¿María murió o fue asunta al cielo en vida?
Ésta pregunta se hace con frecuencia, si murió o no, se habla que se quedó dormida y Dios la llevó a los cielos, pero surgen un par de dudas:
Es necesario morir para resucitar? Entonces tuvo que morir
La paga del pecado es la muerte, por tanto si María no tuvo pecado, entonces murió?
Trataremos de caminar por éstos aspectos para entender y sacar nuestras mejores conclusiones.
El dogma acerca de la asunción de nuestra Madre María, se establece en 1950, en la constitución apostólica Munificentissimus Deus (“Benevolísimo Dios”), del Papa Pío XII, siendo por cierto, el último dogma mariano en decretarse y se celebra el 15 de agosto. El papa aseguró que “la Inmaculada Madre de Dios, siempre Virgen María, cumplido el curso de su vida terrena, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celeste”.
Es interesante que el Papa Pío XII no dice que murió, pero tampoco dice que no murió, o sea que no quiso dejar como verdad de fe ni una ni la otra, para el pueblo cristiano.
Que dice el catecismo de la Iglesia? En el numeral 966 dice:
966 «Finalmente, la Virgen Inmaculada, preservada inmune de toda mancha de pecado original, terminado el curso de su vida en la tierra, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria del cielo y enaltecida por Dios como Reina del universo, para ser conformada más plenamente a su Hijo, Señor de los señores y vencedor del pecado y de la muerte» (LG 59; cf. Pío XII, Const. apo. Munificentissimus Deus, 1 noviembre 1950: DS 3903). La Asunción de la Santísima Virgen constituye una participación singular en la Resurrección de su Hijo y una anticipación de la resurrección de los demás cristianos:
«En el parto te conservaste Virgen, en tu tránsito no desamparaste al mundo, oh Madre de Dios. Alcanzaste la fuente de la Vida porque concebiste al Dios viviente, y con tu intercesión salvas de la muerte nuestras almas (Tropario en el día de la Dormición de la Bienaventurada Virgen María).
Es interesante que se haga alusión al Tropario , o sea a un himno litúrgico de la fiesta del día en la liturgia bizantina. Cuando se habla en este texto de la dormición, es que María tuvo un tránsito de esta vida a la vida eterna, sin que llegase a separar el cuerpo del alma. Lo cierto es que no está definido, si en María se produjo esa separación del alma y del cuerpo. Por eso hay que decir con «delicadeza», sin meternos es estos temas –porque eso queda para la discusión de los teólogos-, utilizadnos el termino dormición. Este término lo podemos aplicar indistintamente a la muerte, a ese paso de esta vida a la eterna sin que se haya llegado a la separación del cuerpo y el alma de María.
“Cristo, con su muerte venció el pecado y la muerte”, dice el papa Pío XII en la constitución Munificentissimus Deus. Lo cual demuestra que “Cristo ha sido regenerado sobrenaturalmente con el bautismo”. Por otro lado “Dios no quiere conceder a los justos el pleno efecto de esta victoria sobre la muerte sino hasta el fin de los tiempos”. Por ello los cuerpos de los justos se descomponen y solo el último día se reunirá cada uno con la propia alma gloriosa. Dios, sin embargo, eximió a la Virgen María de esta ley. “Ella por privilegio de todo singular ha vencido el pecado con su inmaculada concepción, pero no fue sujeta a la ley de reposar en la corrupción del sepulcro ni tuvo que esperar la rendición de su cuerpo hasta el fin del mundo”, dijo Pio XII.
Pero ¿qué es resucitar? No es volver de nuevo a esta vida terrenal. La muerte es la consecuencia del pecado. Alma y cuerpo se separan y el cuerpo cae en la corrupción, mientras que su alma va al encuentro con Dios, en espera de reunirse con su cuerpo glorificado.
Todas las personas resucitarán: “No se admiren de esto, porque va a llegar la hora en que todos los muertos oirán su voz y saldrán de las tumbas. Los que hicieron el bien, resucitarán para tener vida; pero los que hicieron el mal, resucitarán para ser condenados”. (Jn 5, 28-29). Cristo resucitó con su propio cuerpo (cuerpo glorificado): “Vean mis manos y mis pies: ¡soy yo mismo! Tóquenme y miren: un espíritu no tiene carne ni huesos, como ven que yo tengo.” (Lc 24,39). María, por privilegio especial como favor de Dios, en virtud de ser la Madre del Hijo de Dios y haber sido concebida sin pecado, al ser asunta al cielo goza de los beneficios de la resurrección y entra en el cielo ya con su cuerpo glorioso. Lo que obtendremos nosotros si algún día nosotros también alcanzamos la salvación.
Quiero dejar también algunos escritos de los padres de la Iglesia:
San Juan Damasceno, en el siglo VII: «convenía que aquella que en el parto había conservado íntegra su virginidad, conservase sin ninguna corrupción su cuerpo después de la muerte; convenía que aquella que había llevado en su seno al Creador, hecho niño, habitara en la morada celeste; convenía que la Esposa de Dios entrara en la casa celestial; convenía que aquella que había visto a su Hijo en la Cruz, recibiendo así en su corazón el dolor de que había estado libre en el parto, lo contemplase sentado a la diestra del Padre; convenía que la Madre de Dios poseyera lo que corresponde a su hijo y que fuera honrada como Madre y esclava de Dios por todas las criaturas ( Homilía en la dormición de la Virgen: PG 96,742).
San Germán de Costantinopla, del siglo VII: «Así como un hijo busca y desea estar con la propia madre, y la madre ansía vivir con el hijo, así fue justo también que Tú, que amabas con un corazón materno a tu Hijo y Dios, volvieses a Él. Y fue también muy conveniente que Dios, que te amaba como Madre suya, te hiciere partícipe de la comunidad de vida con Él mismo. De esta forma, Tú, habiendo sufrido la pérdida de la vida, propia de las cosas caducas, has emigrado a las moradas que durarán por los siglos, allí donde mora Dios, junto al que Tú vives, oh Madre de Dios, sin separarte de su compañía» ( Homilia in Dormitionem B.V. Mariae).
Recogiendo la doctrina de sus predecesores, Juan Duns Scoto, en el siglo XIV, podía afirmar: «Convenía, Dios podía hacerlo, luego lo hizo» (In III sententiarum, dist. III, q.1; cfr. DZ. 2331).
Hermanos, podemos llenar de palabras y razonamientos, que no harían más que redundar en lo expuesto quiero concluir así:
Para los católicos la muerte es solo el paso de esta vida temporal a la continuación en la vida eterna. Y, como dice el prefacio I para los difuntos del Misal Romano: “para los que creen en ti Señor la vida solo se transforma, no se acaba y disuelta nuestra morada terrenal se nos prepara una mansión eterna en el cielo”.
Los católicos creemos que al final de los tiempos resucitaremos todos. Creemos que del mismo modo que Cristo ha resucitado de entre los muertos, y vive para siempre, de la misma manera los justos vivirán para siempre con Cristo resucitado y que Él los resucitará en el último día: “Y esta es la voluntad del que me ha enviado; que no pierda nada de lo que él me ha dado, sino que lo resucite el último día. Porque esta es la voluntad de mi Padre: que todo el que vea al Hijo y crea en él, tenga vida eterna y que yo le resucite el último día” (Jn 6, 39-40).
“¡Y Dios no es un Dios de muertos, sino de vivos!” (Mc 12,27). Jesús une la fe en la resurrección a la fe en su propia persona: “Jesús le dijo entonces: Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá; y todo aquel que está vivo y cree en mí no morirá para siempre. ¿Crees esto?” (Jn 11,25).