Los lefrevbristas
EXTREMOS EN LA IGLESIA (GRUPOS QUE CAUSAN DIVISIÓN O HEREJÍA)
LOS LEFEVBRISTAS
El cisma lefebvrista comienza en el año 1988 cuando el Arzobispo Marcel Lefébvre (fundador de la Fraternidad San Pío X) ordenó cuatro obispos sin mandato pontificio, incurriendo él, y los obispos ordenados en excomunión “latae sententiae”. El problema, sin embargo, comenzó mucho antes cuando luego de repetidos actos de desobediencia a la Sede Apostólica fijan su posición: “«Nos negamos y nos hemos negado siempre a seguir a la Roma de tendencia neomodernista y neoprotestante que se manifestó claramente en el Concilio Vaticano II y después del Concilio en todas las reformas que de éste salieron»”, “ «Ninguna autoridad, ni siquiera la más elevada en la Jerarquía, puede constreñirnos a abandonar o a disminuir nuestra fe católica claramente expresada y profesada por el magisterio de la Iglesia desde hace diecinueve siglos»”
En resumen: Los lefebvristas rechazaban la autoridad no solo de un Concilio Ecumenico, sino cualquier autoridad (inclusive la del Papa) que según ellos, no estuviera de acuerdo con su noción de Tradición. A este respecto dice la Carta Apostólica en forma de “motu proprio” “Ecclesia Dei” de S.S. Juan Pablo II: .
“Las particulares circunstancias, objetivas y subjetivas, en las que se ha realizado el acto del arzobispo Lefebvre, ofrecen a todos la ocasión para reflexionar profundamente y para renovar el deber de fidelidad a Cristo y a su Iglesia.
Ese acto ha sido en sí mismo una desobediencia al Romano Pontífice en materia gravísima y de capital importancia para la unidad de la Iglesia, como es la ordenación de obispos, por medio de la cual se mantiene sacramentalmente la sucesión apostólica. Por ello, esa desobediencia – que lleva consigo un verdadero rechazo del Primado romano – constituye un acto cismático. Al realizar ese acto, a pesar del monitum público que le hizo el cardenal Prefecto de la Congregación para los Obispos el pasado día 17 de junio, el reverendísmo mons. Lefebvre y los sacerdotes Bernard Fellay, Bernard Tissier de Mallerais, Richard Williamson y Alfonso de Galarreta, han incurrido en la grave pena de excomunión prevista por la disciplina eclesiástica” .
Mas adelante:
La raíz de este acto cismático se puede individuar en una imperfecta y contradictoria noción de Tradición: imperfecta porque no tiene suficientemente en cuenta el carácter vivo de la Tradición, que – como enseña claramente el Concilio Vaticano II – arranca originariamente de los Apóstoles, “va progresando en la Iglesia bajo la asistencia del Espíritu Santo; es decir, crece con la comprensión de las cosas y de las palabras transmitidas, cuando los fieles las contemplan y estudian repasándolas en su corazón, cuando comprenden internamente ellos misterios que viven, cuando las proclaman los obispos, sucesores de los Apóstoles en el carisma de la verdad”
…
En las presentes circunstancias, deseo sobre todo dirigir una llamada a la vez solemne y ferviente, paterna y fraterna, a todos los que hasta ahora han estado vinculados de diversos modos con las actividades del arzobispo Lefebvre, para que cumplan el grave deber de permanecer unidos al Vicario de Cristo en la unidad de la Iglesia católica y dejen de sostener de cualquier forma que sea esa reprobable forma de actuar. Todos deben saber que la adhesión formal al cisma constituye una grave ofensa a Dios y lleva consigo la excomunión debidamente establecida por la ley de la Iglesia(8).
Breve repaso: Tradición, Escritura y Magisterio
Explica el Catecismo (en sus numerales 76-87) que la transmisión del evangelio se hizo de dos maneras: oralmente y por escrito (2 Tesalonicenses 2,15). Explica también que con la finalidad de que el evangelio se conservara siempre vivo y entero en la Iglesia los apóstoles nombraron como sucesores a los obispos dejándoles a su cargo el magisterio.
Esta transmisión viva del evangelio que llamamos Tradición está estrechamente ligada a la Escritura y por de ella la Iglesia transmite a todas las edades lo que es y lo que cree. La Tradición y la Sagrada Escritura están íntimamente unidas y compenetradas porque surgen ambas de una misma fuente, se funden en cierto modo y tienden a un mismo fin.
Mientras la Sagrada Escritura es la palabra de Dios, en cuanto escrita por inspiración del Espíritu Santo, la Tradición recibe la palabra de Dios encomendada por Cristo y el Espíritu Santo a los apóstoles, y la transmite íntegra a los sucesores; para que ellos, iluminados por el Espíritu de la verdad, la conserven, la expongan y la difundan fielmente en su predicación.
Es importante señalar que el oficio de interpretar auténticamente la palabra de Dios, oral o escritura, ha sido encomendado sólo al Magisterio vivo de la Iglesia, el cual lo ejercita en nombre de Jesucristo, es decir, a los obispos en comunión con el sucesor de Pedro, el obispo de Roma.
Desde los más tempranos tiempos de la historia de la Iglesia los cristianos han sostenido que la Teología debe ser formulada de acuerdo con estos tres principios. La Escritura y la Tradición sirven como principios materiales de Teología mientras que el Magisterio sirve como suprincipio formal, lo que quiere decir que mientras en los primeros se encuentra contenida la Revelación, en el segundo reside el oficio de dar la correcta interpretación de la misma. Constituyen así el trípode en base al cual se formulan todas las verdades católicas.
¿Qué sucede si se rechaza la Tradición o el Magisterio?
Así como un trípode si le falta una pata se cae, lo mismo sucede con quien pretende hacer teología pero rechaza cualquiera de los tres elementos anteriores: En pocas palabras, corre el riesgo de malinterpretar las Escrituras, o de malinterpretar la Tradicion, lo cual expone a un riesgo adicional: el de caer en la disidencia (al rechazar enseñanzas no definitivas del Magisterio), herejía (al negar una verdad que ha de creerse con fe divina y católica, o la duda pertinaz sobre la misma) o inclusive en cisma (rechazo de la sujeción al Sumo Pontífice o de la comunión con los miembros de la Iglesia a él sometidos).
Los padres de la Iglesia siempre alertaron sobre las desviaciones de quienes intentaban usurparel lugar del Magisterio para imponer su propia concepción de la fe. No en balde San Agustín reafirmaba su sujeción a la autoridad de la Iglesia escribiendo a los maniqueos: “No creería en el Evangelio, si a ello no me moviera la autoridad de la Iglesia católica” (San Agustín. C. ep. Man. 5,6; cf. C. Faustum 28,2).
Así como San Agustín atribuye la herejía a la soberbia (De Doct. Christ., praef. 2; Ep. 208,2), Santo Tomás a la sobrevaloración del propio juicio (S. Th. II-II 5,3.), porque “no presta su asentimiento a todo cuanto enseña la Iglesia, sino que admite las que quiere y excluye las que no quiere, siguiendo así su propia voluntad” . Y aunque no es materia de este estudio entrar en el ámbito de la responsabilidad concreta de cada persona en particular, se puede afirmar sin temor a equivocarse que todo aquel bautizado que rechaza la autoridad del Magisterio ya sea con ignorancia invencible o no, termina usurpando su oficio.
Si examinamos la historia veremos que una y otra vez las herejías y cismas tienen este factor común: Un Cismático y/o heresiarca que se proclama dueño de la verdad y convence a otros de que lo es. Y esta historia se sigue repitiendo cada vez que alguien “sobrevalora su propio juicio” por sobre el juicio de la Iglesia.
Si miramos los Paralelos en la Historia, podremos ver el conflicto judaizante
del primer siglo, los Donatistas que provocaron un
Cisma en el siglo IV, LosTertulianitas y montanistas. Para el Siglo XVI que surge el
Protestantismo, ya más cercano a nuestra época surgen los Viejos católicos. Lo cual nos deja ver con sus similitudes en sus actitudes que El lefebvrismo, sufre del mismo germen.
Sabemos que el Papa Emérito Benedicto XVI concedió la remisión de la excomunión a los obispos lefebvristas e inició el diálogo bajo el control de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Sin embargo, el problema de fondo sigue (que no es solo es de naturaleza litúrgica sino doctrinal), pues la postura lefebvrista llevada a sus últimas consecuencias, implica que la Iglesia Católica gobernada por el Papa y los Obispos en comunión con él, se ha apartado decisivamente de la verdadera fe (de esto, al sede-vacantismo, donde se acusa al Papa y a los obispos en comunión con él de herejes, y de proclamar que la Sede Romana está vacante, hay tan solo un paso).
Mientras los lefebvristas persistan en practicar teología apelando al Magisterio pasado contra el Magisterio actual, con una especie de “libre examen” similar al protestantismo, el germen nocivo estará allí. La diferencia es que los protestantes rechazan al Magisterio intentando imponer su interpretación privada de la Escritura, mientras los lefebvristas lo hacen con la Tradición.
Pero eso no es todo, ya que existe otro sector dentro de la Iglesia, que sin reconocerse lefebvristas, comulgan y promueven las posturas lefebvristas. Estos profesan ser fieles al Papa, pero disienten públicamente del Concilio. El argumento: Como no toda la enseñanza del Concilio Vaticano II pretende ser definitiva, es posible tener diferentes grados de asentimiento, y esto se traduce que en la práctica lo que existe es un disentimiento pertinaz y sistemático.
A este respecto aclara la Carta Apostólica dada en forma de ‘Motu Proprio’ «AD TUENDAM FIDEM», San Juan Pablo II, que la adhesión de religioso asentimiento del fiel católico a las doctrinas enunciadas por el Magisterio se debe, no solo a aquellas doctrinas definidas con carácter definitivo:
“La Profesión de fe, debidamente precedida por el Símbolo Niceno constantinopolitano, contiene además tres proposiciones o apartados, dirigidos a explicar las verdades de la fe católica que la Iglesia, en los siglos sucesivos, bajo la guía del Espíritu Santo, que le «enseñará toda la verdad» (Jn 16, 13), ha indagado o debe aún indagar más profundamente.(3)
El primer apartado dice: «Creo, también, con fe firme, todo aquello que se contiene en la Palabra de Dios escrita o transmitida por la Tradición, y que la Iglesia propone para ser creído, como divinamente revelado, mediante un juicio solemne o mediante el Magisterio ordinario y universal»(4). Este apartado afirma congruentemente lo que establece la legislación universal de la Iglesia y se prescribe en los cann. 750 del Código de Derecho Canónico(5) y 598 del Código de Cánones de las Iglesias Orientales(6).
El tercer apartado, que dice: «Me adhiero, además, con religioso asentimiento de voluntad y entendimiento, a las doctrinas enunciadas por el Romano Pontífice o por el Colegio de los Obispos cuando ejercen el Magisterio auténtico, aunque no tengan la intención de proclamarlas con un acto definitivo» , encuentra su lugar en los cann. 752 del Código de Derecho Canónico (8) y 599 del Código de Cánones de las Iglesias Orientales(9).
Carta Apostólica dada en forma de ‘Motu Proprio’ «AD TUENDAM FIDEM», Juan Pablo II
No se trata de hurgar en cada enseñanza del Magisterio a ver cual es definitiva y cual no, se trata de asentir con religioso asentimiento de voluntad y entendimiento, sean definitivas o no.
Al final de cuentas, tanto en Monseñor Lefevbre como en los Lefevbristas, se cumple lo que dice dice San Pablo en 1 Timoteo 3,6
“…no sea que, llevado por la soberbia, caiga en la misma condenación del diablo.”