La resurrección de Jesús: una verdad que cambió el mundo
Los cristianos creen que Jesús resucitó. La resurrección de Cristo da sentido a nuestra fe en que Jesús de Nazaret es Dios hecho hombre y que después de morir en la Cruz para redimirnos de nuestros pecados resucitó glorioso como Señor del Universo. La resurrección da sentido a la Cruz donde él pagó por nuestras culpas para que también resucitemos a la vida eterna en su reino, tanto los que creemos en él como también toda la gente buena, como aquellos que sin conocerlo adecuadamente viven conforme la ley de Dios escrita por Dios en todos los corazones (Romanos 2.15).
Pero si Jesús no resucitó, todo esto sería falso: Jesucristo no sería Dios hecho hombre, su muerte en la Cruz no tendría un valor de salvación y no existiría la resurrección ni la vida eterna. Jesús dijo: “Yo soy la resurrección y la vida, el que cree en mí aunque muera, vivirá.” (Juan 11.25). Por eso San Pablo escribió: “Si Cristo no resucitó, nuestra predicación es inútil y la fe de ustedes no tiene sentido” (1 Corintios 15.14).
La resurrección de Jesús no es un mito
Algunos dicen que la resurrección de Jesucristo es un mito. Sin embargo, los textos del Nuevo Testamento que afirman que lo vieron resucitado se empezaron a escribir alrededor del año 50, habiendo sido crucificado alrededor del año 30, por lo que había transcurrido muy poco tiempo -20 años- para que se desarrollara un mito, ya que muchos testigos oculares de los eventos -cristianos, judíos y romanos- todavía vivían y podían dar testimonio de lo que realmente pasó.
Algunos de esos textos los tenemos en los siguientes capítulos del Nuevo Testamento: Evangelio de Mateo (28), Marcos (16), Lucas (24), Juan (20 y 21); el libro de los Hechos de los Apóstoles escrito por Lucas (4, 17 y 26); las cartas de Pablo: a los Romanos (6, 10 y 14), la Primera Carta a los Corintios (15), a los Efesios (4), la Segunda Carta a los Tesalonicenses (1 y 4), a los Filipenses (3), la Primera Carta a Timoteo (3); la Primera Carta de Pedro a toda la Iglesia (3 y 4), entre otros.
El testimonio de los apóstoles
En el momento de la muerte de Jesús, los discípulos se dispersaron; consideraron que su Maestro había fracasado o era un falso Mesías (falso Cristo); dieron el caso por cerrado y su misión fracasada. Se fueron a sus casas y a sus pueblos, tristes, decepcionados y con sensación de derrota. Pero muy pronto vemos a esas mismas personas proclamar unánimes que Jesús está vivo; enfrentar por ese testimonio procesos, persecuciones y finalmente, uno tras otro, el despojo de todas sus pertenencias, cárcel, torturas y muerte.
¿Qué pudo haber producido un cambio tan radical más que la certeza de que Jesús verdaderamente había resucitado? No podían estar engañados porque muchos de ellos lo habían visto y habían hablado y departido con él después de su resurrección; además, la mayoría eran hombres rudos, ajenos a ilusionarse fácilmente.
La convicción de los apóstoles
Ellos sufrieron primero bajo las autoridades judías, principalmente del Sumo Sacerdote y del Sanedrín, y después por el Imperio Romano a partir del año 64 bajo Nerón, Domiciano, Trajano, Marco Aurelio, Septimio, Severo, Maximino, Tracio, Decio, Valeriano, Aureliano y Diocleciano. Incluso algunos fueron encarcelados y muertos fuera de los dominios de Roma.
Sufrieron cárcel, despojo de sus bienes, tortura y muerte por lapidación (a pedradas), crucifixión, decapitación o por espada. Muchos murieron en las fauces de los leones en el circo romano. Los primeros mártires vieron ellos personalmente a Jesús resucitado y luego otros dieron sus vidas porque creyeron a quienes lo vieron, considerando su testimonio plenamente confiable porque lo sellaron con su sangre.
La prueba de la resurrección de Cristo
Universalmente se reconoce que el testimonio de dos o tres testigos confiables constituye una prueba suficiente de cualquier hecho. Sobre la resurrección de Jesús hay muchos testigos confiables: los mártires que dieron su vida por afirmarlo. Estaban seguros de ello y por decirlo con plena convicción sufrieron despojo, cárcel y muerte dolorosa.
La convicción de los apóstoles y los mártires
Esa convicción sobre la resurrección de Jesús solo pudo darse por haberlo visto con sus propios ojos o porque quiénes les testimoniaron haberlo visto merecieran su total credibilidad al punto de morir por creerles; esos predicadores tenían que haber sido personas de un testimonio de vida excelente, de gran coherencia y seriedad, auténticos santos, y que además ellos mismos estuvieran dispuestos a morir -como en efecto murieron- por afirmar haber visto a Cristo resucitado.
Tampoco tiene sentido pensar que se trató de la alucinación de unos locos o fanáticos, pues no fueron tres o cinco personas, sino que fueron muchos los testigos de «la primera generación» de cristianos que vieron resucitado al Señor. Solamente los apóstoles fueron trece (incluyendo a Matías que sustituyó a Judas Iscariote y posteriormente Pablo) y junto a ellos muchísimos más. No es lógico pensar que tantos «alucinaron».
La conclusión
No existe ningún otro hecho histórico probado con tantos testimonios, ni testigos tan creíbles como estos cuyo testimonio lo sellaron con su sangre. Jesús dijo a Santo Tomás: “Porque has visto has creído; dichosos los que crean sin haber visto” (Juan 20.29).