¿Jesús Abolió la Ley?
Jesús se presentó en el mundo predicando la conversión, pero ¿qué tipo de conversión anunciaba? No era solo que la vieja ley de Moisés se cumpliera mejor, ni que se retocara o adaptara en detalle, sino que se trató de la liberación de la ley, creando algo radicalmente distinto.
Por ello, la libertad evangélica no puede interpretarse como puro subjetivismo, ni someterse al capricho personal de cada uno. La respuesta a esta pregunta no es tan simple como suele creerse.
En Mateo 5, 17-19 se explica: «No penséis que he venido a abolir la Ley y los Profetas. No he venido a abolir, sino a dar cumplimiento. Sí, os lo aseguro: el cielo y la tierra pasarán antes que deje de cumplirse hasta la más pequeña letra o coma de la ley. Por tanto, el que traspase uno de estos mandamientos más pequeños y así lo enseñe a los hombres, será el más pequeño en el Reino de los Cielos; en cambio, el que los observe y los enseñe, ése será grande en el Reino de los Cielos.»
Para entender esto, es necesario comprender el sentido y el espíritu de la ley judía. La ley de Moisés reflejaba el sentir de Dios y expresaba sus designios divinos. La obediencia a Yahvé era para el pueblo fuente de luz y bienestar.
Sin embargo, ya desde el comienzo se registraron dos graves desviaciones de este espíritu. La primera se relacionaba con el concepto de Dios, que se convirtió en un Dios-terror, amenazante y extremadamente justiciero. La segunda desviación fue el desmesurado culto a la norma, que llevó a la pura aceptación externa de las normas legales, sin encuentro interior con Dios.
Los profetas intentaron mitigar estos dos peligros insistiendo en la obediencia del corazón. Sin embargo, en la época de Jesús, dominaba la religión del terror y el culto al formalismo legal. A esto se agregaba el incumplimiento de la ley en gran parte del pueblo, decepcionado de una religión que le ataba, más que acercarle a su Dios.
En esta situación, ¿cuál es la postura de Jesús ante la ley? No es conservador, ni liberal, ni radical. Es todas las tres cosas a la vez. Jesús parece ser un conservador en su conducta y en su doctrina, cumpliendo fielmente con los preceptos y ritos de la ley.
Pero también está transgrediendo con mucha libertad sus preceptos, como el del sábado o las purificaciones rituales antes de las comidas. Y Jesús es, al mismo tiempo, un radical. No viene a abolir la ley, sino a darle plenitud, a darle su verdadero sentido, su madurez.
La ley del Sinaí es sagrada para Él, es el alimento de su vida. Pero le quita todo lo inhumano y todo lo que no es de Dios en ella. Rescata todo lo positivo y puro y le da un nuevo espíritu. Y en eso consiste su radicalismo: porque cambiar el espíritu con que se vive una ley es mucho más revolucionario que cambiar una ley por otra.
Jesús cambia el concepto de Dios, pasando del Dios-terror al Dios-AMOR. Y manifestando que el eje central de toda ley tiene que ser ese amor. Porque al amor de Dios ya no se puede responder con el simple cumplimiento, sino con otro amor, con una fe hecha vida.
Así, Jesús introduce tres cambios fundamentales en la ley: la personaliza, la relativiza y la radicaliza.
1. La Personalización
Jesús se pone Él en lugar de la ley. El cumplimiento de la ley es Cristo, como dice San Pablo en la carta a los Romanos (10,4). Cumplir la ley ya no será cumplir gestos, sino amarle, participar de su vida. Cristo es la ley del cristiano, como el amado es la ley del amante. Cuando dos se amen, entre ellos no hay ley, el amor sustituye a toda ley.
2. La Relativización
Jesús somete la ley al «relativismo» del amor. La ley se vuelve esclavizadora cuando se la convierte en absoluto. Y Jesús confirma o suspende la ley según sirva a la maduración o al encadenamiento del hombre. La ley no es algo absoluto. Absoluto es sólo Dios.
3. La Radicalización
Jesús radicaliza la ley. Es necesario subrayar esto, porque hay quienes piensan que relativizar la ley es implantar el libertinaje. Pero esto sólo sucede cuando, en lugar de la ley, se coloca el capricho. Sin embargo, cuando la ley es sustituida por la fe y la caridad, todo se hace más arduo, más radical.
La fe va mucho más allá que la obediencia legal; la caridad es mucho más exigente que el simple cumplimiento. Porque la ley indica de dónde no se puede pasar, y el evangelio hasta dónde hay que llegar: hasta ser perfectos, hasta lo imposible.
De este modo, Jesús ni recorta ni suaviza la ley, sino la lleva hasta sus límites, hasta la locura, hasta la entrega total. Pide algo que el hombre nunca podrá alcanzar por si solo y para lo que necesitará inevitablemente la ayuda y gracia de Dios.
En el Sinaí, Dios había pedido a los hombres que llegaran hasta donde pudieran. Pero Jesús, en el monte de las bienaventuranzas, lanzó una consigna más radical, más difícil, más cristiana: llega hasta donde no puedas. Es decir: aquí estoy yo, con mi gracia, para que juntos lleguemos hasta lo humanamente imposible e insoñable.
Es así como Jesús da plenitud a la ley judía. Es así como Jesús nos trae una ley mejor, una ley más alta. Trae el evangelio, trae su amor y su redención.