdad es la más pequeña de todas las semillas; pero cuando ha crecido, es la mayor de las hortalizas, y se hace árbol, de tal manera que vienen las aves del cielo y hacen nidos en sus ramas. (Mateo 13:31-32)
La realidad es que, en la vida, podemos ser pequeños e irrelevantes, pero a través de Dios, podemos ser transformados en algo grande y poderoso. Para que esto suceda, debemos ser pobres en el corazón, no confiarnos en nuestras propias capacidades, sino en la potencia del amor de Dios, y no actuar para ser importantes a los ojos del mundo, sino preciosos a los ojos de Dios, que tiene predilección por los simples y los humildes.
Cuando vivimos de esta manera, a través de nosotros irrumpe la fuerza de Cristo y transforma lo que es pequeño y modesto en una realidad que hace fermentar a toda la masa del mundo y de la historia.
La colaboración de Dios
El Reino de Dios pide nuestra colaboración, aunque es sobre todo iniciativa y un don del Señor. Nuestra débil obra aparentemente pequeña delante de los problemas del mundo, si se inserta en la de Dios y no tiene miedo de las dificultades, puede ser una parte importante en la grande obra de Dios.
La impotencia y la fe
Cuando vemos que la sociedad vive cada vez más descristianizada, nos lamentamos y vemos lo poco que podemos hacer. Ese sentimiento de impotencia es natural. Sin embargo, los mecanismos del Reino de los Cielos funcionan de manera diferente. ¿Por qué? Porque el verdadero actor es Dios, y como Él es Todopoderoso puede hacer que cambie hasta lo más difícil.
Al contemplar la vida de los santos, como la de S. Francisco de Asís, vemos cómo se realiza una gran obra a través de ese «pequeño instrumento». Esto es lo que Jesús quiere decirnos: «no te preocupes si sólo eres una semilla diminuta. Siémbrate en mi Corazón y verás hasta dónde puedes».
La fuerza de la Iglesia
Así lo hicieron un grupo de gente sencilla que siguió a Jesús: sus apóstoles. ¿Quién les iba a decir que después de dos mil años la Iglesia estaría presente en tantos lugares y atendería las necesidades materiales y espirituales de millones de personas? Esto se debe a que la fuerza de la Iglesia no está en lo que pueda hacer cada uno por su cuenta, sino en el poder de Dios con las personas que se entregan a fondo.
El secreto de la transformación
El secreto consiste en cambiar el propio corazón por el de Jesús, pareciéndonos a Él en todo lo posible. Así se transforma también nuestra familia y las personas de nuestro entorno. Y entre todos, impulsados por Cristo, podemos traer a este mundo la civilización del amor.
Propósito
- Sembrar amor al escribir un correo electrónico o una nota a quien se ha alejado de Cristo.
- Recordar que, aunque podemos sentirnos pequeños e irrelevantes, Dios puede hacer que nuestros esfuerzos sean grandes y poderosos.