Creo en la vida eterna
Continuando con el Credo hoy veremos el tema de la Vida eterna que comienza inmediatamente después de la muerte, donde esta vida no tendrá fin, por eso debemos pedir a Dios en don de la perseverancia por que en su divina misericordia era reservado la gloria eterna a aquellos que se mantengan fieles hasta el fin. Es un camino pedregoso ya que cada vez estamos pensando más en nuestra felicidad y no en seguir el camino de Jesús, así mismo en el catecismo nos dice lo siguiente: «Todos los fieles son llamados a la plenitud de la vida cristiana» (Cat 2028) y también nos dice: «Todos los cristianos, de cualquier estado o condición están llamados cada uno por su propio camino, a la perfección de la santidad, cuyo modelo es el mismo Padre» (LG 11).» (Cat 825).
Si buscamos un poco en el catecismo nos dice:
La vida eterna es la que comienza inmediatamente después de la muerte. Esta vida no tendrá fin; será precedida para cada uno por un juicio particular por parte de Cristo, juez de vivos y muertos, y será ratificada en el juicio final. (Catecismo de la Iglesia Católica # 1020, 1051)
Expliquemos un poco juicio particular:
Es el juicio de retribución inmediata, que, en el momento de la muerte, cada uno recibe de Dios en su alma inmortal, en relación con su fe y sus obras. Esta retribución consiste en el acceso a la felicidad del cielo, inmediatamente o después de una adecuada purificación, o bien de la condenación eterna al infierno. (Catecismo de la Iglesia Católica # 1021-1022, 1051).
Cielo:
Por cielo se entiende el estado de felicidad suprema y definitiva. Todos aquellos que mueren en gracia de Dios y no tienen necesidad de posterior purificación, son reunidos en torno a Jesús, a María, a los ángeles y a los santos, formando así la Iglesia del cielo, donde ven a Dios «cara a cara» (1 Co 13, 12), viven en comunión de amor con la Santísima Trinidad e interceden por nosotros. (Catecismo de la Iglesia Católica # 1023-1026, 1053)
Y San Cirilo de Jerusalén nos dijo:
«La vida subsistente y verdadera es el Padre que, por el Hijo y en el Espíritu Santo, derrama sobre todos sin excepción los dones celestiales. Gracias a su misericordia, nosotros también, hombres, hemos recibido la promesa indefectible de la vida eterna».