Don de la Fortaleza
El tema se titula el don de la fortaleza. El don de fortaleza es un espíritu divino, un hábito sobrenatural que fortalece al cristiano, por obra del Espíritu Santo, pueda ejercitar sus virtudes heroicamente y logre así superar con invencible confianza todas las adversidades de este tiempo de prueba y de lucha, que es su vida en la tierra.
Cuando el Espíritu Santo activa en los fieles el don, el espíritu de la fortaleza, se ven éstos asistidos por la fuerza misma del Omnipotente, y superan con facilidad y seguridad toda clase de pruebas, sean internas o externas. Es entonces cuando los cristianos prestan con toda naturalidad servicios que exigen una abnegación heroica, y cuando soportan sin queja alguna la soledad, el desprecio, la marginación y toda clase de adversidades, ordinarias o extraordinarias. Todo lo aguantan con serenidad y paciencia, sin vacilaciones, con buen ánimo, sin alardes, con toda confianza y sencillez, es decir, con una facilidad sobrehumana. Y digo sobrehumana porque ya no es sólo la virtud de la fortaleza quien actúa en ellos, sino el don del Espíritu Santo.
El catecismo de la iglesia católica nos dice lo siguiente en el numeral 1837 La fortaleza asegura, en las dificultades, la firmeza y la constancia en la práctica del bien.
En las sagradas escrituras nos dicen lo siguiente:
«10. Por lo demás, fortaleceos en el Señor y en la fuerza de su poder. 11.Revestíos de las armas de Dios para poder resistir a las acechanzas del Diablo.»
Efesios 6, 10-11
«Yo te amo, Señor, tú eres mi fortaleza, Señor, mi roca, mi alcázar, mi libertador; Dios mío, peña mía, refugio mío, escudo mío, mi fuerza salvadora, mi baluarte» (Sal 17,2-3).
«El Señor es mi fuerza y escudo; en Él confía mi corazón. El Señor es fuerza para su pueblo, apoyo y salvación para su Ungido» (27,7-8).
«11.Fortalecidos plenamente con el poder de su gloria, adquirirán una verdadera firmeza y constancia de ánimo,»
(Col 1, 11).
«13. Todo lo puedo en aquel que me fortalece.»
Filipenses 4,13.
El don de la fortaleza nos llena de un deseo insaciable que nos sostiene y nos da el poder de oponernos a los males y seguir adelante con los actos virtuosos que nos llevan a Dios y al cielo. Y por eso el don de la fortaleza nos acompaña hasta la vida de gloria. Porque en el cielo, el acto de valor es el gozo de verse absolutamente libre de los afanes y los males.