Fundamentos bíblicos de la Iglesia Católica
parte 1
FUNDAMENTO BÍBLICO DE LA INSTITUCIÓN DE LA IGLESIA CATÓLICA POR EL SEÑOR JESÚS
RAÍCES DEL CRISTIANISMO
Se denomina cristianismo a la religión en conjunto de La Iglesia que fue fundada por Cristo Jesús, «piedra angular de toda su doctrina» (1Corintios 3,10-11; 1Pedro 2,4.6-8). Esta religión heredó del pueblo judío la creencia de un único y verdadero Dios (Éxodo 20,2-3), que tiene sus inicios desde la «santa alianza» entre Yahvé con el patriarca Abraham (Génesis 12,1-2); convirtiendo al pueblo de Israel, en una «nación santa y reino de sacerdotes» (Éxodo 19,5-6), que sigue siendo un pueblo muy amado por el Padre Eterno (Véase Romanos capítulos del 9 al 11). Sin embargo, «cuando se cumplió el tiempo, Dios envió a su Hijo, que nació de una mujer, sometido a la ley de Moisés» (Gálatas 4,4). Él es el «gran sumo sacerdote» (Hebreos 4,14), que establece un «nuevo pacto» (Hebreos 8,6), por su muerte salvadora en la cruz (Efesios 2,16; Colosenses 1,20), dando origen al «verdadero pueblo de Dios» (Gálatas 6,16). Por consiguiente, «Ya no importa el ser judío o griego, esclavo o libre, hombre o mujer; porque unidos a Cristo Jesús, todos somos uno solo. Y si somos de Cristo, son descendientes de Abraham y herederos de la promesa que Dios le hizo» (Gálatas 3,28-29).
La Iglesia de Cristo fue vista durante al menos los diez primeros años, como una «nueva secta» salida del Judaísmo (Hechos 28,22), pero en realidad era un «nuevo camino» (Hechos 24,14); ya que estaba centrado en Jesucristo, quien es «el camino, la verdad y la vida» (Juan 14,6). Y a los hombres y mujeres que se atrevían a seguirlo, eran perseguidos a muerte, arrestados y encarcelados (Hechos 22,4). No obstante, ellos estaban unidos en un mismo amor (Colosenses 3,14), como verdaderos «amigos» (3Juan 15), compartiendo sus bienes entre sí (Hechos 2,44), y llevando una vida según las enseñanzas del «sermón del monte», para conseguir el «reino de los cielos» (Mateo 5,3-12).
Ya en cuanto al término «cristiano» con que se identifica a los discípulos de Cristo, empezó a utilizarse en la provincia romana de Antioquía (actual Antakya, en Turquía) (Hechos 11,26). Este nombre fue aceptado por todos aquellos que soportaban los sufrimientos de su fe (1Pedro 4,16); convirtiéndose así en auténticos soldados de Cristo (2Timoteo 2,3).
El cristianismo estuvo conformado en sus mismos albores históricos por el catolicismo, que tiene a Jesús como cabeza (Colosenses 1,18; Efesios 5,23), al fundar su congregación sobre el apóstol Pedro (roca) (Mateo 16,16-18; Lucas 22,32; Juan 21,15-17). La palabra griega «Iglesia» asamblea de fieles (1Corintios 1,2) «Católica» universal (apocalipsis 7,9); fue utilizada por primera vez por san Ignacio de Antioquía a principios del siglo segundo de nuestra era. Ella es «la familia de Dios, que es la iglesia del Dios viviente, la cual sostiene y defiende la verdad» (1Timoteo 3,15).
FUNDAMENTOS BÍBLICOS E HISTÓRICOS DE LA IGLESIA CATÓLICA
I. INTRODUCCIÓN
¡Cuántas veces no nos hemos preguntado ante la gran avalancha de sectas! ¿Si son verdaderas? Al respecto, decía San Cipriano en el siglo III, que «nadie puede tener a Dios por Padre, sino tiene a la Iglesia Católica por Madre». Asimismo, el cardenal John Henry Newman agregaba que «para conocer la historia del cristianismo, es necesario dejar de ser protestante». Por esta razón, los católicos afirmamos que nuestra Iglesia no fue fundada por ningún hombre, como ocurre con las demás sectas protestantes, que muchas veces como «lobos feroces» quieren acabar con la iglesia (Hechos 20,29-30). Sino por el contrario, tiene sus orígenes en Jesucristo que es la «roca firme» (Mateo 7,24-25), y por lo tanto, nadie puede construir sobre otro cimiento (1Corintios 3,9-11). La existencia de la Iglesia Católica y su impacto han sido muy profundos; hablamos de una institución que ha existido más que ningún imperio en la historia de la civilización. Ha durado tres veces más que el imperio romano y dos veces más que la Dinastía China.
II. CAMPO TEOLÓGICO
La Iglesia Católica es vista como el «cuerpo místico» de Cristo (Efesios 1,23), sin «mancha ni pecado»(Efesios 5,27), como «la esposa del Cordero»(Apocalipsis 21,9;22,17); a la que el Señor no deja de cuidarla (Efesios 5,29). Ya que su intención era que hubiera «un solo rebaño y un solo pastor»(Juan 10,16), donde Él es «el gran pastor de las ovejas»(Hebreos 13,20), llamado también el «buen pastor» (Juan 10,11); que vela permanentemente por ellas (1Pedro 2,25). Para cumplir esta santa labor el Hijo de Dios escogió a doce apóstoles (enviados) (Mateo 10,2-4; Juan 20,21); dándoles plena autoridad para gobernar su Iglesia a la cabeza del apóstol Pedro (roca) (Mateo 16,19; 18,18; 19,28; Efesios 2,20); con cinco grandes misiones: predicar el Evangelio (Mateo 28,20) acompañado de la oración (Hechos 6,4), Bautizar (Mateo 28,19; Marcos 16,15-16), celebrar la eucaristía (Lucas 22,19), perdonar los pecados (Juan 20,23; Lucas 24,47), y realizar señales milagrosas en su nombre (Mateo 10,1; Marcos 16,17-18); como Pedro que curaba con su sombra (Hechos 5,15) y Pablo con su ropa (Hechos 19,11-12). Del mismo modo, el Santo de Dios antes de regresar al cielo, les promete a sus amigos enviarles la ayuda divina del Espíritu Santo, que les hará recordar todo lo que Él les había dicho (Juan 14,26; 16,13); Haciéndose visiblemente presente en la fiesta del Pentecostés (Hechos 2,1-4.33). Y muchas otras veces, con la colaboración de los ángeles del cielo (Hechos 5,17-20; 8,26; 10,3-8.22; 12,7-11; 27,23-24).
III. LA JERARQUÍA ECLESIÁSTICA
Los apóstoles conforme se iba extendiendo la «Buena Nueva» en los templos y las casas (Hechos 5,42), nombraron a su vez obispos (pastores), presbíteros (ancianos) y diáconos (servidores); por medio de la oración, el ayuno y la imposición de las manos (Hechos 13,3; 14,23; 1Timoteo 4,14; 2Timoteo 1,6) {rito sagrado que se ha mantenido hasta nuestros días en la jerarquía eclesiástica católica}. Prueba de ello es la escogencia de Matías por los once apóstoles, para que ocupara el lugar de Judas (Hechos 1,15-26); al igual que el nombramiento por parte de Pablo de nuevos obispos como Tito en Creta, Timoteo en Éfeso y Bernabé en Asia menor, para que cuidaran la «Iglesia» o el «rebaño» de Dios (Hechos 20,28; Hebreos 13,7.17), y se dedicaran a «predicar y enseñar» (1Timoteo 5,17). Estos nuevos obispos se les dio el legado de ordenar presbíteros (Tito 1,5), que dieran a conocer la sana doctrina (1Corintios 4,1; 2Timoteo2, 2; Tito 1,9), y curaran a los enfermos por medio de la oración y la imposición del óleo (Santiago 5,14; Marcos 6,13). También por solicitud de los apóstoles, la comunidad de Jerusalén nombró siete diáconos que se encargaban del cuidado material de los fieles (Hechos 6,2-6); uno de ellos, Esteban, fue el primer mártir (testigo) del cristianismo (Hechos 7,59-60). Incluso, entre los apóstoles, profetas, pastores y maestros habían diferentes dones y cualidades. (Hechos 13,1; Romanos 12,6-8; 1Corintios 12,27-31; Efesios 4,11).
Fue tal el éxito que en poco tiempo «las iglesias se afirmaban en la fe, y el número de creyentes aumentaba cada día» (Hechos 16,5; 9,31); teniendo como dirigentes en cada lugar a los apóstoles, obispos y diáconos (Hechos 15,4; Filipenses 1,1); todos ellos con los fieles en general conformaban las «iglesias de Dios»(2Tesalonisenses 1,4), llamada también como «iglesias de Cristo»(Romanos 16,16), el «pueblo santo»(Hechos 9,13) o «pueblo de Dios» (Apocalipsis 5,8; 8,3; 19,8); la «casa de Dios»(Hebreos 3,6) o «familia de Dios»(Efesios 2,19). Del mismo modo, los príncipes de los apóstoles Pedro y Pablo, en sus cartas pastorales pusieron de manifiesto cómo debía de ser la vida ejemplar y recta de los obispos (1Pedro 5,1-4; 1Timoteo 3,1-7; 4,17), presbíteros (Tito 1,6-9), diáconos (1Timoteo 3,8-13); y de todos los cristianos (Romanos 12,9-21; 13,1-14; 14,1-23; 15,1-6). Sobre el particular, se conoce una carta de San Ignacio de Antioquía, de los primeros años del siglo II, en la que dice que cada comunidad de creyentes, contaba con un único obispo, asistido por los presbíteros y diáconos. Se conservan además las listas de los obispos católicos de las principales iglesias como Roma, Jerusalén, Antioquía, Alejandría; todas las cuales se remontan hasta los propios apóstoles.
IV. LA MISIÓN EVANGELIZADORA
A medida que se iba cumpliendo las palabras del apóstol de los gentiles que señalaba a Cristo como el «Salvador de la Iglesia» (Efesios 5,23); el Diablo, como «león rugiente», provocaba a la vez persecuciones a los creyentes en todo el mundo (1Pedro 5,8-9); el mismo Divino Maestro así lo había profetizado (Juan 15,20). Los primeros cristianos soportaban con mucha paciencia varias penalidades (2Corintios 6,4-5), convirtiéndose en verdaderos «testigos de Jesús»(Apocalipsis 17,6), para estar con Él en su gloria (Romanos 8,17). En este punto, nuestra Iglesia es la que ha dado más mártires en el cristianismo; se estima que en veintiún siglos han sido 40 millones, entre los que se encuentran papas, obispos, sacerdotes, religiosos, monjas, misioneros, catequistas, neo-catecúmenos, seglares, niños y niñas. Solamente en el siglo XX hubo 27 millones que murieron por la fe; como en las persecuciones religiosas en España, México, la Alemania nazi, en la época de la ex unión soviética, en la China comunista, en las guerras internas de algunos países de África y demás. Ellos son «los que han lavado sus ropas y las han blanqueado en la sangre del Cordero»(Apocalipsis 7,14), están «vestidos de blanco y llevando hojas de palma en las manos»(Apocalipsis 7,9); y por eso, San Agustín decía que «La Iglesia Católica va peregrinando entre las persecuciones de los hombres y los consuelos de Dios». Esta labor evangelizadora que se cumple desde la misma orden dada por el Señor Jesús de dar a conocer su mensaje hasta los confines de la tierra (Hechos 1,8); se ha visto testificada en la historia con la conversión del gran imperio de los Cesares con Constantino en el siglo IV. Posteriormente, misioneros y monjes benedictinos hicieron lo mismo en Europa con las tribus bárbaras de los godos, vikingos, francos, germanos y demás. A partir del siglo XVI el catolicismo se extendió por América, la India, China, Japón y el África gracias a la predicación de valientes sacerdotes y religiosos franciscanos, dominicos, jesuitas, mercedarios y agustinos. Igualmente, otro sello distintivo era la atención que se prestaba a los huérfanos y a las viudas (Santiago 1,27); en las iglesias el día domingo se recogía una colecta voluntaria para tal propósito (1Corintios 16,1-2). Esta característica bíblica también se ha visto presente hasta nuestros días en la Iglesia Católica, con la gran cantidad de hospitales, dispensarios, leprosorios, centros de salud, ancianatos, orfelinatos, guarderías, escuelas públicas, talleres de capacitación, restaurantes infantiles, bancos de alimentos para los pobres, comedores populares, centros de rehabilitación para drogadictos y alcohólicos, para enfermos del sida y otros. Obedeciendo con esto el mandato del apóstol Santiago: «la fe sin obras, está muerta»(2,14-18).
V. CONCLUSIÓN
Hay que reconocer que la Iglesia de Cristo en su parte humana, se ha cumplido la parábola de «la cizaña en el trigo» (Mateo 13,24-30), a través de los tiempos. De hecho el Papa Juan Pablo II declaró honradamente que en el catolicismo ha habido «luces y sombras». No obstante, el poder del infierno no podrá vencerla (Mateo 16,18), pues el Mesías siempre estará con los suyos (Mateo 28,20; 1Corintios 5,4); según la sentencia del maestro de la ley, Gamaliel (Hechos 5,38-39); ya que existe una íntima unión entre Dios, la iglesia y Cristo Jesús, «por todos los siglos y para siempre» (Efesios 3,21).
Video 2 del tema 46
Parte 2
Fundamentos bíblicos de la Iglesia católica
EL SEÑOR JESÚS FUNDO LA IGLESIA CATÓLICA.
¿Jesús fundó una o muchas Iglesias? ¿Quiso Jesús una sola Iglesia?
Curso que dará argumentos sólidos a quienes no saben responder a objeciones sobre críticas de la fe y de esta manera fortalecer la identidad católica
Por: P. Paulo Diercks y P. Miguel Jordá | Fuente:Catholic.net
¿Jesús fundó una o muchas iglesias?
Queridos hermanos católicos:
El otro día me encontré con un amigo-hermano y, conversando acerca de la Biblia y la Iglesia Católica, me dijo lo siguiente: «Sólo Cristo salva… las iglesias no salvan… todos los caminos llevan a Dios… todos vamos a Él por caminos distintos. Da lo mismo una religión que otra».
Le contesté que me extrañaba mucho que él, siendo un hombre inteligente y conocedor de la Biblia, pudiera decir estas cosas que son verdades a medias. Es verdad, le dije, que Jesús es el Señor y Salvador, pero no es verdad que la Iglesia no tiene ninguna importancia.
No podemos negar que Jesús mismo fundó su Iglesia sobre la piedra o roca que es Pedro, y además Jesús entregó las llaves del Reino de los cielos al apóstol Pedro para atar y desatar aquí en la tierra. Esto no lo invento yo, le dije, sino que está claramente escrito en la Biblia.
Y le hice leer a mi amigo el texto del Evangelio de San Mateo 16, 13-19. Es el pasaje bíblico en el que el apóstol Simón Pedro proclama que «Jesús es el Cristo, el Hijo del Dios vivo.» Y Jesús felicitó a Pedro por esta proclamación de fe, porque realmente esta fe viene de Dios. Luego Jesús dijo algo muy importante a Simón Pedro: «Y ahora, yo te digo: ´Tú eres Pedro, o sea, piedra, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia y las fuerzas del infierno no la podrán vencer. Yo te daré las llaves del Reino de los cielos. Todo lo que ates en la tierra será atado en el cielo, y lo que desates en la tierra será desatado en los cielos».
1. ¿Qué quiso decir Jesús a Simón Pedro?
1) Jesús da al apóstol Simón un nuevo nombre: «Pedro» (En el texto original griego está escrito «Petra» que significa en castellano ´piedra´, ´roca´). Quiere decir que el apóstol Simón tendrá la función de ser la «piedra» o «roca» sobre la que Cristo fundará su Iglesia. Así Pedro fue señalado por Jesús para ser como la base visible de su Iglesia en la tierra.
2) Jesús da también a Pedro la autoridad de ´atar´ y ´desatar´. Para los judíos ´atar y desatar´ significa declarar lo que es prohibido y lo que es permitido. Por tanto le corresponde a Pedro declarar lo que es permitido y lo que no es permitido en la Iglesia de Cristo.
3) Las fuerzas del demonio no podrán vencer a la Iglesia de Cristo, y por más que intenten hundirla, no lo lograrán.
2. ¿Qué significados tiene la palabra Roca?
Pero mi amigo protestó: «Usted no lee bien la Biblia: ¡Jesús es la única Roca y nadie más!»
Tuvimos que leer otra vez el texto: «Tú eres Pedro, o sea, piedra, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia» (Mt. 16, 18). Este texto está muy claro y dice que Pedro es la piedra sobre la cual Jesús edificará su Iglesia.
Le dije también a mi amigo que si bien es cierto que en otras partes de la Biblia está escrito que Jesús es la Roca y la Piedra de base y que no hay otra base fuera de Jesús, en estos lugares, le insistí, la palabra Piedra tiene otro significado:
Veamos tres ejemplos:
«Y todos bebieron la misma bebida espiritual, pues bebían de una roca espiritual que los seguía, y la roca era Cristo.»
«La base nadie la puede cambiar, ya está puesta y es Cristo.»1 Cor. 3, 11
«Colocó en Sión una piedra de base, escogida y preciosa, quien cree en él no quedará defraudado» (1 Pdr. 2, 4-8).
Según estos textos, Cristo es Piedra viva, Cristo es la base de la fe, Cristo es la Piedra de más valor para los que creen. Y nosotros creyentes, «como piedras vivas debemos entrar en la construcción de este templo espiritual» (1 Pedr. 2, 4 ).
Ahora bien en estos textos, Jesús es la Roca espiritual, es la Piedra de base para los que creen, es la Piedra angular del templo espiritual. Pero cuando Jesús escoge a Pedro como ´piedra de su Iglesia´, no se refiere a una piedra espiritual, sino a la piedra visible de su Iglesia en la tierra. Esta es la diferencia.
3. ¿Quién es hoy Pedro?
Nuevamente, mi amigo se me rebeló y me dijo: «Pero lo que Jesús dice de Pedro no vale para los Papas de Roma».
Meditando bien la Biblia, le dije, nadie puede negar que ya en el A. T. Dios quiso que su Pueblo tuviera un centro visible: Jerusalén, el monte Sión, y además el Pueblo de Dios se había agrupado en torno a los Reyes, hijos de David. Cuando Dios eligió a David, primer rey de Israel, le prometió que sus hijos, sus sucesores, estarían para siempre encabezando el Reino de Dios (2 Sam. 7, 16) Y esta promesa se verificó en Jesús: «Dios, el Señor, le hará rey como a su antepasado David para que gobierne a Israel por siempre. Y su gobierno nunca terminará» (Lc. 1, 32, 33)
Ahora bien, Jesús eligió a Pedro para que sea para siempre la base visible de su Iglesia. Pero Pedro tenía que morir. Entonces, en adelante, los sucesores de Pedro -los Papas- serán, uno tras otro, cabeza visible de la Iglesia. Lo mismo que Pedro fue la cabeza visible para los apóstoles y para la Iglesia primitiva, así el Papa es hoy la cabeza visible de la Iglesia.
Jesús sabía muy bien que para mantener su Iglesia a lo largo de los siglos se necesitaba una autoridad visible que pudiera determinar quiénes pertenecen y quiénes no pertenecen al grupo de los creyentes y cómo se debe comprender la fe en Cristo y las exigencias del Evangelio. Si no hubiera esta autoridad visible la Iglesia de Cristo caería fácilmente en un sin fin de pequeñas iglesias y eso no es la voluntad de Jesús. Esto es precisamente lo que les ha pasado a las Iglesias Evangélicas. Mientras nosotros los católicos somos una sola Iglesia, ellos tienen un sin fin de denominaciones. El Señor fundó una sola Iglesia y pidió con fervor por la unidad de los creyentes. Esta fue la oración de Jesús: «Padre Santo, cuida con tu poder a los que me diste, para que estén completamente unidos como tú y yo» (Jn. 17, 11).
Además Jesús dijo también que nunca abandonaría a sus apóstoles y a su Iglesia: «Yo estaré con ustedes todos los días hasta que termine este mundo» (Mt. 28, 20). Aquí hay claramente un compromiso de Jesucristo con su Iglesia en forma definitiva.
Ahora bien, la Iglesia Católica se distingue de las demás Iglesias cristianas porque está fundada sobre los apóstoles de Jesús. Solamente la Iglesia Católica durante dos mil años ha permanecido fiel y unida en torno a sus legítimos sucesores, los obispos. Mantener esta unidad y continuidad ha sido algo único y providencial. A algunos católicos les cuesta a veces esta comunión con el Papa y les parece más práctico fundar una nueva iglesia reformada al lado de la Iglesia Católica. Esto es lo que ha pasado siempre en su largo caminar a través de estos dos mil años y de ahí han nacido los cismas, algunos de los cuales perduran hasta nuestros días.
Ahora bien, la Iglesia Católica en su conjunto es la única que puede decir que ha permanecido fiel a las enseñanzas de Jesús desde su fundación hasta hoy.
Cuando un católico, acosado por los evangélicos, se cambia de religión y se pasa a las sectas, ciertamente que no piensa en todas estas cosas. No piensa en la Tradición de la Iglesia Católica a la que renuncia. No piensa en lo que Jesús dijo a Pedro. Tampoco piensa en lo mucho que sufrieron los misioneros que trajeron la fe católica a América y a nuestro país. Ni menos piensa en lo que le dirían sus padres que le inculcaron la fe católica bautizándolo desde su primera edad. Ojalá que todos los católicos sintamos un legítimo y verdadero orgullo de pertenecer a la única Iglesia que fundó Jesucristo, la Iglesia Una, Santa, Católica y Apostólica.
Dice el CONCILIO VATICANO:
¿Cómo Jesús edificó la Iglesia?
Jesucristo edificó la santa Iglesia enviando a sus apóstoles como El mismo había sido enviado por el Padre (Jn. 20, 21) y quiso que los obispos, sus sucesores, fueran los pastores de la Iglesia hasta la consumación de los siglos.
¿A quién puso Jesús como principio de la unidad de la fe?
Jesús puso al apóstol Pedro como fundamento visible de la Iglesia y le prometió su asistencia hasta el final de los tiempos.
¿Cómo instituyó Jesús a los apóstoles?
El Señor Jesús, después de haber hecho oración al Padre, llamando a sí a los que Él quiso, eligió a los Doce para que viviesen con El y los envió a predicar el Evangelio. (Mc. 3, 13) Los instituyó a modo de colegio, es decir, de grupo estable, y puso al frente de ellos a Pedro, elegido de entre ellos mismos. (Jn. 21, 15)
¿Cómo realizan esta tarea los apóstoles?
Los apóstoles, predicando en todas partes el Evangelio (Mc. 16, 20), reúnen a la Iglesia universal que el mismo Señor fundó y edificó sobre el bienaventurado Pedro, poniendo como Piedra angular del edificio a Cristo Jesús. (Apoc. 21, 14)
¿Quiénes fueron colaboradores de los apóstoles? Los apóstoles encomendaron desde un principio su ministerio, en diverso grado, a diferentes personas en la Iglesia, a fin de consolidar la obra de Jesús, y así desde un principio delegaron diversas funciones en los presbíteros y en los diáconos estableciéndolos como a sus inmediatos colaboradores en orden a apacentar la grey que Dios les había confiado.
Dice el NUEVO CATECISMO:
¿Cuál es la verdadera Iglesia de Cristo?
La verdadera Iglesia de Cristo es la Iglesia Católica gobernada por el sucesor de Pedro y por los obispos en comunión con él.
¿Cuál es la triple función de la Jerarquía?
La triple misión de la Jerarquía es la de enseñar la verdad revelada, la de santificar a través de los sacramentos y la de gobernarla con su autoridad sagrada.
¿Pueden encontrarse elementos de santificación y de verdad fuera de la Iglesia Católica?
Sí, fuera de la Iglesia Católica pueden encontrarse elementos de verdad y de santificación, pero su plenitud está sólo en la Iglesia Católica.
¿Quiénes son los laicos?
Los laicos son aquellos cristianos que -sin ser sacerdotes o religiosos- están incorporados a Cristo por el Bautismo y participan de la triple función de Cristo: sacerdotal, profética y real.
¿Cuál es la vocación de los laicos?
La vocación propia de los laicos es ocuparse de las realidades temporales y ordenar el mundo según el designio de Dios. A los laicos corrresponde ser como la sal y el fermento en medio del mundo.
¿Están también los laicos llamados al apostolado?
Sí, en virtud de su bautismo y de su confirmación, los laicos están llamados por Dios al apostolado y a trabajar para que el Mensaje de Jesús llegue a todos.
b) ¿Quiso Jesús una sola Iglesia?
Queridos hermanos:
No es raro escuchar de labios de algún católico: «Yo amo a Jesús pero no me importa la Iglesia». Creo que esta opinión, para muchos, es simplemente un pretexto para seguir viviendo como «católicos a su manera». No hacen caso a la Iglesia, no van a la Misa, no quieren prepararse para recibir dignamente los sacramentos, no hay obediencia a la Jerarquía eclesiástica, sólo cuando les conviene se acercan a la Iglesia y dicen que siguen la religión «a su manera».
Otros, no sin dolor, van repitiendo que su aspiración es amar a Cristo pero al margen de la Iglesia. Ellos se separan de su Iglesia porque no ven una clara coherencia entre lo que se dice y lo que se hace; sienten que el lenguaje y la vida de los católicos están alejados del Evangelio.
La Iglesia no es algo abstracto. Somos nosotros, laicos y pastores, comunidad creyente, su rostro visible. La Iglesia es humana y divina a la vez. Y sabiendo que esta Iglesia lleva en sus miembros las huellas del pecado, es necesario que nos preguntemos muy en serio: ¿Qué Iglesia confesamos, en qué Iglesia creemos, en qué Iglesia servimos? La respuesta es clara: Pertenecemos a la Iglesia que Jesucristo soñó, la Iglesia que Jesucristo realmente quiso. Todo lo que digo aquí no es un invento de hombres, es Cristo mismo el que nos lo enseñó. Leamos con atención en la Biblia y meditemos juntos las enseñanzas sagradas acerca de Jesucristo y su Iglesia.
¿Qué nos enseña la Biblia?
En el Antiguo Testamento, Dios quiso santificar y salvar a los hombres no individualmente, sino que quiso hacer de ellos un pueblo. De entre todas las razas Yahvé Dios eligió a Israel como su Pueblo e hizo una alianza, o un pacto de amor, con este pueblo.
Le fue revelando su persona y su plan de salvación a lo largo de la Historia del Antiguo Testamento. Todo esto, sin embargo, sucedió como preparación a la alianza más nueva y más perfecta que iba a realizar en su Hijo Jesucristo. Es decir, este pueblo israelita del Antiguo Testamento era la figura del nuevo Pueblo de Dios que Jesús iba a revelar y fundar: la Iglesia.
¿Cómo preparó Jesús su Iglesia?
1. Jesús comenzó con el anuncio del Reino de Dios. En su primera enseñanza el Señor proclamó: «Ha llegado el tiempo, y el Reino de Dios está cerca. Cambien de actitud y crean en el evangelio de salvación» (Mc. 1, 15). Pero el pueblo de Israel rechazó a Jesús como Mesías y Salvador y no aceptó sus enseñanzas. Por eso Jesús comenzó a formar un pequeño grupo de discípulos y mientras enseñaba a la multitud con ejemplos, a sus discípulos les explicó los misterios del Reino de Dios (Lc. 8, 10)
2. Entre los discípulos, el Señor escogió a Doce Apóstoles (enviados) con Pedro como cabeza. «Los Doce» serán las células fundamentales y las cabezas del nuevo pueblo de Israel ( Mc. 3, 13-19 y Mt 19, 28). Para los judíos «doce» era un número que simbolizaba la totalidad del pueblo elegido (como las doce tribus de Israel). Y el hecho de que haya Doce apóstoles anunció la reunión de todos los pueblos en el futuro nuevo Pueblo de Dios. Jesús preparó a sus apóstoles con mucha dedicación: Los inició en el rito bautismal (Jn. 4, 2), en la predicación, en el combate contra el demonio y las enfermedades (Mc. 6, 7-13), les enseñó a preferir el servicio humilde y a no buscar los primeros puestos (Mc 9, 35), a no temer las persecuciones (Mt. 10), a reunirse para orar en común (Mt. 18, 19), a perdonarse mutuamente (Mt. 18, 21). Y también preparó a sus apóstoles para hacer misiones dentro del pueblo de Israel (Mt. 10, 19). Después de la Resurrección de Jesús recibieron la orden de enseñar y bautizar a todas las naciones (Mt. 28, 19).
3. Entre los Doce, Pedro es quien recibió de Jesús la responsabilidad de «confirmar» a sus hermanos en la fe (Jn. 21, 15-17). Además Jesús lo estableció como una roca de unidad: «Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia y las puertas del infierno no podrán nada contra ella» (Mt. 16, 18).
A Pedro, «la roca» que garantizó la unidad de la Iglesia, Jesús le dio la responsabilidad de mayordomo sobre la Iglesia. Es Pedro el que abre y cierra las puertas de la Ciudad celestial y él tiene también en sus manos los poderes disciplinares y doctrinales: «Yo te daré las llaves del Reino de los cielos; lo que tú prohíbes aquí en este mundo quedará prohibido también en el cielo, y lo que tú permitas en este mundo quedará permitido en el cielo».
A los Doce, Jesús les encargó la renovación de la Cena del Señor: «hagan esto en memoria mía» (Lc. 22, 19). También les dio la responsabilidad de «atar y desatar», que se aplicará especialmente al juicio de las conciencias. (Mt. 18, 18). «Reciban el Espíritu Santo. Si ustedes perdonan los pecados de alguien, éstos ya han sido perdonados; y si no los perdonan, quedan sin perdonar» (Jn. 20, 22-23).
4. Estos textos de los evangelios revelan ya la naturaleza de la Iglesia, cuyo creador y Señor es Jesucristo mismo. Jesús dio claras indicaciones de una Iglesia organizada y visible, una Iglesia que será acá en la tierra signo del Reino de Dios. Además Jesús quiso realmente su Iglesia construida sobre la roca, y quiso su presencia perpetua en su Iglesia por el ejercicio de los poderes de los Apóstoles y por la Eucaristía. Y el poder del Infierno no podrá vencer a esta Iglesia.
La Iglesia nació en la Pascua y en Pentecostés
La Iglesia, tal como Jesús la ha querido, es aquella por la que El murió. Con su muerte y resurrección en la Pascua, Jesús terminó la obra que el Padre le encargó en la tierra. Pero el Señor no dejó huérfanos a los apóstoles (Jn. 14, 16), sino que les envió su Espíritu en el día de Pentecostés para reunir y santificar a estos hombres en un Pueblo de Dios (Jn. 20, 22).
Es en el día de Pentecostés cuando la Iglesia de Cristo se manifestó públicamente y comenzó la difusión del Evangelio entre los pueblos mediante la predicación (Hch. 2). Es la Iglesia la que convoca a todas las naciones en un nuevo Pueblo para hacer de ellas discípulos de Cristo (Mt. 28, 19-20). (La palabra griega «ecclesía», que aparece en el N. T. 125 veces, significa en castellano «asamblea convocada» o «Iglesia»). Quienes crean en Jesucristo y sean renacidos por la Palabra de Dios vivo (1 Ped. 1, 23) no de la carne, sino del agua y del Espíritu (Jn. 3, 5-6), pasan a constituir una raza elegida, un reino de sacerdotes, «una nación santa».
La Iglesia es el Cuerpo de Cristo
El Apóstol Pablo es el autor inspirado que más escudriñó el profundo misterio de la Iglesia. Cuando en aquel tiempo Saulo perseguía a la Iglesia, el mismo Señor se le apareció en el camino de Damasco. Allí Saulo tuvo la revelación de una misteriosa identidad entre Cristo y la misma Iglesia: «Yo soy Jesús, el mismo a quien tú persigues» (Hch. 9, 5). Y en sus cartas, Pablo sigue reflexionando sobre esta unión misteriosa entre Cristo y su Iglesia. Sigamos ahora la meditación del apóstol Pablo sobre la Iglesia. La realidad de la Iglesia como «el Cuerpo de Cristo» ilumina muy bien la relación íntima entre la Iglesia y Cristo. La Iglesia no está solamente reunida en torno a Cristo; está siempre unida a Cristo, en su Cuerpo. Hay cuatro aspectos de la Iglesia como «Cuerpo de Cristo» que Pablo resalta específicamente.
1. «Un solo Cuerpo». La Iglesia para el Apóstol Pablo no es tal o cual comunidad local, es, en toda su amplitud y universalidad, un solo Cuerpo (Ef. 4, 13). Es el lugar de reconciliación de los judíos y gentiles. (Col. 1, 18, 23). El Espíritu Santo hace a los creyentes miembros del Cuerpo de Cristo mediante el bautismo: «Al ser bautizados, hemos venido a formar un sólo Cuerpo por medio de un sólo espíritu» (1 Cor 12, 13). Además esta viva unión es mantenida por el pan eucarístico «Aunque somos muchos, todos comemos el mismo pan, que es uno solo; y por eso somos un solo cuerpo» (1 Cor 10, 17).
2. Cristo «es la Cabeza del Cuerpo que es la Iglesia» (Col. 1, 18). Dice el Apóstol Pablo: «Dios colocó todo bajo los pies de Cristo para que, estando más arriba de todo, fuera Cabeza de la Iglesia, la cual es su Cuerpo» (Ef. 1, 22). Cristo es distinto de la Iglesia, pero El está unido a ella como a su Cabeza. En efecto, Cristo es la Cabeza y nosotros somos los miembros; el hombre entero es El y nosotros. Cristo y la Iglesia es todo uno, por tanto, el «Cristo total» es Cristo y la Iglesia.
3. La Iglesia es la Esposa de Cristo. La unidad de Cristo y su Iglesia, Cabeza y miembros del Cuerpo, implica para Pablo también una relación muy personal. Cristo ama a la Iglesia y dio su vida por ella. (Ef. 5, 25). Esta imagen arroja un rayo de luz sobre la relación íntima entre la Iglesia y Cristo: «Los dos se harán una sola carne. Gran misterio es éste, se lo digo respecto a Cristo y la Iglesia» (Ef. 5, 31-32).
4. El Espíritu Santo es el principio de la acción vital en todas partes del cuerpo. El Espíritu Santo actúa de múltiples maneras en la edificación de todo el Cuerpo. «Hay un solo cuerpo y un solo espíritu». Y por Cristo todo el cuerpo está bien ajustado y ligado, en sí mismo por medio de la unión entre todas sus partes; y cuando una parte trabaja bien, todo va creciendo y desarrollándose con amor (Ef. 4, 4). Los distintos dones del Espíritu Santo (dones jerárquicos y carismáticos) están ordenados a la edificación de la Iglesia, al bien de los hombres y a las necesidades del mundo. (1 Cor. caps. 12 y 13).
Diversas imágenes bíblicas de la Iglesia
En el Nuevo Testamento encontramos distintas imágenes que describen el misterio de la Iglesia. Muchas de estas figuras están ya insinuadas en los libros de los profetas, y son tomadas de la vida pastoril, de la agricultura, de la edificación, como también de la familia y de los esponsales. No podemos en esta carta analizar todas estas figuras que representan la Iglesia. Sería demasiado largo. Solamente quiero referirme a las imágenes más importantes de la Iglesia con sus respectivos textos de la Biblia. Es una buena oportunidad para que ustedes lean y mediten personalmente con la Biblia. En el N. T. la Iglesia es presentada como: «aprisco o rebaño» (Jn. 10, 1-10), «campo y viña del Señor» (Mt. 21, 33-34 y Jn. 15, 1-5), «edificio y templo de Dios» (1 Cor 3, 9), «ciudad santa y Jerusalén Celestial» (Gál. 4, 26), «madre nuestra y esposa del Cordero» (Ap. 12, 17 y 19, 7).
Resumiendo
1. La Iglesia es creación de Dios, construcción de Cristo, animada y habitada por el Espíritu Santo (1 Cor. 3,16 y Ef. 2, 22).
2. La Iglesia está confiada a los hombres, apóstoles «escogidos por Jesús bajo la acción del Espíritu Santo (Hch. 1, 2). Y los apóstoles confiaron la Iglesia a sus sucesores que, por imposición de las manos, recibieron el carisma de gobernar (1 Tim. 4, 14 y 2 Tim. 1, 6).
3. La Iglesia guiada por el Espíritu Santo (Jn. 16, 13) es «columna y soporte de la verdad» (1 Tim. 3, 15), capaz de guardar el depósito de las «sanas palabras recibidas» (2 Tim. 1, 13). Es decir, de explicarlo sin error.
4. La Iglesia es constituida como Cuerpo de Cristo por medio del Evangelio (Ef. 3-10), nacida de un solo bautismo (Ef. 4, 5), alimentada con un solo pan (1 Cor. 10, 17), reunida en un solo Pueblo de hijos de un mismo Dios y Padre (Gál. 3, 28).
5. La Ley de la Iglesia es el «mandamiento Nuevo: amar como el mismo Cristo nos amó» (Jn 13, 34). Esta es la ley «nueva» del Espíritu Santo y la misión de la Iglesia es ser la sal de la tierra y luz del mundo (Mt. 5, 13).
Después de esta breve reflexión bíblica acerca de la Iglesia de Cristo, no puedo comprender cómo un cristiano puede decir: «Creo en Jesucristo, pero no en la Iglesia». Esta manera de hablar es simplemente mutilar el Mensaje de Cristo y refleja una gran ignorancia de la verdadera Fe cristiana.
La Iglesia es la continuación de Cristo en el mundo. En ella se da la plenitud de los medios de salvación, entregados por Jesucristo a los hombres, mediante los apóstoles. La Iglesia de Cristo es «la base y pilar de la verdad» (1 Ti. 3, 15); es el lugar donde se manifiesta la acción de Dios, en los signos sacramentales, para la llegada de su Reino a este mundo.
Así que aceptar a Cristo significa aceptar su Iglesia. El «Cristo total» es Cristo y la Iglesia. No se puede aceptar a Cristo y rechazar su Iglesia. Dijo Jesús a sus Apóstoles y discípulos: «El que a ustedes recibe, a Mí me recibe. Y el que me recibe a Mí, recibe al que me ha enviado. Como el Padre me envió a Mí, así Yo los envío a ustedes».
Queridos amigos:
La verdadera Iglesia de Jesús se reconoce en la Iglesia Católica a la que nosotros tenemos la dicha de pertenecer. Cierto que la Iglesia es a la vez santa y pecadora, porque está formada por seres humanos, pero es la única que entronca y conecta con los Apóstoles y con Cristo. A nosotros corresponde crecer día a día en santidad para que brille en ella el rostro de la verdadera Iglesia de Cristo. Y, siendo esto así, cometería un grave error quien la desconociera. Así que no más cristianos «a mi manera», sino a la manera que Cristo dispuso. Y Cristo quiso salvarnos en su Iglesia que es Una, Santa, Católica, y Apostólica.