Cómo entender al Espíritu Santo en la Iglesia Católica
Cuando hablamos del Espíritu Santo, estamos refiriéndonos a la tercera persona de la Trinidad. Aunque la grandeza del misterio de la Trinidad es imposible de comprender en todos sus aspectos y profundidades, podemos tener una idea de su importancia gracias a la Revelación de Dios.
"Porque a nosotros nos lo reveló Dios por medio del Espíritu; y el Espíritu todo lo sondea, hasta las profundidades de Dios. 11. En efecto, ¿qué hombre conoce lo íntimo del hombre sino el espíritu del hombre que está en él? Del mismo modo, nadie conoce lo íntimo de Dios, sino el Espíritu de Dios." (1 Corintios 2,10-11)
El Espíritu Santo es un Paráclito, un Abogado o Consolador, como menciona Juan 14,16: "y yo pediré al Padre y os dará otro Paráclito, para que esté con vosotros para siempre". Este paráclito no es otro que el Espíritu Santo, que guía y consuela a los creyentes.
No es una energía de Dios ni un ángel o una fuerza sin características propias. El Espíritu Santo es Dios mismo, como se ve en Hechos 5,3-4, cuando Pedro confronta a Ananías por haber mentido al Espíritu Santo y le dice que él no había mentido a los hombres sino a Dios.
El Espíritu Santo posee los atributos de Dios y se manifiesta de diversas maneras en la Biblia. Por ejemplo, Su omnipresencia se ve en Salmos 139:7-8: "¿A dónde me iré de tu Espíritu? ¿Y a dónde huiré de tu presencia? Si subiere a los cielos, allí estás tú; y si en el Seol hiciere mi estrado, he aquí, allí tú estás".
El Catecismo de la Iglesia Católica describe las diversas manifestaciones del Espíritu Santo, incluyendo el agua, la unción, el fuego, el sello, la nube, la luz, la mano, el dedo y la paloma. La imagen de la paloma es especialmente común, aunque el Espíritu Santo no tiene forma material y solo se manifiesta en determinadas ocasiones.
El Espíritu Santo es el que hace fecunda la Palabra de Dios en el corazón del hombre y nos hace comprender su Palabra y la podemos vivir. Es quien nos une con el Padre y con el Hijo en oración y nos mueve a alabar a Dios y a proclamarlo Señor de nuestras vidas.
"Nadie puede decir: '¡Jesús es Señor!' sino por influjo del Espíritu Santo" (1 Corintios 12,3).
"Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama 'Abbá, Padre!'" (Gálatas 4,6).
El Espíritu Santo es quien nos precede y despierta en nosotros la fe. Mediante el Bautismo, primer sacramento de la fe, la Vida de Dios se nos comunica íntima y personalmente por el Espíritu Santo en la Iglesia.
Creer en el Espíritu Santo es estar convencidos de que él va a renovar permanentemente nuestra vida, haciendo que de nuestro interior broten "ríos de agua viva" (Juan 7,38-39).
Aunque las iglesias protestantes pueden tener ciertas influencias del Espíritu Santo, no disfrutan de la gracia de Dios que es ser parte del Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia Católica. Debemos acoger con misericordia y búsqueda a aquellos que buscan la verdad, pero no debemos doblar la verdad que es dada por la Iglesia.
Recordemos que el ángel de la luz, Lucifer, puede imitar todo menos la obediencia, y que creer que alcanzamos una sabiduría superior a Dios puede llevarnos a herejías y ofensas al Espíritu Santo.
Así vemos la importancia de discernir si realmente es el Espíritu de Dios quien sopla en nuestras vidas o si es otro espíritu de división y confusión. Dios nos cubra de su Santo Espíritu y nos permita una conversión permanente.