Las 7 Iglesias Paulinas, 4ta parte
IGLESIA DE COLOSAS.
Colosas era en tiempos de San Pablo una ciudad pequeña del Asia Menor. Estaba situada en una región llamada Frigia, en el valle del río Lico, afluente del Menandro. Pablo visitó esta región al menos en dos ocasiones. La primera en su segundo viaje, cuando desde Listra e Iconio se dirigía a Galacia (cfr Hch 16,6); la segunda, durante el tercer viaje, por breve tiempo, para alentar en la fe a los discípulos de Frigia (cfr Hch 18,23). Sin embargo, en todo el libro de los Hechos de los Apóstoles no se hace referencia a que San Pablo pasara por Colosas en alguno de sus viajes. El propio Apóstol parece indicar que no conocía personalmente a los colosenses (2,1). Fue Epafras, natural de Colosas (4,12) y discípulo de Pablo, quien recibió la misión de predicar en su ciudad, así como en las vecinas Hierápolis y Laodicea (1,7; 4,13). La mayor parte de los fieles procedían de la gentilidad, aunque había también algunos judíos.
Epafras informó al Apóstol, entonces preso -en Roma, en Éfeso o tal vez en Cesarea- de una preocupante situación doctrinal originada en aquella comunidad. Quizá se trataba de la infiltración entre los cristianos de Colosas de unos primeros avances de la gnosis transmitida por viajeros judíos. Las doctrinas gnósticas comenzaron a extenderse en los países del Imperio romano a mediados o principios del siglo I d. C., principalmente a través de ciertos judíos decepcionados de su propia historia y tradición y enfrentados con éstas, en conexión con algunos ambientes filosóficos o religiosos helénicos, que ya habían sufrido influencias orientales.
Se distinguía la gnosis por su concepción dualista de Dios, del mundo y del hombre. Dos principios opuestos, el bien y el mal, el espíritu y la materia, eran la raíz especulativa de todas las cosas. La gnosis se presentaba a sí misma como una Sabiduría más elevada, superadora de todas las demás religiones -incluido el judaísmo-, a las que consideraba como explicaciones imperfectas, útiles provisionalmente para el vulgo. Los primeros brotes de gnosis en Colosas parecían intentar conciliar el cristianismo con dicha filosofía: para los gnósticos Cristo, por ser hombre, era inferior a las potestades angélicas, espiritualmente más puras; Cristo sería, pues, un eón, un ser intermedio entre Dios (el Espíritu) y la materia.
Tales confusiones doctrinales espolearon a San Pablo -movido por Dios- para desarrollar con claridad y vehemencia algunos puntos centrales de la fe, a los que los colosenses debían adherirse, rechazando esas otras ideas. De este modo, Pablo profundiza en temas capitales del misterio del ser de Cristo -la cristología- como son su superioridad infinita y su capitalidad sobre todos los seres, llámense ángeles, potestades o de cualquier otra manera (1,15-20). El Apóstol utiliza expresiones que encierran un contenido muy profundo, como la de que en Cristo *“habita toda la plenitud de la divinidad corporalmente”* (2,9), cuyo contenido doctrinal es equivalente, aunque con palabras bien distintas, a la formulación de San Juan de que *“el Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros”* (Sn Jn 1,14). Además, en la Carta a los Colosenses aparecen términos nuevos que al parecer empleaban los gnósticos helenistas, pero en un contexto polémico y cargados de nuevos matices y sentidos. En suma, Pablo insiste, profundizando, en que Jesucristo es Dios eterno, que al tomar la naturaleza humana no deja de ser Dios y, por tanto, es el primero y superior a todos los hombres y los ángeles.
Al lado de este desarrollo doctrinal, la carta se ocupa de dar enseñanzas morales y disciplinares, como los respectivos deberes de los cónyuges (3,18-21), siervos y señores (3,22-4,1), o consejos prácticos sobre el ejercicio de las virtudes cristianas (3,12-17; 4,2-6).
*IGLESIA DE TESALÓNICA.*
Las Cartas a los Tesalonicenses, escritas unos veinte años después de la muerte de Nuestro Señor, son seguramente los dos escritos más antiguos del Nuevo Testamento.
San Pablo, con Silas y Timoteo, llega a Tesalónica, la capital de la provincia romana de Macedonia, en la primera fase de su segundo viaje apostólico (años 50-53), y allí predica el Evangelio. Obtiene abundantes frutos de conversión y funda una comunidad cristiana de la que se siente santamente orgulloso. Pero pocos meses después, a causa de las insidias de algunos judíos, se ve obligado a salir de forma imprevista de la ciudad (cfr Hch 17,1-9) y, con ello, a interrumpir la formación cristiana de aquellos fieles recién convertidos, que se encontraban en una situación difícil a causa de la persecución iniciada por los judíos. Por eso, desde Atenas envía a Timoteo (1 Ts 3,2) para confirmarlos en la fe, y para tener noticias de ellos. Entretanto, Pablo se dirige a Corinto, y allí se reúne con Timoteo (cfr Hch 18,5), que le da la alegre nueva de la perseverancia de los tesalonicenses en la fe y en la caridad, a pesar de las dificultades y persecuciones. Timoteo le informa también de algunas cuestiones que les inquietan: la suerte de los difuntos y la segunda venida del Señor o Parusía. Entonces el Apóstol, en el invierno del 50-51, les escribe la Primera Carta con el fin de completar su predicación anterior. La envía por medio de Timoteo, y con ella quiere también tranquilizarles sobre la suerte de los que ya habían muerto en la fe del Señor. Éstos, viene a decirles, también participarán de la resurrección de Cristo, porque cuando Él vuelva ellos resucitarán «en primer lugar» (1 Ts 4,16).
Sin embargo, algunos no entendieron bien la enseñanza del Apóstol y pensaron que la Parusía del Señor iba a ser inminente: incluso hubo quienes comenzaron a abandonar su trabajo. Estas noticias movieron a Pablo a escribirles la Segunda Carta unos meses más tarde para deshacer aquellos equívocos.
Fundamentalmente estas cartas tratan de la evangelización, de la acción de la Palabra de Dios, de la santidad de vida y en especial de la Parusía, o segunda venida de Cristo, y de la resurrección de los muertos. Los tesalonicenses no deben preocuparse -les dice San Pablo-, ni perder el tiempo creyendo sobre estas cosas, sino tratar de vivir santamente y trabajar con honestidad a la espera de la definitiva venida de Cristo.