La virginidad perpetua de María
Todo católico debería estar en capacidad de poder defender aquello en lo que cree, pero para poder defender tu fe tienes que conocerla, para ello debe introducirse en el conocimiento de su fe por medio de la Sagrada Escritura, la Tradición Apostólica y el Magisterio de la Iglesia.
TEMA 38 – El Dogma de la Virginidad Perpetua de María
Autor: Anwar Tapias Lakatt | Fuente: Curso de Apologética
El tema de María ha dividido a católicos y protestantes. Uno de esos puntos de diferencia es la virginidad perpetua de María. Según la Iglesia Católica, María sólo tuvo a Jesús, pero los protestantes argumentan con la Biblia que María sí tuvo más hijos. Esta discusión es realmente moderna, pues los reformadores protestantes del siglo XVI, lejos de colocarle más hijos a María, siempre afirmaron que su único fue Jesús.
En uno de los foros católicos en internet, debatiendo sobre este tema y analizando por qué los protestantes modernos niegan algo que fue defendido unánimemente por los reformadores al respecto de la Virginidad de María encontramos los siguientes argumentos por parte de un forista protestante:
Muchos creían de esta forma y así demostrando el resultado de los errores de la edad media. Parece ser que esto es una piedra de tropiezo para los católicos romanos. Pero una manera de entender la reforma es como proceso, no como dogma escrito en piedra. Mientras la reforma busca acercarse mas a las escrituras, los errores van disminuyendo. Los herederos de la reforma nos hemos alejado de estos errores por que la Biblia no los ensena. Los reformadores no son los papas del protestantismo.
Este forista se da cuenta de la piedra de tropiezo que genera su respuesta, reconociendo que si Dios había escogido unos hombres para que 1500 años después de fundada la Iglesia, vinieran a restaurarlas de errores, partieran de la base de algunos de ellos y otras correcciones. Quiere decir que Dios los «iluminó” para corregir algunas desviaciones pero para otras dejó que el mismo tiempo las fuera corrigiendo. Rara manera de actuar de Dios.
¿Dice la Biblia que María tuvo más hijos o más bien dice que Jesús tuvo mas hermanos? Según los protestantes es lo mismo pero objetivamente no es lo mismo, ya que por ejemplo podrían ser hijos de José de un matrimonio anterior, y no de María.
¿ESTABA EN LOS PLANES DE DIOS LA VIRGINIDAD PERPETUA DE MARIA?
Esta es una pregunta inicial que nos lleva a escudriñar, gracias al Espíritu Santo, los designios insondables de Dios;porque si Dios no tenía poder para darle su Hijo a una mujer que consagrara su vientre sólo para esa misión, y que después de hacerlo, tuviera que volver a ser una mujer más, los católicos nos estamos esforzando en vano, en querer forzar una enseñanza que no está en los planes de Dios. Si por el contrario, Dios decretó desde antes de la Creación del Mundo, que la madre de su Unigénito fuera reservada sólo para encarnar a Cristo, los católicos debemos soportar bíblicamente ese designio y poder llevar el mensaje a aquellos que lo ignoran o no lo comprenden.
Prefiguraciones bíblicas donde Dios separa sólo para él.
En la Biblia encontramos distintos elementos que Dios reserva sólo para sí. Por ejemplo: los primogénitos (Ex 13, 2), el oro y la plata (Ag 2, 8), Israel (Is 43, 1) entre otros. Así mismo, la Biblia no es ajena a mostrar que Dios escogiera personas sólo para él:
Los levitas. Cuando el pueblo estaba por el desierto Yahvé le reveló a Moisés un decreto para el ejercicio del culto sagrado. Dios había escogido de entre las tribus de Israel, a la tribu de Leví, para que se encargara del servicio religioso bajo las órdenes de Aarón. Leemos:
«Darás los levitas a Aarón y a sus hijos en concepto de «donados”: son tomados de entre los hijos de Israel y le son donados.” Yahvé dijo a Moisés: He elegido a los levitas de entre los demás hijos de Israel, en lugar de todos los primogénitos, de los que abren el seno materno.: Los levitas pues, serán para mí.” (Num 3, 9.11-12)
En esta cita, Dios decreta que sean los levitas, la tribu escogida para ejercer el servicio religioso. Esta tribu será donada o entregada a Aarón, y este mandato será eterno. Nunca los levitas dejarán de ser «donados”. Es la función que el mismo Señor les escogió, y la cumplirán por amor a su voluntad.
Esta entrega de los levitas se da a cambio de todos los primogénitos en Israel. Ellos reemplazan la ofrenda de los primogénitos, y vienen a constituirse en ofrenda única para Dios.
«De este modo los separarás de los hijos de Israel, paraque sean míos. Desde ese momento cuidarán del servicio en la Tienda de las Citas. Los purificarás y los presentarás como se presenta una ofrenda mecida. Porque me son consagrados: ellos son la parte de Israel que me ha sido dada a cambio de todos los primogénitos” (Num 8, 14-15)
Tratar de entender el por qué Dios escogió a esta tribu y porque los toma como parte única para Él, es algo misterioso. De igual modo se puede entender el que Dios escogiera a María de Nazareth, para que fuera la madre de su Unigénito. Y así como los levitas eran sólo para Dios; si sólo ellos podían dedicarse al servicio al culto y más nada; mucho más esta mujer, privilegiada desde antes de la Creación, podía entregar su vida para cumplir la misión más importante que Dios haya podido dar a un ser humano.
Virginidad antes del Nuevo Testamento
No pretendo hacer una apología de la Virginidad en el Antiguo Testamento, pues dentro de la cultura judía es muy loable el ser fecundo y tener prole. Así queda expresado por el mismo mandato de Dios, y al respecto coloco unas palabras de Juan Pablo II:
A algunos, las palabras e intenciones de María les parecen inverosímiles, teniendo presente que en el ambiente judío la virginidad no se consideraba un valor real ni ideal. Los mismos escritos del Antiguo Testamento lo confirman en varios episodios y expresiones conocidos. El libro de los Jueces refiere, por ejemplo, que la hija de Jefté, teniendo que afrontar la muerte siendo aún joven núbil, llora su virginidad, es decir, se lamenta de no haber podido casarse (cf. Jc 11,38). Además, en virtud del mandato divino «Sed fecundos y multiplicaos» (Gn 1,28), el matrimonio es considerado la vocación natural de la mujer, que conlleva las alegrías y los sufrimientos propios de la maternidad[1].
Esto no lo desconocemos, y por lo mismo lo mostramos claramente. Fue la línea principal del Antiguo Testamento, aun cuando hay pasajes que expresan votos de virginidad[2]
Sin embargo, dentro del mismo ambiente de Oriente Medio, se empieza poco a poco a tomar conciencia del valor de la Virginidad; de este modo vemos como grupos como los Esenios caminan en esta dirección espiritual dándole un nuevo valor a la Virginidad. Esta influencia que marcó en San Juan Bautista también pudo influenciar en María, mostrando que no se puede mirar la acción de María aislada del plan de Dios.
Para comprender mejor el contexto en que madura la decisión de María, es preciso tener presente que, en el tiempo que precede inmediatamente el inicio de la era cristiana, en algunos ambientes judíos se comienza a manifestar una orientación positiva hacia la virginidad. Por ejemplo, los esenios, de los que se han encontrado numerosos e importantes testimonios históricos en Qumrán, vivían en el celibato o limitaban el uso del matrimonio, a causa de la vida común y para buscar una mayor intimidad con Dios.
Además, en Egipto existía una comunidad de mujeres, que, siguiendo la espiritualidad esenia, vivían en continencia. Esas mujeres, las Terapeutas, pertenecientes a una secta descrita por Filón de Alejandría (cf. De vita contemplativa, 21-90), se dedicaban a la contemplación y buscaban la sabiduría.
Tal vez María no conoció esos grupos religiosos judíos que seguían el ideal del celibato y de la virginidad. Pero el hecho de que Juan Bautista viviera probablemente una vida de celibato, y que la comunidad de sus discípulos la tuviera en gran estima, podría dar a entender que también el propósito de virginidad de María entraba en ese nuevo contexto cultural y religioso.[3]
La misión más importante duró toda su vida

Cuando desenfocamos el misterio de la Encarnación de Cristo de su naturaleza, tendemos a subvalorar el papel de María como madre terrena de Jesús, y podemos caer en la creencia de verla como un utensilio más para el plan de Dios, como lo pudo ser el altar, la zarza, el bastón de Moisés, etc.[4]
Creo importante para el lector, poder colocar en contexto a Pablo y a María con el hecho de haber encontrado a Cristo. Pablo expresa:
«Y ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo (Fil 3, 8)
¿En qué momento María inicia su conocimiento de Cristo?
Como todo israelita, María sabía de la llegada de un Mesías que libertaría a Israel de la opresión. En numerosos pasajes encontramos alusiones a esta promesa (Gen 49, 10-11); (Is 9, 5); (Mi 5, 1). Pero cuando el ángel le anuncia la misión encomendada por Dios, ¿qué pudo pensar esta niña judía?
Podríamos detenernos a analizar si María pudiera considerar que después de haber tenido al Hijo de Dios, su vida siguiera como si nada y continuara con un plan de vida normal. ¿Quién de nosotros actuaría así? Hay un texto muy diciente en la carta a los Efesios:
Lo que somos es obra de Dios: hemos sido creados en Cristo Jesús con miras a las buenas obras que Dios dispuso para que nos ocupáramos de ellas” (Ef 2, 10)
Podemos ver entonces que Dios dispuso que María fuera la madre del Verbo y la trajo al mundo para que se ocupara de esa tarea:
«Concebirás en tu seno y darás a luz un hijo al que pondrás por nombre Jesús(Lc 1, 31)
¿María sólo fue escogida para una misión de nueve meses? Los versos siguientes al 31 donde el ángel narra la vida pública de Jesús a María nos demuestra que no; adicionalmente este otro verso nos demuestra que la misión encomendada por Dios a María continuó después de doce años:
«Jesús entonces regresó con ellos, llegando a Nazareth. Posteriormente siguió obedeciéndoles. Su madre por su parte guardaba todas estas cosas en su corazón” (Lc 2, 51)
Es inconcebible pensar que María, después de ver la grandeza de Dios, después de llevar por nueve meses en su vientre al mismo Dios Jesucristo, pensara en algún momento engendrar otro hijo. Ya con la misión encomendada era más que suficiente; ya con el hecho de ser la escogida era razón suficiente para que haya querido consagrar su alma y cuerpo solo a Dios.Y ejemplos tenemos todos los que queramos en la Biblia: David, Salomón, Elías, Pedro, Pablo, después de recibir el llamado al servicio se dedicaron por completo a esa misión, y en el caso de María su misión fue ser la madre de Dios Hijo. Es necesario utilizar e sentido común para poniéndonos nosotros en el lugar de María, nos preguntemos si después de una misión así quisiéramos algo más.
En el Nuevo Testamento, San Pablo en su primera carta a los Corintios, nos muestra el compromiso de la Virginidad, no como una simple abstinencia de sexo, sino como una puerta a la comunión íntima con Dios:
«De igual manera la mujer soltera y la joven sin casar se preocupan del servicio del Señor y de ser santas en su cuerpo y en su espíritu” (1 Cor 7, 34a)
Esta visión de la virginidad en el Nuevo Testamento es muy posterior a María Santísima. Ella sin haber leído a Pablo, se dejó guiar por el Espíritu Santo para querer ser santa en cuerpo y espíritu.
Video segunda parte tema 38
Continuación: La virginidad perpétua de María
Tomado del libro El Silencio de María, del Padre Ignacio Larrañaga
La llamamos La Virgen. La virginidad es en sí misma silencio y soledad. Si bien la virginidad hace también referencia a los aspectos biológicos y afectivos, sin embargo, el misterio de la virginidad encierra contornos mucho más amplios. En primer lugar la virginidad es, fisiológica y psicológicamente, silencio. El corazón de un virgen es esencialmente un corazón solitario. Las emociones humanas de orden afectivo-sexual que de por sí son clamorosas, quedan en completo silencio en un corazón virgen, todo queda en calma, en paz, como una llama apagada. Ni reprimida ni suprimida, sino controlad. La virginidad tiene hundidas sus raíces en el misterio de la pobreza. Posiblemente es el aspecto más radical de la pobreza. Yo no entiendo esa contradicción que se da en nuestros tiempos posconciliares en los medios eclesiásticos: la tendencia a exaltar la pobreza y la tendencia a subestimar la virginidad. ¿No será que no se entiende bien ni lo uno ni lo otro? ¿No será que ciertos eclesiásticos quieren bogar sobre la espuma de la moda exaltando «lo pobre» en la línea marxista y rechazando «lo virgen» en la línea freudiana? Sin embargo, el misterio profundo, tanto de la pobreza como de la virginidad, se desarrolla en una latitud ¡tan distante de Marx y de Freud…! en el misterio final de Dios. Soledad, silencio, pobreza, virginidad —conceptos tan condicionales y entrecruzados— no son ni tienen en sí mismos valor alguno; son vacíos y carecen de valor. Sólo un contenido les da sentido y valor: Dios. Virginidad significa pleno consentimiento al pleno dominio de Dios, a la plena y exclusiva presencia del Señor. Dios mismo es el misterio final y la explicación total de la virginidad.
Es evidente que la constitución psicológica del hombre y de la mujer exige mutua complementariedad. Cuando el Dios vivo y verdadero ocupa, viva y completamente, un corazón virgen, no existen necesidades complementarias, porque el corazón está ocupado y «realizado» completamente. Pero cuando Dios, de hecho, no ocupa completamente un corazón consagrado, entonces sí nace inmediatamente la necesidad de complementariedad. Los freudianos están radicalmente incapacitados para entender el misterio de la virginidad, porque siempre parten de un presupuesto materialista y por tanto ateo. No tienen autoridad, les falta la «base» de experimentación y por consiguiente «rigor científico» para entender una «realidad» (virginidad «en» Dios) que es esencial-mente inaccesible e incluso inexistente para ellos. La virginidad sin Dios —sin un Dios vivo y verdadero— es un absurdo humano, desde cualquier punto de vista. La castidad sin Dios es siempre represión y fuente de neurosis. Más claro: si Dios no está vivo en un corazón consagrado, ningún ser normal en este mundo puede ser virgen ni casto, al menos en el sentido radical de estos conceptos. Sólo Dios es capaz de despertar armonías inmortales en el corazón solitario y silencioso de un virgen. Y de esta manera Dios, siempre prodigioso, origina el misterio de la libertad. El corazón de un verdadero virgen es esencialmente libertad. Un corazón consagrado a Dios, en virginidad —y habitado de verdad por su presencia—, nunca va a permitir, no «puede» permitir que su corazón , quede dependiente de nadie. Ese corazón virgen puede y deber amar profundamente, pero siempre permanece señor de sí mismo. Y eso porque su amor es fundamentalmente un amor oblativo y difusivo. El afecto meramente humano, por esconder diferentes y camufladas dosis de egoísmo, tiende a ser exclusivo y posesivo. Es difícil, casi imposible, amar a todos cuando se ama a una sola persona. El amor virginal tiende a ser oblativo y universal. Sólo desde la plataforma de Dios se pueden desplegar las grandes energías ofrendadas al Señor, hacia todos los hermanos. Si un virgen no abre sus capacidades afectivas al servicio de todos, estaríamos ante una vivencia frustrada y por consiguiente falsa de la virginidad. De ahí sucede que la virginidad sea libertad. Un corazón virgen no «puede» permitir que nadie domine o absorba ese corazón, aun cuando ame y sea amado profundamente. Dios es libertad en él. Posiblemente, el signo inequívoco de la virginidad esté en esto: no crea dependencias ni queda dependiente de nadie. El que es libre —virgen— siempre liberta, amando y siendo amado. Es Dios el que realiza este equilibrio. Así fue Jesús. Si Dios es el misterio y la explicación de la virginidad, podríamos concluir que, cuanta más virginidad, más plenitud de Dios y más capacidad de amar. María es plena de gracia porque es plenamente virgen. De modo que la virginidad es, además de libertad, plenitud. María es una profunda soledad —virginidad— poblada completamente por su Señor Dios. Dios la colma y la calma. El Señor habita en ella plenamente. Dios la puebla completamente. Esa figura humana que aparece en los evangelios, tan plena de madurez y paz, atenta y servicial para con los demás, es el fruto de una virginidad vivida a la perfección. Una escena íntima La escena de la anunciación (Lc 1,26-38) constituye un relato de oro. La intimidad impregna, como rocío, las personas y los movimientos. De la misma manera que al principio del mundo el espíritu de Dios aleteaba sobre la informe masa cósmica (Gén 1,2), así en esta escena la presencia de Dios palpita, como si presintiéramos la inminencia de un acontecimiento decisivo para la historia del mundo. Gechter manifiesta que en la escena de la anunciación se respira un inimitable y atrayente aroma de intimidad. Para poder captar el «aliento» de la escena, es preciso detener el aliento y tomar una actitud contemplativa, en atenta quietud. William Ramsay dice que el relato pierde su encanto cuando es recitado en voz alta: «Parece ser una de esas narraciones que pierden su encanto cuando son recitadas en público.» Tenemos la impresión de que la escena está presidida por el ángel. María está en silencio. Como de costumbre, la sentimos en un lejano segundo plano, allá en el rincón de la escena. La joven observa, reflexiona y calla.
No es un silencio patético. Es la actitud simple de la «esclava que está mirando a las manos de su dueña» (Sal 122), atenta y obediente. El ángel habla todo. María sólo una pregunta y una declaración.
Unas palabras resplandecientes brillaron como espadas (Lc 1,28). Nunca en el mundo una persona había oído semejante salutación. ¿Qué fue? ¿Una visión óptica? ¿Una presencia interior? ¿Alocución fonética, quizá silenciosa? Fuera lo que fuese, la joven fue declarada por el cielo como Privilegiada, Encantadora, Amada más que todas las mujeres de la tierra. María «se turbó» (Lc 1,29). ¿Qué significa esa turbación? ¿Quedó la Madre emocionalmente quebrada? ¿Se asustó ante la visión, la alocución o lo que fuese? ¿Fue presa de los nervios por el conjunto ambiental, por el tratamiento solemne que se le dio? Fue mucho más profundo que todo eso. Cuando una persona sufre una turbación, su mente queda ofuscada, se siente incapaz de coordinar ideas. Y en cambio Lucas constata que la Madre, turbada y todo, se puso tranquilamente a pensar cuál sería el significado de aquellas palabras. ¿En qué consistió, entonces, la turbación de María? Los vocablos equivalentes a turbación serían perplejidad, confusión. La situación interior de María era como la de aquella persona que se siente ruborizada por un trata-miento del que se siente indigna, al medir la desproporción entre el concepto que tenía María de sí misma (Lc 1,48) y la majestad de las altísimas expresiones con las que se la calificaba. Una vez más, desde esta escena emerge una criatura llena de humildad, raíz última de su grandeza. Las expresiones, aparentemente imperativas, del ángel, se prestan a equívocos. Se le dice «concebirás», «le pondrás por nombre», etc. Sin embargo, en su contexto no era imposición sino proposición; es decir, un encargo que, para su realización, necesitaba del consentimiento de María. Una vez que María da el consentimiento, se somete a una silenciosa pasividad. Y en una actitud de abandono se somete al proceso del misterio. El Espíritu Santo ocupa, como una sombra, su persona. «En» ella se opera el misterio total: el fruto germina «en» ella, crece «en» ella, se desprende de ella —nacimiento—, se le pone el nombre que se le había señalado. Todo es silencio. Aparentemente, todo es pasividad. En realidad, es fidelidad. María «es» la afirmación incondicional y universal de la voluntad del Padre. Como sierva, ella no tiene voluntad ni derechos; los tiene, su Señor. A él le corresponde tomar las iniciativas. Y a ella, ejecutarlas, con fidelidad, simplemente y sin dramatismos. Esta pasividad se presta también a equívocos. Es la pasividad bíblica, revolucionaria y transformante. La savia, si quiere transformarse en un esbelto árbol, tiene que someterse a la pasividad. Si queremos que un pedazo de pan se transforme en vida, una vida inmortal, tendrá que someterse a la pasividad y permitir ser atacado —y hasta destruido— por los dientes, y por la saliva, y por los jugos gástricos, y por los intestinos, y por el hígado… hasta que un puñado de aminoácidos se transforme en mi vida, una vida inmortal. Nunca se comprenderá suficientemente que es mucho más fácil conquistar que ser conquistado. Nunca se comprenderá suficientemente que el «heme aquí» de todos los hombres y mujeres de Dios en la Biblia, es el secreto final de toda grandeza espiritual y humana y de toda fecundidad. Cuando el ángel se retiró (Lc 1,38) se hizo un gran silencio. ¿Qué sintió María en ese momento? ¿Quedó deslumbrada? ¿Quizá abatida bajo el peso de aquel misterio? En todo aquel conjunto de aparición, ángel, palabras, encargos… en la cima de la apoteosis, ¿qué sintió María? ¿Vértigo? ¿Susto? ¿Sorpresa? ¿Alegría? Si tenemos presente el comportamiento normal de María y su espiritualidad de pobre de Dios, podemos deducir la reacción que habría tenido Kíaría ante aquel resplandor: «aquí estoy»; «¿qué queréis de mí?»; « ¡de acuerdo, Padre mío!» Pero, a pesar de esta humilde disposición, el ángel vio que depositaba un peso casi insoportable sobre los hombros de aquella muchacha. Aunque inmaculada y privilegiada, no dejaba de ser una criatura, sometida como nosotros a reacciones psicológicas como las del temor, confusión…
En la medida en que fueran transcurriendo los días y fuera esfumándose la frescura de las impresiones y comenzaran a sentirse los primeros síntomas del embarazo, la joven gestante podría sentirse un día, en medio de una completa soledad y silencio, como víctima de una alucinación, y podría desmoronarse su entereza ante los embates del desconcierto y encontrarse navegando entre luces pasadas y sombras presentes. Si llegaba a darse esa situación, ¿adonde podría agarrarse la pobre criatura? El ángel le ofreció un hecho paralelo con el que podría confrontar su propio caso. Mira a tu pariente Isabel, le dijo el ángel. Era estéril. Ahora, sin embargo, ya está grávida en su sexto mes, todos dicen «floreció la estéril», porque para Dios nada hay imposible. Tú misma puedes verificar si todo eso es verdad. Y esa verificación servirá para prueba de que todo lo que acabo de anunciarte es y será realidad. ¿Fue eso? ¿Un asidero para no naufragar en el mar de la soledad? ¿Un «signo» para asegurar su fe? Así parece ser por el contexto de la anunciación. Fue una delicadeza «humanitaria». A pesar de la fortaleza espiritual de María, siempre existe un margen de fragilidad psicológica para los seres humanos. Y Dios ¡es tan comprensivo! …
Pero, a partir de lo que sabemos de María a lo largo de su vida, yo diría que la envergadura de la fe de María era tal que la Madre no necesitaba ni apoyos ni comprobaciones. Bastaba que se le hubiera dicho «para Dios nada es imposible» (Lc 1,37). La pobre de Dios no pregunta, no cuestiona, no duda, no se queja. Se entrega. Sobran explicaciones y comprobaciones.
El varón justo
Comprendemos y admiramos que María guardara silenciosamente su secreto. Pero ¿por qué no se lo contó a José? El hecho de concebir del Espíritu Santo y sus consecuencias interesaban directamente a José. A partir de los esponsales, José era «su señor»; en conceptos jurídicos María pertenecía a José. ¿Por qué no se lo dijo? Ciertamente esto resulta extraño. Los hechos sucedieron así: un buen día llegó a oídos de José, no sabemos cómo, la noticia, quizá la sospecha, de que María estaba grávida. José, no queriendo armar un escándalo público en contra de Maríju decidió extenderle secretamente el acta de divorcio. Cuando comenzaba a hacer los trámites para este expediente (Mt 1,18-25), Dios descorrió el velo del misterio. En el trasfondo de estos hechos se vislumbran, semi- velados, algunos aspectos que ennoblecen a María y tam-bién a José. Para ponderar la reacción de José y su comportamiento en esta escena, tenemos que tener presentes ciertos elementos de la psicología común. Ante la opinión pública, una de las mayores humillaciones para un esposo en la vida social es el hecho o el rumor de que su esposa le es infiel. En tal circunstancia, la reacción normal del varón acostumbra a ser siempre violenta. En seguida brillan las pistolas y dagas. Es, dicen, la manera de limpiar el honor. Si esto ha sido siempre así, podemos imaginar qué sería en la sociedad patriarcal en la que vivía José. Basta abrir el Levítico. Ya sabemos lo que les esperaba a las adúlteras: divorcio automático, gran escándalo y una lluvia de piedras. ¿Por qué José no reaccionó así? En el fondo de este hecho se vislumbran deducciones muy interesantes. En el contexto de Mateo sentimos a José como perplejo, como no queriendo creer en lo que le dicen o en lo que está viendo. Eso nos permite deducir la siguiente situación. Pienso que el hecho de ser María inmaculada y llena •de gracia, debió reflejarse en su semblante, sobre todo en sus reacciones y comportamiento general. María debió tener, desde pequeña, un no sé qué todo especial. Aquella joven evocaría un algo divino, envolviéndose su figura y personalidad en un aura misteriosa, al menos para un observador sensible. A partir de la reacción de José podemos seguir presuponiendo que, antes de los acontecimientos que esta-mos analizando, éste debió sentir por María algo así como admiración, quizá veneración. Mateo presenta a José como «justo», es decir, sensible para las cosas de Dios. José, pues, con esa sensibilidad debió ver en María algo más y otra cosa que una muchacha atractiva; debió apreciar en ella un algo especial, algo diferente, un misterio. Así nos explicamos la reacción de José. Parece que no se puede creer: confronta la «noticia» con la idea que él tiene de ella, queda perplejo y parece decir: no puede ser. Era imposible que aquella criatura angelical, que él conocía perfectamente, tuviera semejante traspié. Pero, por otra parte, las evidencias estaban a la vista. ¿Qué sería? ¿Qué hacer?
Debió ser tan alta su estima por María, que decidió no dar rienda suelta a la típica violencia del varón burlado, sino sufrir en silencio él mismo toda aquella situación, eventualmente ausentándose de Nazaret con tal que María no fuera maltratada por la opinión pública. Todo esto está significando cuán grande debió ser la veneración que José sentía por María y cuán «venerable» debió ser María desde pequeña. Al mismo tiempo, esta reacción nos da de un golpe un retrato integral de José: sensible a las cosas de Dios, preocupado más de los demás que de sí mismo, capaz de comprender y perdonar, capaz de tener control de sí mismo para no dejarse llevar por una decisión precipitada, capaz de esperar y de sufrir él mismo, en lugar de que sufran los demás, capaz de amar oblativamente.
A pesar de lo dicho sigue en pie la pregunta: ¿por qué María no comunicó a José una noticia que le concernía directamente? María tenía que entender obviamente que, tarde o temprano, José tenía qué enterarse y que, cuanto más tarde, era peor para ella. ¿Por qué se calló? ¿Pensó María que José no sería capaz de comprender tan alto misterio —en realidad nadie sería capaz— y que sería mejor quedar en silencio? ¿Calculó María que José no habría de creer en la explicación objetiva del hecho? El caso de verdad era tan inaudito que a cualquiera se le ocurriría pensar que María, con su explicación, estaba dando una excusa infantil para ocultar un mal paso. ¿Sería eso? ¿Un silencio calculado? No fue táctica. Según lo que yo intuyo se trató de un sigilo reverente ante la presencia de un enorme misterio. Por aquí anda la explicación definitiva de ese desconcertante silencio. María quedó abismada y profundamente conmovida por el misterio de la Encarnación. Como sabemos, ella era una joven inteligente y reflexiva. Midió exactamente la importancia y trascendencia del doble prodigio: Madre de Dios y maternidad virginal. Y ella, que era tan humilde y se tenía por tan «poca cosa» (Lc 1,48), se sintió fuertemente sensibilizada, entre emocionada, agradecida y confundida, considerándose indigna de todo aquello. Y tomó conciencia de que el mejor homenaje, la mejor manera de agradecer y ser fiel a tanta gratitud, era reverenciar todo aquel misterio con un silencio total. Era tan único y sagrado todo aquello, que le pareció una profanación el comunicarlo a un ser humano, aunque se tratara del mismísimo José. Y así, con tal de no revelar el secreto más sagrado de la historia y, con su silencio, ser fiel a Dios, María estaba dispuesta a sufrir cualquier consecuencia: la maledicencia popular, y el acta de divorcio, y las piedras, y las llamas, y la marginación social, y la soledad humana. Cualquier cosa. Total, todo lo de Dios era tan grande y lo humano era tan pequeño… ¡Dios era de tal manera Premio-Herencia-Regalo-Riqueza! Y ella había sido tratada con tanta predilección que todo lo demás no valía nada. Y la Madre quedó en silencio, despreocupada, tranquila. ¡Dios es grande! Y el Señor, emocionado por la fidelidad silenciosa de su Hija, vino en su auxilio. Con una intervención fuera de serie, Dios la había metido en un callejón sin salida. El único que podría sacarla