La aparición del Resucitado: una experiencia personal
¿Qué es lo más conmovedor de la primera aparición del Resucitado, según los Evangelios? Es que hay alguien que nos conoce, que ve nuestro sufrimiento y desilusión, que se conmueve por nosotros, y nos llama por nuestro nombre.
El encuentro de María Magdalena
Juan 20.1-29
El primer día de la semana, de madrugada, María Magdalena llegó al sepulcro y vio que la losa sepulcral ya estaba quitada. Corrió a encontrar a Simón Pedro y al otro discípulo a quien Jesús amaba, y les dijo: «Se han llevado del sepulcro al Señor, y no sabemos dónde lo han puesto».
Simón Pedro y el otro discípulo se dirigieron al sepulcro, pero el otro discípulo llegó primero y vio las fajas puestas allí, pero no entró. Luego Simón Pedro entró y vio las fajas y el sudario enrollado. El otro discípulo también entró y vio y creyó.
María Magdalena se había quedado afuera, junto al sepulcro, y lloraba. Mientras lloraba, se inclinó al sepulcro y vio dos ángeles vestidos de blanco. Le dijeron: «Mujer, ¿por qué lloras?» Díjoles: «Porque han quitado a mi Señor, y yo no sé dónde lo han puesto».
Dicho esto, se volvió y vio a Jesús, pero no sabía que era Jesús. Jesús le dijo: «Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quien buscas?» Ella, pensando que era el jardinero, le dijo: «Señor, si tú lo has llevado, dime dónde lo has puesto, y yo me lo llevaré».
Jesús le dijo: «Mariam». Ella, volviéndose, dijo en hebreo: «Rabbuní», es decir: «Maestro». Jesús le dijo: «No me toques más, porque no he subido todavía al Padre; pero ve a encontrar a mis hermanos, y diles: voy a subir a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y vuestro Dios».
María Magdalena fue a anunciar a los discípulos: «He visto al Señor», y lo que Él le había dicho.
La aparición a los discípulos
Juan 20.19-29
A la tarde de ese mismo día, el primero de la semana, Jesús vino a los discípulos, que estaban cerrados por miedo a los judíos. Les dijo: «¡Paz a vosotros!». Diciendo esto, les mostró sus manos y su costado, y los discípulos se llenaron de gozo.
Jesús les dijo: «¡Paz a vosotros! Como mi Padre me envió, así Yo os envío». Y dicho esto, sopló sobre ellos, y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo: a quienes perdonaréis los pecados, les quedan perdonados; y a quienes se los retuviereis, quedan retenidos».
Tomás, uno de los Doce, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Le dijeron los otros: «Hemos visto al Señor». Él les dijo: «Si yo no veo en sus manos las marcas de los clavos, y no meto mi dedo en el lugar de los clavos, y no pongo mi mano en su costado, de ninguna manera creeré».
Ocho días después, estaban nuevamente adentro sus discípulos, y Tomás con ellos. Vino Jesús, cerradas las puertas, y, de pie en medio de ellos, dijo: «¡Paz a vosotros!». Luego dijo a Tomás: «Trae acá tu dedo, mira mis manos, alarga tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo, sino creyente».
Tomás respondió y le dijo: «¡Señor mío y Dios mío!». Jesús le dijo: «Porque me has visto, has creído; dichosos los que han creído sin haber visto».
Mateo 28.16-20
Los once discípulos fueron a Galilea, al monte donde les había ordenado Jesús. Al verlo, lo adoraron. Jesús les dijo: «Todo poder me ha sido dado en el cielo y sobre la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles a conservar todo cuanto os he mandado. Y mirad que Yo con vosotros estoy todos los días, hasta la consumación del siglo».
La vocación de los discípulos
El encargo de Jesús a sus discípulos es anunciar el evangelio del Reino a todas las naciones. Está claro que todo discípulo es misionero, y que cumplir este encargo no es una tarea opcional, sino parte integrante de la identidad cristiana.
La tercera aparición de Jesús
Juan 21.1-17
Después de esto, Jesús se manifestó otra vez a los discípulos a la orilla del mar de Tiberíades. He aquí cómo: Jesús les dijo: «Muchachos, ¿tenéis algo para comer?» Le respondieron: «No». Díjoles entonces: «Echad la red al lado derecho de la barca, y encontraréis». La echaron, y ya no podían arrastrarla por la multitud de peces.
El discípulo a quien Jesús amaba dijo a Pedro: «¡Es el Señor!». Oyendo que era el Señor, Simón Pedro se ciñó la túnica y se echó al mar. Los otros discípulos vinieron en la barca, tirando de la red llena de peces.
Al bajar a tierra, vieron brasas puestas, y un pescado encima, y pan. Jesús les dijo: «Traed de los peces que acabáis de pescar». Simón Pedro subió y sacó a tierra la red, llena de ciento cincuenta y tres grandes peces.
Díjoles Jesús: «Venid, almorzad». Y ninguno de los discípulos osaba preguntarle: «¿Tú quién eres?» sabiendo que era el Señor.
Aproximóse Jesús y tomando el pan les dio, y lo mismo del pescado. Esta fue la tercera vez que Jesús, resucitado de entre los muertos, se manifestó a sus discípulos.
Después de almorzar, Jesús dijo a Simón Pedro: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas tú más que éstos?» Le respondió: «Sí, Señor, Tú sabes que yo te quiero». Él le dijo: «Apacienta mis corderos».
Le volvió a decir por segunda vez: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas?». Le respondió: «Sí, Señor, Tú sabes que te quiero». Le dijo: «Pastorea mis ovejas». Por tercera vez le preguntó: «Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?» Se entristeció Pedro de que por tercera vez le preguntase: «¿Me quieres?», y le dijo: «Señor, Tú lo sabes todo. Tú sabes que yo te quiero». Díjole Jesús: «Apacienta mis ovejas».
Después se apareció a más de 500 personas (1 Cor. 15.5-8).